#Opinión: La vida es un tango Por: Orlando Peñaloza

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Lo vimos sufriendo por la muerte de su hijo Raul Eduardo aquel febrero del 90. Lo vimos luchando y pidiendo justicia. Lo vimos luchando y pidiendo justicia por otros, porque siempre le ha sido fiel al bello canto de Andrés Eloy, “Los hijos infinitos”: “Cuando se tiene un hijo, se tiene al hijo de la casa y al de la calle entera”…

Lo vimos en la política bregando una representación legislativa. Lo vimos como combativo social. Lo vimos en distintos sectores públicos de la sociedad. Este perfil de su vida lo recordamos hoy, cuando después de tantas disputas cuenta sus canas con ganas de nunca llorar.
Encontramos a Eduardo Arcay, un próspero comerciante de Barquisimeto caminando por los lados de un centro comercial de Río Lama bajando escalones. Apoyó su mano izquierda sobre una pared y la otra la estrechó al autor de estas líneas, y siguió avanzando impávido, sin sonreír. Parecía no tener nada que festejar. Eran los días previos al borde del nuevo año 2013.

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No sé si revelarte mi nueva angustia –dijo-, y finalmente lo vi reírse, pero era una risa triste, como obligada. Más fácil es reírse que llorar, admitió.
¿Melancólico?—Pregunté.

–Es posible, dijo con las manos apoyadas sobre las piernas juntas, ya sentado, compartiendo un café.

¿Una nueva querella?

–Sí, señaló con una firmeza que no había expresado hasta el momento. Afuera brillaba el sol y se veía a la gente caminando apurada en las tradicionales compras de fin de año.

Recuerda cuando el 2 de octubre de 1972 murió asfixiado un hijo de 13 meses de nacido. Cuando el 23 de febrero de 1990 la policía le mató a tiros a otro, Raúl Eduardo, de 20 años frente a la alcaldía de Palavecino.

Ha sido muy duro. Lo de mis hijos ha sido demasiado duro, comenta, cuando en los actuales momentos lucha porque no lo despojen de la patria potestad de otro heredero, a quien le ha entregado todo su amor.

Eduardo Arcay acaba de solicitar la intervención de la defensoría del pueblo porque le restituyan el régimen de visita de su hijo de 8 años, el cual fue otorgado por el tribunal segundo de protección al niño y adolescente.

Se desborda en explicaciones sobre el conflicto que hoy enfrenta ante los tribunales para que le permitan continuar otorgándole buena educación, alimentación y servicios, los cuales nunca le ha negado a una criatura que, por tal circunstancia, afligido, no rinde en sus estudios.
El tema es delicado y esperamos que la justicia sea sabia, pero lo abordamos porque conocemos la sensibilidad de este hombre polémico, hoy alejado de la política aferrado a su empresa, pero con una trayectoria pública que nadie puede tapar con un dedo.

La vida es un tango, hay que saberla bailar, y la muerte un pasodoble se oye decir en momentos como estos, es decir, bailamos al ritmo de la vida. Eduardo Arcay tiene fama de ser un hombre polémico. Sus amigos más cercanos aseguran que por ser demasiado intelectual ríe con efecto retardado. Piensa mucho antes de hacerlo y cuando lo hace no es espontáneo. En lugar de reír sonríe, y en lugar de sonreír hace una mueca casi incómoda.

Hoy, ese hombre tiene el corazón partido. Lo consume una tristeza absoluta que le paraliza los músculos de la cara impidiéndole sonreír. El luto de sus hijos lo guarda desde hace muchos años. La garganta debe dolerle cada vez que traga saliva. Ojalá que no sea cierto que el que no llora sufre más, porque le he escuchado que los hombres casi no lloran. Jamás se acuesta antes de las doce y media de la noche, y muchas veces no puede dormir pensando en eso, en sus hijos.

Su gran amor actual es ese niño por el que lucha. El tiempo no ha curado sus heridas, el dolor es cada vez más intenso y más profunda su soledad. Por ahora, no tiene a quien buscar al colegio, a quien comprarle juguetes ni estrenos. El peso de la ausencia es muy grande y se pregunta cuándo dejará de dolerle.

A Eduardo Arcay no le molesta que lo recuerden como conflictivo, siempre y cuando sea desde una perspectiva histórica, porque constantemente peleó por cosas que considera justas y el bien de las comunidades.

Tiene los mismos ideales, y aunque los años han ido dejando la marca que abandona el agua salada sobre las piedras, piensa retornar en cualquier momento a su lucha por las mismas causas, aunque ha entendido que las cosas se construyen gradualmente. Dice que antes era todo o nada.
Arcay nunca ha ignorado la tristeza, esa que siempre tenemos tocándonos a cada rato el corazón, para que comprendamos que es sólo una mensajera sabia de eso que no sabemos si es músculo o es alma.

 

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