Generalmente, vivimos la vida culpando a los padres de todo lo que nos pasa y nos ha pasado. Recordamos la infancia y criticamos las decisiones de ellos -las que consideramos que estuvieron equivocadas- pero resulta que no es así, que no se equivocaron, que nos dieron especialmente lo que necesitábamos para crecer espiritualmente. No pasó ni más, ni menos de lo que nos tocaba vivir. Entonces, debemos soltar esa ancla y liberarnos del peso que ella conlleva, perdonando a los padres, reivindicando su papel. Se debe tener claro lo siguiente: no es que ellos te buscaron, sino que nosotros los buscamos para nacer en ese hogar, ser hijos de esa pareja. Por lo tanto, no quedó nada al azar. No nacimos por casualidad en esa casa. La cigüeña no se equivocó como algunas veces señalamos.
Cuando somos adolescentes se acrecienta antagonismo hacia los padres. Por una u otra razón, comparamos la vida que llevan nuestros amigos y vemos que los padres de ellos son más hermosos, tienen más posesiones materiales, son más permisivos, es decir, una larga lista de cualidades que vemos en los otros y negamos en los nuestros, por eso deseamos con todas las fuerzas cambiar de padres. No reflexionamos que tenemos los mejores padres del mundo, porque son los nuestros. Así sean agresivos, conflictivos, enfermos, dependientes, pobres, no agraciados físicamente, viejos… lo que sea, están allí porque los necesitamos precisamente a ellos para evolucionar en el espíritu. En este sentido, hay hijos que se avergüenzan de sus padres y debemos recordar que el primer mandamiento es honrar a los padres. Fuimos nosotros quienes lo decidimos a ellos y no lo contrario, por lo tanto nos corresponde darles las gracias por haber sido el vehículo que nos trajo a este mundo, a vivir lo que planeamos vivir en estado de alma. Los necesitábamos exactamente como ellos eran. Si son rígidos fue que los elegimos así para que nos regularan nuestro comportamiento porque tenemos tendencia a salirnos del carril, si son castigadores es porque necesitábamos pagar alguna deuda kármica y los seleccionamos para que nos hicieran vivir esas experiencias porque de algún modo, las necesitabamos. En otras palabras, todo ha sido nuestra elección. Por lo tanto debemos responsabilizarnos de los padres que elegimos y preguntarnos, ¿Por qué los elegí?, ¿Qué necesitaba aprender de ellos? Si lo vemos así, entonces debemos agradecerles todas sus lecciones porque de ellas aprendimos lo que veníamos a aprender. No hay cabo suelto en esta vida, todo lo que nos pasa, nos pasa por alguna razón importante y somos nosotros los artífices de esos sucesos. Lo que ocurre es que eso es a nivel subconsciente y no llegamos a reflexionar sobre nuestra responsabilidad. En este sentido, no nos sucede nada malo. Todo lo que nos ocurre es una lección que necesitábamos aprender en esta vida para nuestro crecimiento espiritual. Entonces, es hora de perdonar a nuestros padres todo lo que nos hayan hecho. Comencemos por amarlos incondicionalmente, viéndolos como a nosotros mismos. Demostrémosle ese amor con acciones como cuidarlos, decirles palabras que los reconforten, entre otras cosas. Hacer el siguiente ejercicio: Escribir en un cuaderno 70 líneas diarias por una semana o más de acuerdo a la necesidad: Yo fulano de tal, perdono a mi padre por “X” cosa. Igual con la madre, hasta que te desprendas de ese dolor que tienes en tu corazón y que no te deja ver la belleza de quienes te dieron la vida. Otro ejercicio que te limpia el alma es hacer una carta escribiendo todos tus resentimientos hacia ellos como si ellos fueran a recibir esa misiva. Escribir todo, que no te quede nada por dentro. Luego quemarla con la llama de una vela y decir: “con eso se van mis sufrimientos”. Es acto simbólico que el cerebro acepta como una materialización de eliminar lo que te hace sufrir. Si debes aprender a amarlos, aprende, nunca es tarde para perdonarlos porque de esta manera te perdonas a ti mismo y comienzas a ser feliz. La causa primaria de nuestros males radica en los padres, mientras no les perdonemos, no nos liberamos de sufrimiento. Ellos no tuvieron culpa de nada, absolutamente nada de lo que nos pasó. Si tuvimos una infancia triste, si no nos dieron cosas materiales, si no nos dieron amor, si nos abandonaron, todo eso quedó en el pasado, fue necesario e importante para que pudiéramos adquirir templanza, fortaleza espiritual y ahora somos el resultado de eso que vivimos en el pasado. Nada de lamentarse y creer que si hubiéramos tenido otros padres hubiéramos sido más felices. Es que teníamos que aprender a ser felices con lo que elegimos. Si lo vemos así, que fueron nuestra elección, entonces las responsabilidades comienzan a recaer en nosotros mismos y sólo nos resta buscar las causas que nos llevaron a hacer esa elección. Eso los despoja a ellos de cualquier responsabilidad y nos da la oportunidad de verlos desde otra perspectiva.
#Opinón: PERDONAR A NUESTROS PADRES Autor: Sira Vargas Rodriguez
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