Nunca una mentira había estado tan bien habitada. Pocas veces un texto había podido urdir tantas fantasías y engaños y parecer tan cierto. Así como la literatura no exige realidad sino verosimilitud, así es válida esa obra maestra de infinitas posibilidades semánticas, texto posmoderno y muy nuestro, ficción como la democracia que vivimos, de garantías textuales con libertad de interpretación. Su título es Constitución y su autor fue alguna vez colectivo, aunque ya inexistente.
Sustitución en lugar de Constitución. Un relato de vicarías autoimpuestas y autodeterminación de los gobiernos. 33 capítulos sobre la voracidad de unos súbditos y la preeminencia de un dios. Un final donde la República se agota en interpretaciones y la institucionalidad (ese conglomerado de sílabas con calidad de chiste) se hace excusa en el discurso y esperanza de una casta de pendejos.
Así podría resumirse la trama de este relato de 350 artículos publicado en dos ediciones y releído según el placer de las ocasiones. La “moribunda” es la edición que nosotros seguimos leyendo, la del 99, aquella del país triunfante. La viviente (es decir, la enmendada o inventada) es la real, la del país a la deriva; la versión libre, la de entrelíneas, proclamada por el servilismo y el poder. Lo demás es pura literatura. Es el cuento que, como buenos lectores, aceptamos que nos metan.
Entonces, según la lectura fabulesca y subjetiva de esta Constitución ad libitum, podría gobernarnos un gato, una máquina o un muerto. Podrían ser períodos siderales, años luz de gobiernos, tiempos borgianos (“un 10 de enero puede ser muchos 10 de eneros, una fecha imprecisa donde usted sea presidente y yo un simple formalismo…”). El país de repente es otra cosa y el presidente ya no es quién ni lo que era. No hay golpe de Estado sino un Estado de golpe con infinitas posibilidades.
Formalismos, estados estacionarios, faltas temporales. Testimonio verbal de una hedentina. Detrás de ese libro se expande todo un panorama de violencia, todo un subtexto de beligerancia, irrespeto y muerte (¿vencerán?). Ese ejemplar empastado es el barniz de una estructura llena de rasguños, clavos y huecos.
Y no hay salida inmediata porque nos convirtieron en analfabetas. Han clausurado todas las puertas y muchos temen salir por las ventanas (estamos cobijados por hermosos excesos de delicadeza). Pero adelante, que somos un colectivo de desamparados esperando una tardía contundencia y no tenemos más que un librito de aforismos para leer.
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Twitter: @zakariaszafra
#Opinión: País in fabula Por: Zacarias Zafra
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