Los arquitectos suelen ser cartesianos: rechazan el desorden, prefieren las líneas rectas y las curvas bien trazadas, diseñan pensando que cada cosa debe estar en su lugar y que debe haber un lugar para cada cosa. Y hacen afirmaciones del tipo: “aquí van a jugar los niños”, “este es el rincón de los abuelitos”. Pero luego descubren que los abuelitos ignoran esas suposiciones y los niños juegan en todas partes menos donde esperaban que lo hicieran.
La vida tiene un orden mucho más complejo que el simple orden geométrico al que los arquitectos le rinden culto. Y al querer imponer el orden la vida se rebela y huye hacia donde está el caos. Justo antes de la segunda guerra mundial, un grupo de arquitectos europeos fundó los CIAM, los Congresos Internacionales de Arquitectura Moderna. Ellos discutían cómo debían modificarse las ciudades para hacerlas eficientes y funcionales. Se proponían eliminar el caos, al que asociaban con la falta de planificación, con las mezclas de las actividades más dispares, con los tugurios y las calles de trazados estrechos y retorcidos. Entonces propusieron planes urbanos donde los usos estaban perfectamente segregados: un distrito para los negocios, otro para las viviendas, las actividades culturales en una parte, las recreativas en otra y las comerciales en otras diferentes. Cada uso excluía al otro y todos estaban interconectados por modernas autopistas. En el papel el orden parecía posible.
La postguerra dio oportunidad de ensayar esas teorías al reconstruir las ciudades bombardeadas. Afortunadamente, pocas fueron reconstruidas según esos criterios y nunca con la rigidez que demandaba la teoría. Pero en el tercer mundo, donde no hubo guerras, hubo gobiernos que quisieron construir las nuevas capitales como símbolos de la entrada de sus países a la modernidad. Así nació Brasilia, la ciudad diseñada por Lucio Costa y Oscar Niemayer, ordenada según los criterios del CIAM y de escala monumental, con sus grandes plazas desnudas, sus estupendas formas geométricas y las súper avenidas conectando todo entre sí. Pero la vida se sobrepuso al orden, junto a Brasilia surgió otra ciudad, la que nació como los campamentos de los obreros constructores de la primera. Era una ciudad que creció sin planos, sin directrices urbanísticas, a la libre voluntad de quien quisieran ocupar un espacio y construir según y cómo lo considerara conveniente. Los intentos de orden y planificación vendrían después pero en ella ya se había arraigado el desorden.
Brasilia sigue siendo la ciudad formal, la famosa, ahí están las embajadas y los organismos nacionales del estado brasileño, la que visitan los turistas pero cuando estos quieren divertirse van a la otra ciudad, aquella donde la vida se anuncia con el ruido, el trafico, con los buhoneros, la música, los espectáculos, los bares y el caos, mucha gente caminando a toda hora y mucho caos. Lo mismo ocurrió con ciudad Guayana: la vida encontró refugio en los barrios.
Hoy sabemos cuán equivocadas eran esas teorías de los CIAM. Propician un orden muerto, obligan a los ciudadanos a desplazarse de un sector a otro, cautivos del transporte motorizado derrochando energía y tiempo. En ellas es casi imposible hacer lo que en otras ciudades “mal” planificadas se puede: caminar
Caminando por el centro de Cabudare observo el desorden que expresa la vitalidad de la gente moviéndose afanosamente con su carga de espontaneidad, improvisación, creatividad, sus voces, olores y colores. Cabudare está muy mal planificada, pero no es una ciudad muerta.
Pero a pesar de su encanto, también el caos agobia y debe tener un límite. Como peatón me es inaceptable tener que cuidarme de no caer en un hueco o de tropezar con un tocón de poste mal cortado. Me molesta tener que bajarme de la acera invadida por un automóvil o un buhonero y correr el riesgo que me atropelle un carro. Tampoco me gusta la estridencia del parlante de un negocio que así anuncia su presencia. Y aunque acostumbro cruzar la calle utilizando el rayado nunca falta quien me apure lanzándome el carro. La calle no tiene sombra porque cortaron los arboles y el único banco que aún queda está ocupado por un borracho durmiendo. Es común que un rapidito, además del reggaetón con el que tortura a sus pasajeros, también toque la corneta insistentemente pero para nada porque nada se mueve. Si le digo al conductor del autobús que me deje en la próxima parada recibiré un “aproveche ahora que no viene carro” y se molestará si, para mi seguridad, insisto en bajarme en una parada que no existe o nadie sabe dónde está.
Debe haber una zona de coincidencia donde el orden y la vida puedan coexistir. Pero quien sabe, a lo mejor el equivocado soy yo por cartesiano.
#Opinión: Repensar el caos Autor: Claudio Beuvrin
-
- Publicidad -
- Publicidad -
Más leido hoy
Edmundo González condena muerte de Jesus Martínez, «murió bajo custodia del Estado» #14Nov
A través de su cuenta de X, Edmundo González denunció la muerte de Jesús Martínez.
- Publicidad -
Debes leer
VIDEO | Alianza de Campus France con universidades de Barquisimeto ofrece oportunidades de estudio en Francia #14Nov
La agencia francesa para la promoción de la educación, Campus France presentó en Barquisimeto las oportunidades de estudios que ofrece.
- Publicidad -
- Publicidad -