#Opinión: Erase una vez un alcalde Por: Claudio Beuvrin

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La ciudad como tema

El arquitecto, joven y recién graduado, regresó a su terruño buscando trabajo. Lleno de esperanzas se dirigió a la alcaldía de la ciudad porque supo que necesitaban un profesional para fundar la dirección de obras que el alcalde recién electo consideraba que la ciudad necesitaba urgentemente. Se presentó y sin más preámbulos lo nombraron director de la oficina.

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El arquitecto comenzó a trabajar en seguida pues tenía poco tiempo para presentar los proyectos considerando que la nueva oficina era solo él y dos dibujantes. No importaba, el entusiasmo vencería todas las limitaciones.

Comenzó por el trazado de la vialidad del área central, restringiendo la circulación de los automóviles y abriéndola a los autobuses, ciclistas y peatones. Planteó cominerías con muchos árboles y bancos para el descanso. También se ocupó del nuevo edificio municipal al que concibió al estilo griego, porque recordaba la historia de la Grecia de Pericles donde los debates políticos eran de gran altura y contenido.

Más tarde le tocó el turno a las escuelas concibiéndolas como ateneos con grandes bibliotecas ubicados en medio de espacios boscosos donde los estudiantes podrían acudir libremente, motivados solo por el intenso deseo de aprender, meditar y filosofar. No se olvidó de las artes y aprovechó la desnuda ladera de una colina para un anfiteatro de usos múltiples donde se presentarían obras de teatro, conciertos y conferencias. Para el nuevo hospital, como un avance social concibió salas especiales donde los más viejos y los enfermos terminales podían pedir morir plácidamente, viendo videos de bellísimos paisajes y escuchando música muy serena.

Dejó para el final lo más difícil: las viviendas del pueblo. Y de nuevo recordó sus textos de historia: las propuestas de los falansterios y las edificaciones de las nuevas ciudades socialistas en la naciente Unión Soviética. Entonces, sin sombra de dudas, decidió proyectar grandes edificios comunales donde los hombres y mujeres vivirían en grandes dormitorios, separados pero en plena libertad para unirse con quien quisieran y para ello abundó en cámaras nupciales donde los amantes cumplirían con los rituales del amor y del erotismo. Entrevió que el comedor sería también gran espacio colectivo al igual que las cocinas y las lavanderías donde hombres y mujeres se organizarían para distribuirse equitativamente estas tareas. Y los niños, los más pequeños, estarían al cuidado de todos.

La tarea no era fácil. Con frecuencia en horas de la madrugada el sueño lo sorprendía sobre el tablero de dibujo y así se quedaba hasta que sus dibujantes lo despertaban y volvía incansable a su tarea.

Finalmente, justo a la fecha que le habían indicado, el proyecto estaba listo para ser presentarlo ante el alcalde, la cámara en pleno y las fuerzas más progresistas de la sociedad. Orgulloso, lo había denominado Plan de Obras de Mejoramiento de la Ciudad. Se fijó la fecha y se organizó la presentación.

El alcalde abrió la sesión y habló con entusiasmo de los nuevos proyectos que le presentaría el arquitecto y que serían el comienzo de una transformación radical de la ciudad. Y sin más dilación le dio la palabra al proyectista.

Este hizo un esfuerzo para evitar que la emoción le impidiera explicar con claridad su proyecto y al principio le parecía que lo iban entendiendo, pero a medida que avanzaba fue notando como la cara del alcalde iba cambiando de expresión hasta que casi al final el Alcalde lo interrumpe bruscamente y tras un largo y tenso momento de silencio absoluto, con un gesto perentorio llama al jefe de la policía y con una voz muy firme le ordena que detenga al arquitecto y lo lleve inmediatamente a un reconocido centro de salud mental.

Tras muchos meses de severos tratamientos y tras comprobarse una y otra vez que ya era un hombre normal, que podía distinguir entre el sueño y la realidad, fue dado de alta y de inmediato abrió su propia oficina de proyectos. Con el paso de los años se fue convirtiendo en un arquitecto de mucho éxito, trazó autopistas, diseñó mansiones y urbanizaciones, grandes centros comerciales y otros edificios de gran importancia, acompañando lealmente al alcalde en su empeño por desarrollar la ciudad y atendiendo en especial a los clientes que él le enviaba y recomendaba. Todo lo hacia con la misma pasión de otros tiempos y de nuevo, solía quedarse dormido sobre la mesa de dibujo, en la gran sala que era ahora su oficina y donde muchos otros trabajaban para él.

El arquitecto, ahora ya en la madurez de su vida, está concentrado en lo que él considera su proyecto más importante: un extraordinario monumento al alcalde a ser levantado en la entrada principal de la ciudad.

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