Hablarles de estos dos artistas es remontar a la década de los ’60, pero tratemos de hacer ese viaje hacia esa época. Un día, como a las dos de la tarde me encontraba tomándome un café en la cafetería cerca de la Escuela de Arte Plásticas, con un grupo de jóvenes pintores. Llegó un señor alto y delgado vistiendo un elegante liquilique. Vino con un termo a comprar café, era el pintor Rafael Monasterios (1884-1961). Había regresado a Barquisimeto, después de vivir en Caracas y de haber viajado por París, Barcelona y Madrid a comienzo del siglo XX, en compañía de Armando Reverón.
Como yo estaba exponiendo en el Salón Julio T. Arze, 1961, aproveché la oportunidad de mostrarle mis obras al pintor Monasterios, entre ellas “El entierro”, cuadro dramático y triste. Me hizo observaciones y me dijo: “No pintes temas tan tristes, ya que nadie te va a comprar esos cuadros”. Ese día me invitó a que lo visitara en su taller, cuando yo quisiera. En ese tiempo el gobernador Eligio Anzola Anzola le había obsequiado, en las Colinas de Santa Rosa, una casa-taller y un carro para que estuviera cómodo.
Algunas tardes me iba a hablar con el maestro, que era un hombre sencillo y gran conversador. Esas visitas, se convirtieron en clases magistrales. Me hablaba de los impresionistas, Goya, Velásquez y, sobre todo, de Joaquín Sorolla. Aprendí a amar el arte español a través de esas conversaciones, la mayor parte del tiempo acostado en su hamaca y disfrutando una taza de café. Esas pláticas eran enriquecedoras, aprendí de él, que los cuadros no se regalan. Monasterios me decía: “Tú no vas a que el zapatero para que te regalé un par de zapatos. La gente quiere que uno les regale los cuadros, claro, hay pintores que piensan que si regalan los cuadros de esa manera se harán famosos y eso es gran error. Esos son pintores mediocres”.
Aprendí a amar y a valorar la obra de Reverón a través de Monasterios. Un día me fui a Macuto a visitar el Castillete. Allí conocí a Juanita, su compañera, quien al llegar me dijo: Yo no tengo nada que vender, -yo le contesté: Lo que quiero es visitar el Castillete. Ese viaje a Macuto, en la década de los ’60,el acercamiento a la obra de Reverón, las conversaciones muy frecuente con Monasterios fue estructurando mi manera de pintar; de esa época son “Las Gordas”, obras trabajadas en blancos, amarillos y sepias con mucha textura.
Pero mis conversaciones con Monasterios se terminaron. Cuando murió, sentí un gran dolor, se había ido quien me habló de Las Meninas, los caprichos de Goya, de Reverón y de los paisajes de Sorolla.
Esos artistas que venían de Caracas y de otras ciudades y que visitaban la Escuela de Arte eran para mí muy importantes. Tenía un deseo de aprender, de informarme y que me hablaran de pintura, literatura y de todo lo relacionado con el Arte.
Un día, apareció en la Escuela de Artes, un señor con acento extranjero, era pintor originario de Letonia (1908- murió hace años) llamado Harijs Liepiens, también, era representante de un laboratorio de química, total, allí estaba otra oportunidad para aprender con otro amigo que me iba a dar clase magistrales sobre arte. Fue tanto la amistad que siempre que venía a Barquisimeto pasaba a mi taller a visitarme. Me explicaba y me hablaba de la Bauhaus y otros movimientos de vanguardia y me estimuló para que yo me fuese a Caracas. Era el momento de la serie “Las Máquinas”. Mi padrino, Emilio Castillo, me dio una beca para mantenerme en la capital.
Al viejo Liepins lo veía regularmente en El Pez Dorado, sitio de reunión de jóvenes pintores para hablar,exponer e intercambiar ideas, muy cerca de Chacaíto. En las noches, y, en especial, los domingos, me iba invitado por mi amigo a comer salchichas alemanas, que su amable esposa preparaba. Allí, en su taller sentía a Europa, él me hablaba de arte, el olor de pinturas y el aroma de las salchichas se mezclaban con tendencias del arte, cubismo, abstraccionismo, Picasso y Paul Klee.
Salía tarde, algunas veces, en la noche, contento de estar hablando de arte con alguien que conocía de ese mundo europeo. Caminaba tranquilo, caminaba sin miedo ni temor a que me robaran por la avenida El Bosque, era una Venezuela tranquila,tomaba el autobús hasta Santa Teresa, y otro, que me llevaban hasta Los jardines del Valle. Al llegar a mi habitación los nombres de todos esos artistas como: Picasso, Klee, Cezanne, Mondrian y otros, me hacían pensar que algún día yo iría a Europa.
Estos dos amigos fueron muy importantes, me estimularon y me hablaron de lo que yo quería oír. Aprendí que hay que estudiar e investigar, que los cuadros no se regalan, porque uno es un trabajador del arte. Hoy, recuerdo a Monasterios, ya que de vez en cuando, me regalaba un tubo de óleo, acompañado con una taza de café, como también, viene a mi memoria el viejo Liepins y su esposa, que entre salchichas y salchichas, las cuales, eran condimentadas con unas bellas conversaciones sobre arte, que me hicieron soñar, sobre todo, con viajar a Europa.
#Opinión: Rafael Monasterios y Harijs Liepins Por: Esteban Castillo V.
-
- Publicidad -
- Publicidad -
- Publicidad -
Más leido hoy
Iván Simonovis: “El 10 de enero de 2025 cambiará la historia política de Venezuela” #11Nov
El excomisario Iván Simonovis aseguró que el 10 de enero de 2025 será un punto de inflexión en la política venezolana, cuando está prevista la juramentación del presidente electo ante la Asamblea Nacional (AN).
- Publicidad -
Debes leer
Gasto promedio de los hogares venezolanos aumentó 13% entre enero y septiembre de 2024 #13Nov
El gasto promedio de los hogares venezolanos se incrementó 13,3% entre enero y septiembre de 2024 en comparación con 2023.
- Publicidad -
- Publicidad -