Después de regresar de La Habana, donde recibieron instrucciones para limar diferencias y donde posiblemente fue seleccionada por el Presidente Chávez con ayuda de los Hermanos Castro, se instalo la nueva Asamblea Nacional, presidida por el diputado Diosdado Cabello, que no sólo tendrá que enfrentar la inmensa responsabilidad de interpretar correctamente lo que piensa el Jefe del Estado, sino también la cúpula del gobierno cubano, porque una equivocación ya no podrán atribuírsela al “saboteo” de una oposición democrática que pide diálogo. De allí que ninguno de sus miembros podrá deliberar libremente sin preguntarse cuál será el pensamiento del Comandante en Jefe, para demostrar que su escogencia no sólo fue un acierto desde el punto de vista de la lealtad que exige el jefe único, sino que también deberán estar atento a las recomendaciones de los comandantes cubanos.
La concentración de poder en manos del Presidente de la República, no obstante su delicado estado de salud, no sólo obligará a los diputados del partido oficialista a legislar de acuerdo con la voluntad de La Habana y no de Miraflores, sino que también deben guardarse las diferencias de enfoque, porque lo que afirmó el Comandante antes de viajar a Cuba que si se produjese una circunstancia sobrevenida y haya que convocar a elecciones presidenciales, Nicolás Maduro debe ser el candidato.
En este nuevo panorama político la oposición, para no perder el tiempo que necesita para cumplir su papel, tendrá que debatir con el Presidente y los Hermanos Castro de cara a la opinión de la sociedad civil, para disputarle a éstos lo que pueden ser los principales errores, tanto de la Asamblea como de los poderes Públicos.
Por ejemplo, el nuevo Consejo Nacional Electoral no dependerá de una decisión autónoma de la Asamblea Nacional, aunque así lo establezca la Constitución Nacional. Los candidatos serán aprobados primero en La Habana, y el funcionamiento del que se nombre obedecerá a su mandato. De allí que el diálogo, si es que el gobierno lo convoca, deberá realizarse en la «Isla de la Felicidad» o esperar las instrucciones que traigan los viajeros Maduro y Cabello.
La violación de la Constitución Nacional Bolivariana se ha convertido en un grave problema político. La Asamblea Nacional y el Poder Judicial se han coludido para darle poderes al Vicepresidente, que no ha recibido por mandato popular ni por delegación del Presidente de la República, como son la Comandancia en Jefe de la Fuerza Armada Bolivariana, la dirección de la política exterior y de la hacienda pública, que son indelegables por parte del Jefe del Estado.
La solución revolucionaria le puede crear al Vicepresidente Nicolás Maduro, serios tropiezos a la hora de ejercer funciones para las cuales no ha sido electo ni recibido, por lo que dijo el Presidente Chávez el 8 de diciembre cuando se despidió del país para someterse a una nueva operación quirúrgica en La Habana, delegación del Jefe del Estado. De allí que en vez de solucionar la ausencia del Presidente declarándola temporal, encargar al Presidente de la Asamblea Nacional, como lo establece la Carta Magna y esperar los 180 días por el regreso del Presidente Chávez, han creado un clima de incertidumbre, cuyas consecuencia viviremos los próximos días o meses en espera del regreso del Comandante en Jefe.
Ante la debilidad de un gobierno no electo, sino impuesto por interpretaciones jurídicas muy discutibles, según juristas venezolanos muy calificados, la oposición debe mantener su línea política pacífica y de denuncia de las arbitrariedades cometidas contra la Carta Magna, y seguramente de las contradicciones que comenzará aflorar en un futuro inmediato entre los grupos o tendencias que se disputarán el poder oficialista, aunque hoy pretendan hacer creer que han resuelto definitivamente sus diferentes enfoques políticos.
Las agresiones contra la oposición tanto de parte de los más radicales representantes del estalinismo dogmático, como de los que éstos denominan la derecha endógena, son imitaciones fallidas del lenguaje de Hugo Chávez, a quien tratan de representar y ganar sus adeptos para el desenlace final, que tendrán sus evidentes diferencias políticas y económicas. Amanecerá y veremos.