Con la visita 157 de la Divina Pastora a la ciudad de Barquisimeto, los fieles católicos, en especial los atraídos por esta advocación mariana viven una profunda espiritualidad y previo al caminar que inicia en Santa Rosa y culmina en la Catedral, los corazones de los devotos se unen a Dios. ¿De qué forma? A través de la oración, meditación, del cambio de conducta.
El amor de Dios corresponde a esa disposición de los laicos. Obra el Altísimo a favor de sus hijos, por mediación de la Pastora de las Almas. Ahora bien, ¿cómo lo viven aquellos bendecidos con un milagro? Se trata de una experiencia de fe que los hace aún más apegados a la divinidad del Padre, Hijo y Espíritu Santo, comportándose como aquel hijo perdonado por su padre y más que perdonado, profundamente amado.
En algunas personas probablemente el milagro haya sido el vínculo para conocer de Dios, otros en cambio, habrán fortalecido su fe al recibir la gracia pedida. Lo cierto del caso, es que el milagro es la acción de Dios y demuestra su misericordia con la creación entera.
El ex vicerrector del Seminario Divina Pastora, el padre Nolberto José Escandela Díaz y actual vicario pastoral de la Vicaría Nuestra Señora de las Mercedes, en la parroquia Unión del municipio Iribarren, se refiere al milagro como un hecho que la ciencia no puede explicar.
“Existen milagros ordinarios y extraordinarios. Un milagro ordinario es, por ejemplo, la sanación física, mental, espiritual de una persona; mientras que un hecho extraordinario sería que una persona no creyente, se convierta a la fe: es un hecho más importante”, sostuvo.
Y el comentario del padre Escandela es justamente el testimonio que ofrece un servidor de la parroquia San José Obrero, en el oeste de la ciudad.
Se trata de José Luis Escalona, esposo y padre de tres hijas. Antes de dedicarse a los asuntos de la Iglesia, era incrédulo, al menos, así lo demostraba su comportamiento. Su esposa, Elda de Escalona, varias veces, sufrió las persecuciones y juicios de su marido por dedicarse a la oración y servicio en el templo.
Sin embargo, Dios puede más que la dureza de corazón. Escuchó la oración de la mujer que lloraba y rogaba a la Santísima Virgen, la conversión de su compañero de vida. Y la Virgen hizo su parte: intercedió.
Para la dicha de la familia, el milagro ocurrió, convirtiendo al hombre de la casa, en un feligrés comprometido en el servicio al prójimo, benévolo con los más necesitados.
Confiar contra toda adversidad
“…Jesús desenrolló el libro y encontró el pasaje del profeta Isaías donde estaba escrito: el Espíritu del Señor está sobre mí. El me ha ungido para llevar buenas noticias a los pobres, para anunciar la libertad a los cautivos y a los ciegos que pronto van a ver, para poner en libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor”, reza el Evangelio Lucas en el capítulo 4 del versículo 17 al 19.
Dios conoce hasta los secretos más íntimos de sus fieles y su poder sobrenatural lo sigue manifestando para desbordar en gracia a quienes así lo aclamen en oración. Para Él no hay impedimientos al momento de obrar el bien: santos y pecadores gozan de la misericordia divina.
Así lo dejó claro el Primogénito en su paso por este mundo. De hecho, gracias a las curaciones y prodigios que obraba, fue como hombres y mujeres iniciaron su camino de fe: si bien muchos lo hacían por curiosidad, otros miles estaban seguros de su autoridad y es que hasta los demonios se le sometían.
Hoy físicamente no está Jesús, acota el prebístero Pablo Fidel González, párroco de Santa Rosa, sin embargo, el poder que tiene para hacer los milagros continúa intacto.
Tal como sigue intacta la fiel intercesión de la Inmaculada Virgen María. Cuando apenas falta un día para la procesión, los larenses y personas de otros estados de Venezuela, se interesan por la Divina Pastora, acotó el sacerdote, y es propicio recordar que aquellos sanados por Jesús no reunían algún requisito especial, bastaba la fe.
“No tengas miedo, solamente ten fe”, Mc. 5, 36.
Las Sagradas Escrituras hablan muy bien del poder del Altísimo, de la misión encomendada a Jesucristo y del acercamiento entre el Dios Trino y el pueblo Suplicante. La sanación de la hija de Jairo, un oficial de la sinagoga, que se arrodilla ante Jesús y pide por la salud de su pequeña, es muestra de la bondad del Señor.
“No tengas miedo, solamente ten fe” (Mc. 5, 36) fueron las palbras que dirigió Jesús al oficial antes de resucitar a la niña. Lo mismo sucedió cuando sanó a los diez leprosos que a lo lejos le gritaban: ¡Jesús, maestro, ten compasión de nosotros! (Lc. 17, 11) y cuando los mandó a que se presentaran a los sacerdotes, en el camino, quedaron sanos.
Ahora, en este punto, el padre Nolberto Escandela señala un aspecto importante: “cuidado con aquellos que reciben un milagro y después de eso continúan la vida como si nada: pecan y se mantienen alejados de Dios”.
Y el comentario lo hizo porque en este pasaje apenas uno de ellos se regresó para alabar a Dios. De allí que Jesús preguntara: “¿No han sido sanado los diez? ¿Dónde están los otros nueve? ¿Así que ninguno volvió a glorificar a Dios fuera de este extranjero?” (Lc. 17, 17-18).
La Iglesia y María
El Catecismo de la Iglesia Católica menciona la maternidad de María en los siguientes puntos:
964- El papel de María con relación a la Iglesia es inseparable de su unión con Cristo, deriva directamente de ella. «Esta unión de la Madre con el Hijo en la obra de la salvación se manifiesta desde el momento de la concepción virginal de Cristo hasta su muerte». Se manifiesta particularmente en la hora de su pasión:
«La Bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz. Allí, por voluntad de Dios, estuvo de pie, sufrió intensamente con su Hijo y se unió a su sacrificio con corazón de madre que, llena de amor, daba amorosamente su consentimiento a la inmolación de su Hijo como víctima que Ella había engendrado.
Finalmente, Jesucristo, agonizando en la cruz, la dio como madre al discípulo con estas palabras: “Mujer, ahí tienes a tu hijo” (Jn 19, 26-27)”.
965- Después de la Ascensión de su Hijo, María estaba reunida con los apóstoles y algunas mujeres, «María pedía con sus oraciones el don del Espíritu, que en la Anunciación la había cubierto con su sombra», gracia que se extiende en la misión de la Iglesia.
Fotos: Dedwison Álvarez, Ricardo Marapacuto y Simón Alberto Orellana
Fotocomposición: Junior Catarí