#Opinión: Cuídanos señor de los vivos Autor:

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Luego del épico sepelio de Eva Duarte, el cínico Juan Domingo Perón siguió mandando cuatro años – con toda la riqueza de su entonces próspera nación para consolidar el culto a quien en vida se ganó la adoración de tantos.

¿Quién le diría a la carismática Evita que en su agonía trabajaba para la mafiosa comparsa de Isabelita, López Rega, Menem, Duhalde, y los Kirchner?

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Porque de la mitología política ajena suelen apoderarse pigmeos que poco tienen que ofrecer por sí solos.

¿Qué hubiese sido Perón sin Evita?

¿Acaso imaginó Omar Torrijos, mientras caía su helicóptero, que el beneficiario de su lucha sería un sucio delincuente llamado «Cara e’ Piña» Noriega?

Los líderes mesiánicos despiertan esperanzas y ambiciones en el «lumpen» pero no controlan más allá del «reality show» que hacen de sus propias vidas. Atrás vienen los vivos que aprovechan del encandilamiento colectivo en beneficio propio.

Las estrellas del «show» son fascinantes histriones que pertenecen más al mundo de la ilusión que de la realidad – pero suelen rodearse de la hez de sus respectivos países, insignificantes actores de reparto incapaces de hacer sombra a las megalómanas proyecciones.

La gente culta e informada suele condenar a las cándidas masas que rinden adoración a este tipo de personaje – invariablemente tan artificial como el Mago de Oz. Pero el fenómeno es universal y no exclusivo del subdesarrollo: Tan sólo hay que evocar la Alemania de Goethe, Beethoven, Kant, Mann y Hesse, rendida ante un engendro monstruoso llamado Adolfo Hitler.

Los fenómenos telúricos de la política – como los cataclismos – aparecen en cualquier parte o tiempo, y se vuelven leyendas casi imposibles de revertir – salvo mediante choques como la II Guerra Mundial. Por eso cuando mueren – o están moribundos – más vale dejarlos tranquilos pues allí no hay racionalidad que valga. Que la historia se encargue de ellos.

Las que sí deben ser desnudadas ante el país y el mundo son las larvas parasitarias que se nutren del cadáver mitológico. Porque en materia de ideas – más allá de torpes resentimientos – atrás de un meteorito es muy poco lo que queda.

Argentina resultó excepción porque un viudo crápula tuvo cuatro años de «ñapa» para mitificar a la difunta que siempre se le mantuvo sometida. Pero los taumaturgos suelen pasar solos y fugaces a la historia – mientras sus mediocres adláteres se caen a dentelladas desde el instante preciso en que el ídolo deja de respirar.

Por eso está siempre vigente aquel refrán: «Cuídanos, Señor, de los vivos; que de los muertos me cuido yo.»

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