La unidad de los demócratas venezolanos, de todos aquellos que quieren un cambio en paz hacia una democracia más completa en lo político, económico y social, es un factor clave en la racionalización de la política venezolana. Todo el mundo sabe que sin esa unidad sería mucho más difícil, una lucha que de por sí lo es, dado el superávit de recursos y el déficit de escrúpulos de quienes están en el poder. El primer problema de la falta de unidad es el de la credibilidad nacional e internacional. Nadie serio piensa que si no son capaces de unirse los factores que aspiran a un cambio, menos serían capaces de ganar y gobernar.
Por eso la existencia desde hace casi cuatro años de la Mesa de la Unidad Democrática cambió las cosas. La oposición dejó de ser simple oposición para convertirse en alternativa. Hay una política, una estrategia, un programa y una plataforma electoral. Fuimos juntos a las parlamentarias y, tras un proceso de primarias y acuerdos, también a las presidenciales y a las regionales.
Es muy obvio que el gobierno tiene la vista puesta en romper la Unidad. Que exista es el problema mayor para cumplir sus planes hegemónicos. Por eso ataca de modos abiertos y encubiertos. Busca dividir, desmoralizar. Eso todos lo saben y lo entienden. Menos comprensible es que personas que se manifiestan descontentas con el actual estado de cosas, disparen constantemente a la Unidad. Son una especie de oposición de la oposición. Se la pasan lanzando dardos venenosos. Invierten más tiempo y esfuerzos en atacar a la M.U.D que al gobierno, en criticar que en hacer. ¿Triste? Sí, pero también una manifestación propia de la crisis que atraviesa Venezuela.
La Mesa de la Unidad empezó siendo un foro de encuentro de movimientos políticos diversos cuyo único rasgo en común era su convicción de que las cosas debían cambiar, supo convertirse en una alianza electoral, y su estabilidad y seriedad le permiten evolucionar hacia una coalición política. Coalición política, eso sí, que debe estar en estrecha comunicación con los más variados sectores sociales. Reconocer y preservar el pluralismo que es natural en la sociedad y que toda vocación totalitaria aspira borrar, es esencial en la lucha por defender las libertades. Pluralismo social que se expresa en las diversas asociaciones, los sindicatos de trabajadores, las organizaciones empresariales, las universidades y colegios profesionales, los gremios.
La Mesa de la Unidad ha sido un logro de Venezuela y su vocación democrática. Un instrumento de lucha al servicio de todo el país. Una demostración de dos valores que el país de hoy está reclamando: disposición y capacidad de entendimiento, por un lado, y reglas que se cumplen. Si solo fueran esos dos los aportes de la Mesa al país, ya su existencia estaría justificada.
La Mesa de la Unidad ha tenido aciertos y logros. También, desde luego, ha cometido errores y mostrado carencias. Aquellos hay que valorarlos y sacarles el máximo provecho para bien del cambio que se busca. Estos hay que resolverlos, superarlos, corregirlos, y extraer de ellos enseñanzas para mejorar.
La solución de la Unidad no es menos unidad, sino más unidad.
Así es que se avanza. Porque deshacer lo hecho no es avanzar, sino retroceder. Destruir lo alcanzado sería necio. No puede la alternativa democrática, sin caer en el peligro de dejar de serlo, volver a la inconstancia y el inmediatismo que la llevó a reducirse a la insignificancia. La misma gente siempre empezando de nuevo, y el trapiche de rostros y nombres.
Fortalecer la Mesa de la Unidad, mejorarla, ampliarla, abrir sus puertas para que participen en ella otros sectores. Unir más la Unidad. En la lucha constante, de todos los días, y no solo de elección en elección.
Todo eso y mucha conciencia del compromiso. Esta no es política normal, de mero trámite. Esta es una lucha decisiva para que los venezolanos sigamos adelante, con paso seguro, hacia ese país que soñamos, donde todos podamos ejercer el derecho a vivir y progresar en paz.