Ocurrió el pasado lunes 14 y no me refiero propiamente a la procesión de la Divina Pastora, sino a los muchos miles que al amanecer se concentraron en El Obelisco y que tras la largada de los trotones comenzaron ellos también su camino hacia Santa Rosa. Los había de todas las clases sociales, colores, tamaños, formas y edades. Muchos trotaban y otros caminaban, unos iban en bicicleta incluyendo uno con su perro en el manubrio; habían madres trotando empujando el coche con el niño, otros iban con su mascota abrigadita por si el frio, pasaron también los que utilizaban patines en línea, los chamos con patinetas, y hasta un fisicoculturista calzado con las botas especiales de levantar pesas. Algunos iban muy rápido y otros a su pasito, ayudados con su bastón de personas mayores.
Todos mostraban un tremendo entusiasmo que se podría atribuir a la fe por la Divina Pastora pero también al gusto que da hacer ejercicio tan temprano, con tanta gente y con la seguridad de ir sin riesgo por la calle, en un espacio que en ese momento se siente compartido con gente con el mismo contagioso deseo de moverse. Única queja: el muy exagerado volumen de los equipos rompe tímpanos instalados cada tanto, una plaga que parece ser ya parte inevitable de nuestra genética tropical.
Este evento de ejercicio masivo fue una lección de civismo, una demostración de que el ciudadano es capaz de aglomerarse y disfrutar la ciudad si la ciudad se organiza para permitírselo. Se trata de recuperar los espacios públicos, usualmente dedicados a uso del tránsito automotor, para satisfacer el imperativo del movimiento, una necesidad biológica que tiene la misma importancia del beber y comer. Y esto se hace en muchas ciudades del mundo, incluso en algunas muy parecidas a las nuestras, como ocurre en Colombia y Brasil.
Es fácil ayudar a los ciudadanos a hacerlo pero se requiere de voluntad política para organizar la ciudad. Cerrar calles se hace muchas veces en muchas partes y en Barquisimeto es común en algunos domingos cerrar la Av. Venezuela para carreras de bicicletas, pero esa vía es muy activa, incluso en fines de semana, y su cierre suele molestar a muchos. Hay otro sitio que se prestan mejor para este propósito de los ejercicios colectivos y me refiero a la Plaza Bolívar y sus alrededores pues los días no laborables todas las oficinas públicas están cerradas y el área queda desolada porque casi nadie vive en su entorno y prácticamente no hay tráfico en sus calles. Y hay mucho espacio si se cierran los tramos de las carreras 17 y 15, entre las calles 24 y 27.
Esa zona tiene todo lo que se necesita para utilizarla con este propósito cívico: arboles en la plaza; aceras anchas, servicios culturales, cafetín (muy bueno, por cierto) y baños públicos en el Museo; espacios abiertos para practicar taichí, yoga y aeróbicos en la Plaza de la Justicia. La Escuela de Arte de la UCLA, situada en el antiguo cuartel Jacinto Lara puede apoyar con la presentación en la calle de obras de teatro, canto y clases de pintura para niños. Agreguemos brinca-brincas, payasos y ventas de libros a precios populares y la cosa se volverá muy interesante. También la iglesia La Concepción saldrá beneficiada pues así puede recuperar parte de su feligresía, sin duda disminuida al despoblarse el sector. Y no se diga de la posibilidad de volver a las antiguas retretas musicales en las plazas que un tiempo atrás eran tan comunes.
La lista de actividades posibles de implementar puede ser larga y todas ellas tendrán un saludable efecto urbanístico: la recuperación del centro, la apropiación colectiva, cultural y lúdica, de aquellos espacios que los fines de semana están casi vacíos, un problema común en los centros de muchas ciudades y que aparece a medida que las edificaciones de las viviendas y de los usos asociados a ellas son demolidas para dar paso a edificaciones más modernas y mucho más altas destinadas a oficinas. Por ejemplo, en el espacio que hoy ocupa la Torre David habían varias casonas.
Pero, insisto, la revitalización del centro no se puede lograr si se piensa solo en términos de algunas actividades esporádicas. Es necesario que los citadinos sepan que todos los sábados y domingos pueden ir tranquilamente a su vieja plaza Bolívar acompañando a sus hijos que estarán seguros y bien cuidados. Y en ese espacio central, ahora abandonado y semidesértico los fines de semana, puede ocurrir otra vez lo que vi el día de la Divina Pastora: todos, sin distingos políticos, confluyendo a la calle, a apropiarse del espacio público que es una forma de ser citadinos.
#Opinión: El día en que la gente tomó las calles Por: Claudio Beuvrin
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