#Opinión: Juzgando el tiempo, edificando el futuro Por: Victor Corcoba Herrero

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Algo más que palabras

Se nos da una vida y un tiempo para edificar el futuro. Somos el instante preciso y precioso. A nosotros nos corresponde dar continuidad a ese momento, hacernos al tiempo, trabajar con el tiempo, sabiendo que el día que precede nos enseña al siguiente. Así vamos pasando los meses y los años, encadenados a un pasado, que todos tenemos y a todos nos pertenece. El presente suele escaparse de las manos, aunque sea nuestro. Y el futuro casi siempre nos sorprende, llega de inmediato. Caminamos, pues, entre un mañana que llega demasiado pronto y una realidad en la que nos movemos entre la nostalgia y la ilusión. De ahí, que al pasar de un año a otro, nos conmuevan los recuerdos y se activen las preguntas.
Cuando menos resultan inquietantes las estampas vividas en un mundo cada día más globalizado. Los sucesos no se pueden ignorar. Se pueden cerrar los ojos, pero el tiempo acaba descubriendo la verdad. Por desgracia, por esta corriente de la vida se teje una espiral de violencia sin control, que debiéramos pararla cuanto antes. Los combates y las violaciones a los derechos humanos se han convertido en un permanente diario en muchos países. La marea de armas es tan fuerte que nos está dejando sin respiración. Ahí están las dramáticas consecuencias del tráfico ilícito de armas, cuestión que debe hacernos reflexionar cuanto antes. Se deben establecer nuevos mecanismos de control, con una regulación internacional más estricta. Sucede, en ocasiones, que las armas son más fáciles de obtener que los alimentos, la vivienda o la educación. El futuro hay que edificarlo no con armas, sino desde el respeto a la vida humana, condenando cualquier masacre, corrigiendo los obstáculos para la solución pacífica de los conflictos.
El tiempo es esencial para edificar otro futuro más humano y más liberador de la persona humana. Tenemos que actuar rápidamente, enviar mensajes claros y contundentes a naciones que incumplen tratados internacionales, que sobrepasan las líneas rojas de los derechos humanos, que fabrican bombas en lugar de inventarse programas que aviven la convivencia, o que elaboran eventos que nos desunen por su injusticia. Estamos, al día de hoy, en un camino inseguro y temible. No podemos pensar que avanzamos cultivando la intolerancia, provocando miedo, sembrando desorden, desestabilizando. Tampoco sigamos batiéndonos en duelo unos contra otros movidos por el interés, lo único que debe movernos son los derechos de todos y de cada uno. Si es un deber respetar los derechos de los demás es también un deber mantener los propios.
La paz de cada día debiera estar como prioridad en la agenda de todos los líderes del mundo. Tenemos que tener voluntad de lograrla. Esto es fundamental. Si uno no quiere dos no se pelean. Hay que trabajar duro (y unidos) por conseguirla, pero merece la pena. Quizás debamos transformar nuestra forma de pensar. Todos somos necesarios e imprescindibles en este mundo global. Testimonios como el de Malala Yousafzai, una adolescente pakistaní de quince años que sobrevivió a un intento de asesinato de los talibanes, que la acusaron de promover la educación para las niñas, nos hacen pensar de que el cambio es posible. Los terroristas mostraron que lo que más miedo les da es una niña con un libro.
Está visto que no es suficiente con hablar de paz, es momento de acciones concretas para que disminuyan los conflictos, la pobreza, los desacatos a derechos humanos. Naciones Unidas sigue siendo ese foro preciso y necesario. Es lícito debatir y resolver el futuro que queremos, desde la comprensión y la libertad. Evidentemente, el querer lo es todo en la vida, se dice que la voluntad mueve montañas. Por tanto, todos tenemos la oportunidad de labrarnos un futuro donde colocar los sueños. ¡Despierta!.

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