Hace pocos días una amiga, con quien debatía sobre la actualidad venezolana, me aseveró que “en Venezuela no hay pobreza, no hay niños en las calles pidiendo dinero o pasando frío”, comparando nuestra realidad con la de otros países de la región como Perú que disfruta de un crecimiento económico, según ella “ficticio”, por encima del 8% al momento en que cruje el sistema capitalista europeo.
Nos referíamos a la pobreza material que interesa a los ciudadanos de los países, pues afecta directamente el bolsillo de las personas y la prosperidad familiar, la cual vendría dada por la capacidad de un país en generar riqueza y fuentes de empleo que permitan a los ciudadanos una vida estable económica y socialmente. Pero yo iba más allá, sin desviarme en la discusión sobre la existencia de pobreza material entre millones de venezolanos la cual creo es evidente, a no ser que resulte eclipsada al compararla con la pobreza extrema existente en otros países de África o incluso de nuestra región, siendo además más agudas y complejas, pero no por tal podría decir que esta no existe.
Aludía a otro tipo de pobreza más grave, me refiero a la falta de valores, de ética y moral, representada en la crisis institucional que aqueja al país, a la falta de valores dentro de las familias, dentro de las instituciones, en cada empleado público ineficiente y corrupto que ocupa cargos en los distintos órganos y entes del Estado y en la administración de justicia, aquella existente en algunos funcionarios del más alto gobierno e incluso que ha tocado a diversos actores que dinamizan a la sociedad como la iglesia, los medios de comunicación o los partidos políticos.
Incluso nuestras ciudades se han convertido en un reflejo de todo ello: falta de respeto a las normas ciudadanas y de convivencia, inseguridad social y jurídica, ineficiencia en la prestación de servicios públicos, en el mantenimiento de parques, monumentos y sitios de esparcimiento, indigencia, falta de panificación en el urbanismo, contaminación ambiental, anarquía y colapso de vías publicas, contaminación sónica, en fin una serie de elementos que hacen de nuestras principales ciudades un despojo de lo que algún día fueron o un desdibujo de su planificación de origen, ese es el tipo de pobreza indiscutible la cual nos ensombrece y sería absurdo negar.
A mi gente en Navidad
No podía ignorar en estas líneas, la dura realidad política y social de nuestro país. Se avecinan tiempos difíciles, de cambios, transformaciones forzadas y re-acomodos. Tiempos donde se necesitará la unidad primeramente de las familias y de todos los ciudadanos, entender que somos hermanos, que convivimos y compartimos el mismo hogar y que no somos seres aislados, nunca estaremos bien si a nuestro prójimo lo afecta un problema o lo amenaza una dificultad. Se pondrá a prueba, nuevamente, el talante democrático de nuestra sociedad, el cual, tengo la profunda convicción, se encuentra my arraigado dentro del subconsciente colectivo. Ahora más que nunca abogo por la reconciliación y la unidad nacional, que sea esa la bandera enarbolada por quienes tienen, y quienes tendrán en un futuro, la responsabilidad suprema de dirigir el destino del país. Deseoso me encuentro de que las dificultades que nos aquejan hoy como sociedad se vean atenuadas en este 2013, que las noticias fantasmales que nos golpean diariamente desaparezcan. Debemos asimilar los cambios futuros, pues se encuentran muy cerca, a la vuelta de la esquina, es una oportunidad de oro. Dios nos ilumine en el camino correcto a seguir. Muchas bendiciones, salud y tranquilidad en unión familiar les deseo en estas navidades y en año nuevo.