Conozco a Willie Colón desde que grabara Caribe junto a Soledad Bravo, del que fue su productor musical y yo el productor ejecutivo, hace 30 años. Un trabajo conjunto que se prolongó por tres largos meses y nos permitió conocernos y entablar una relación respetuosa, cordial y amistosa. Willie Colón es un hombre sencillo, humilde, de raíz popular, tímido, franco y directo, sin presunciones artificiales, falsos devaneos intelectuales ni pretensiones literarias. Ni muchísimo menos políticas. Pero inmensamente talentoso, creativo, original y honesto. Un hombre capaz de sacrificar la fama, el poder y la gloria por defender sus ideas. Y de responder con generosidad al respaldo que se le haya brindado.
Sin su inmensa creatividad y su empuje no hubiera surgido ese impactante movimiento musical que le dio voz y figura a la presencia latina en los Estados Unidos. Esa salsa brava que vino a conmover el desarraigo de esos barrios broncos de las grandes ciudades norteamericanas -de Nueva York a Chicago y de San Francisco a Los Ángeles- y que pudo competir con el rock en influjo y definición de una cultura propia, que recogía sus acentos de los suburbios portorriqueños y dominicanos, panameños y cubanos, para conquistar luego las barriadas populares primero del Caribe y luego de toda Suramérica. Para llegar a Europa y al resto del mundo. En el principio de ese vasto y conmovedor movimiento cultural estuvieron esos dos muchachos del Bronx, rebeldes, desenfadados, sencillos y corajudos que fueron Willie Colón y su compañero Héctor Lavoe, al que lo unió una auténtica hermandad.
Al embajador panameño Willie Cochez lo conocí en un viaje que realizamos a Washington con Ismael García, Juan José Molina, Wilmer Azuaje, Milos Alcalá y Mauricio Poler, con el fin de denunciar los sistemáticos abusos y violaciones a los derechos humanos que cometía el régimen de Hugo Chávez contra una oposición acorralada, indefensa y desasistida por una comunidad internacional absolutamente indiferente a lo que sucedía en el país que, contradictoriamente, mayor generosidad y respaldo mostró frente a casos similares en el pasado de la región, tanto de los países centroamericanos dominados por añejas dictaduras caudillescas como las terribles dictaduras militares de los países del llamado Cono Sur. E incluso de la España franquista.
Acababa de triunfar en Panamá el presidente Ricardo Martinelli y todo el mundo alababa su sabiduría en la escogencia y nombramiento de Willy Cochez, como le conoce todo el mundo, para un cargo tan delicado como el de ser su Embajador ante la OEA en un momento tan difícil como el que atraviesa la región. Un hombre de inocultable reciedumbre democrática, de ideología socialcristiana, amigo y compañero no sólo de los socialcristianos venezolanos, sino de toda su clase política, habiendo vivido largos y muy fructíferos años de su vida en Caracas. Era, pues, una escogencia inteligente y apropiada para un foro que se vería enfrentado a difíciles situaciones. Tal cual se demostraría luego, no sólo con el caso de Venezuela, sino de Honduras y Paraguay. Agudizada su gravedad por la insólita injerencia de Brasil y Cuba, aliados con la Venezuela chavista en un proyecto de dominación continental que sigue los lineamientos establecidos fundamentalmente por Fidel Castro y Lula da Silva a través del instrumento continental creado a tal efecto, el llamado Foro de Sao Paulo. En el que confluyen todas las organizaciones de la extrema izquierda castrista, incluidas las guerrillas narcoterroristas. Esta vez, y por primera vez en su historia, apoyadas por gobiernos abierta o tendencialmente dictatoriales, como los de Bolivia, Ecuador y Nicaragua, o subrepticiamente cónsonos con la vocación injerencista del castrismo cubano, como Brasil, Uruguay y Argentina. Y a los que se uniría la Hondura de Zelaya y el Paraguay de Fernando Lugo. Todos los cuales creen compatible el respeto y la subordinación a sus estructuras democráticas en lo interno, y el respaldo al expansionismo castrochavista en lo internacional. En el caso del Brasil, tras un proyecto imperial de muy difícil explicación.
Por primera vez en la historia de América Latina, un proyecto de dominación continental, de naturaleza caudillesca, militarista y dictatorial, de esencia antidemocrática y antiliberal y, enmascarada en un neo socialismo populista, amalgamaba a la izquierda marxista de la región. Con un nuevo proyecto, nuevos actores, un nuevo discurso y el inmenso poderío financiero brindado por un gobernante desequilibrado, irresponsable, mesiánico y delirante, capaz de encender las hogueras de la conspiración, la desintegración y el caos con el uso de sus inmensas reservas petroleras. Sin la menor consideración a las nuevas coordenadas de la política mundial, visto el fracaso estrepitoso de los llamados socialismos reales. Pero ante la absoluta indiferencia, la apatía e incluso la silente o sonora complicidad de gobiernos indudablemente democráticos, como los de Chile, Perú, Colombia, México o Costa Rica. Un caso digno de Ripley.