Cierra y abre el año, llegamos al 2013 signados por la incertidumbre política. Se avecinan tormentas económicas. El déficit financiero es insostenible, supera al griego, y nos puede venir a los venezolanos – como a los cubanos cuando pierden el subsidio de los rusos – nuestro «período especial». El petróleo y su dilapidación a manos del irresponsable ministro Rafael Ramírez, para sostenerse él, nutriéndose, y nutriendo la ilusión revolucionaria para complacer a su Comandante Presidente, no dan para más.
El último, presa de los medicos cubanos y en La Habana, es un enfermo de gravedad, sin mengua de que sobreviva o que su enfermedad la exploten por igual chavistas y no pocos opositores. Su tiempo vital sólo lo determina la Providencia y el tiempo de la República lo ha de medir la Constitución, para que no sea arbitrario ni esté sujeto al azar de las zancadillas.
Cajas de gatos
En el bando del gobierno los intereses son diversos y hasta antagónicos, como son distintas las visiones de la oposición, que no logran avenirse, por motivos generacionales o por estrategias diferentes, unas cortoplacistas atadas a la «solución biológica» y otras que se miran en el porvenir, siguiendo el ejemplo de la oposición chilena a Pinochet. Pero a unos y otros, en suma y por lo visto, los ata trágicamente el Comandante Presidente, quien logra licuar – entre el amor y el odio – las contrariedades del rompecabezas nacional.
Es una suerte de maldición histórica que arrastramos desde la caída de la Primera República y la insurgencia posterior de Simón Bolívar, a pesar del esfuerzo en contrario del sabio José María Vargas en pleno siglo XIX y de ese casi medio siglo XX que en su segunda mitad intenta forjar una república civil, verdaderamente democrática, atada para sus problemas y en su destino al texto de la Constitución. Tanto es así que, bajo sus paradigmas, se hace posible la elección popular de un golpista y aspirante a dictador, en 1998.
Los escenarios que se presentan, sea que el día 10 de enero asuma o no el Presidente electo, son variados y muy complejos. No pueden despacharse trivialmente, con espíritu oportunista.
Es obvio que, para sortear la dificultad inmediata, el Vicepresidente Nicolás Maduro -encargado de la Presidencia- y su consorte, la Procuradora Cilia Flores, no dejan de recordar que «su» Sala Constitucional y las mutaciones constitucionales que es capaz de provocar ésta – hacer decir a las palabras lo que no dicen o a fin de que digan lo contrario a lo que dicen – están a «su» orden. Amenazan con usar dicho recurso, si es necesario, cuando menos mientras esté vivo, incluso sometido a terapia médica intensiva, el actual gobernante.
La «jurisconsulta» Cilia – quien pasa por la Universidad sin que ésta pase por ella – desde ya hacer decir a la Constitución, con vistas a lo anterior, lo que no dice y es palmariamente absurdo, a saber que si el 10 de enero, fecha de inicio del período constitucional, aquél no se juramenta ante la Asamblea lo puede hacer el 15 o el 20, o acaso dentro de un año o más o en el 2030, ante los Jueces Supremos. Considera el juramento y toma de posesión presidencial una bagatela.
Formalmente, para quienes venimos desde los predios constitucionales pre-revolucionarios, la cuestión es elemental y distinta. Si el Presidente electo va a la Asamblea para juramentarse – sin lo cual no puede ejercer su nuevo mandato – y si eventualmente, como es la hipótesis normativa ortodoxa, ésta no se encuentra instalada, como ocurre en los congresos cuya reunión depende de mayorías críticas o movibles que pueden impedir sus sesiones, el primero puede dirigirse ante el Supremo Tribunal para prestar el juramento y evitar el vacío de poder o la moratoria constitucional. El día 10 próximo, no más allá, por ende, Hugo Chávez Frías debe juramentarse, sin escapismos ni leguleyismos de malos oficiantes del Derecho. Y si no lo hace, ha de asumir la Jefatura del Estado el presidente que sea elegido, en los días próximos de enero, Presidente de la Asamblea Nacional, quien ha de poner en funcionamiento los mecanismos constitucionales durante su interinato.
Así las cosas, cabe observar que el causante testamentario y enfermo de gravedad, antes de su partida hacia su patria de adopción, anunció que su candidato, si han de realizarse nuevas elecciones presidenciales, es el Vicepresidente. Y pidió, democráticamente, el voto para él; con lo que cabe reconocer que con ello apunta, aquí sí y para mi sorpresa, a la «solución constitucional» ante su eventual ausencia definitiva. Ello sin mengua de haberse llevado por delante a la «democracia» dentro de su propio partido, que nunca existió y que aspira dejar amarrado hacia el porvenir. Lo cierto, en todo caso, es que los muertos nada dejan atado, a pesar de sus testamentos. Las experiencias histórica y humana son más que decidoras. Sólo la ley resuelve los entuertos sucesorales.
No abundaré sobre los detalles de la «caja de gatos» – expresión aguda del recordado Cabrujas para describir a las izquierdas – que son el chavismo y una parte de los dirigentes opositores, siempres prestos para negociar. Lo veraz es que cuando la Constitución cede y es violada se le abren compuertas al azar y avanzan primero, presurosos, los intereses parciales y personales. Privan al final los que, dentro de éstos, acumulan mayor cuota de poder material y sean capaces de asegurar la paz por la fuerza, disponiendo de las bayonetas o del vil metal.
La ética democrática
La política se resuelve en el manejo de las realidades; pero para quienes tienen principios y se apegan a la moral, las realidades han de manejarse bajo las reglas éticas de la democracia, evitando el predominio de la fuerza o la astucia sobre la razón. Ese es el dilema actual y atrás dejamos, por cierto, una amarga circunstancia que nadie parece recordar. Derrocado Carlos Andrés Pérez mediante un uso formal del Derecho y la manipulación al efecto de la reglas constitucionales, dando origen a nuestras liviandades de circunstancia, formalmente fue el Congreso de entonces el que designa como Presidente interino a Ramón J. Velásquez. La decisión de marras, no obstante, hubo de cocinarse en las hornillas de los cuarteles y en el Comando del Ejército.
Por lo pronto, cabe mirar, además, hacia afuera. A la Casa Blanca sólo le conviene la tranquilidad económica de los cubanos, no sea que otra vez tomen el camino de las balsas hacia la Florida. Al vecino occidental, al «nuevo mejor amigo» únicamente le interesa su propia historia, es decir, resolver sus diferencias con las FARC, que negocia en territorio cubano bajo mediación del enfermo y los hermanos Castro. Y nada que decir del gobierno del Brasil, primer beneficiario económico del statu quo y de nuestro deslave de petrodólares a ritmo de revolución.
Las cosas no son, pues, tan simples.
Para quienes no tenemos el poder fáctico de las armas o consideramos – como es nuestro caso – que éstas deben estar al servicio de la Constitución, nuestra única opción es la constitucional. De suyo es la protesta o denuncia ante la opinión pública y en la calle de las «mutaciones» constitucionales que pretendan imponerse, bajo conveniencias propias, por los Maduros o los Cabellos, o quienes fungen como sus contrapartes desde la «oposición».
No sabemos si los orientales del Ejército apoyan a su coterráneo, el teniente Cabello, como no sabemos si el Ejército cubano de ocupación respalda al designado Maduro. Pero las enseñanzas de nuestra historia dicen bien que las víctimas del gomecismo o del perezjimenismo nunca pactaron sobre transiciones con los herederos pretendidos de éstos. Se impusieron desde la calle, al lado del pueblo, y presionando y criticando desde la prensa a los responsables de conducir las circunstancias transicionales y de facto, demandándoles paz y elecciones.
¡Feliz año 2013!
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