El niño venezolano están bajo fuego cruzado, todo su entorno desde la familia, escuela, colegio, videojuegos, televisión, lo prepara para presenciar la violencia. Las figuras de autoridad pública como diputados, alcaldes o hasta el propio Presidente de la Republica se convierten en los primeros en insultar al prójimo. Y en las instituciones educativas resulta que en cualquier momento puede convertirse en víctima o victimario. El espiral de la violencia desatado.
Cada día aumenta el número de abusos contra niñas y niños, la profesora Luisa Pernalete, investigadora y docente con amplia experiencia en el campo educativo señala en uno de sus reportes el caso de un niño en una escuela pública en Puerto Ordaz: resulta que el pequeño alumno llegó llorando a su salón de clases porque explicó a su maestra: “me mataron mí Canaimita”. Al parecer, el niño no le había querido prestar su computadora a un familiar adulto, quien sacó una pistola y en venganza le pegó un tiro al aparato, que obviamente quedo inservible.
Esta violencia en el ámbito familiar y especialmente en el entorno escolar aparece en un momento particularmente complejo para la sociedad venezolana en el que la inseguridad desbordó toda la crueldad imaginable, se deteriora la convivencia y es cada vez mayor la victimización de niños, niñas y adolescentes por hechos violentos que ocurren en lugares que concebimos como entornos seguros para promover su desarrollo: en las familias, en las comunidades, en las instituciones que deberían asegurar su protección. Frente a estas realidades, particularmente en comunidades marcadas por la pobreza y la exclusión, es notoria la precariedad de instituciones y servicios públicos garantes de la seguridad pública. Parece avanzar y ganar terreno ese proceso cultural que se cultiva forjando el miedo, el resentimiento y la agresión: se alimenta de la impunidad, la resignación y la impotencia. Es innegable cómo paraliza y transforma las relaciones entre las personas, las rutinas, los acuerdos sociales. Todo se reacomoda para estar a resguardo, para no exponerse al peligro y poder sobrevivir.
Es preciso que los distintos liderazgos del país coincidan en este llamado a detener la muerte, el hostigamiento y la agresión hacia y entre niños y adolescentes del país. La estadística es inequívoca: quienes están muriendo son los varones niños, adolescentes y jóvenes, por lo que está siendo afectado nuestro futuro, y está creciendo una generación para la cual el aprendizaje moral esencial surge de la vivencia del miedo, la sumisión al poder de la violencia, el resentimiento y el dolor. Las niñas y adolescentes muchas veces son víctimas pasivas del machismo y relaciones de semi esclavitud ya sea por dadivas gubernamentales, servilismos a delincuentes o explotación sexual solapada, en un país de secretos a voces.
Cada 30 de enero se conmemora a nivel mundial el Día de la No Violencia y la Paz en instituciones educativas. Debemos hacernos eco de este llamado, como padres, como sociedad educadora. Las leyes y normativas nacionales e internacionales exigen decididamente políticas públicas, planes y acciones que garanticen la protección y seguridad de la niñez. Las instituciones, servicios y responsables han sido reiteradamente advertidos y convocados; la prioridad de construir una cultura de paz y de resguardar a la población vulnerada y vulnerable ha sido ampliamente demandada. Lo que resta, entonces, es movilización social, convicción acerca de lo ineludible e imperativo de nuestro aporte para exigir que se materialice la voluntad política y el cumplimiento del deber de corresponsabilidad del Estado, las familias y la sociedad. Sólo así será posible transformar las realidades de la violencia y rescatar el entorno escolar como espacio seguro para que los niños, niñas y adolescentes puedan ser formados en el ejercicio y protección de sus derechos.
#Opinión: Me mataron mi Canaimita Por: Jesus Pernalete Tua
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