#Opinion: MÚSICA Y NAVIDAD autor: Otto Acosta

Con el tiempo la música en Barquisimeto tomó un perfil propio construido por el efecto colonial y el alcance de las expresiones autóctonas. Los instrumentos de cuerdas, viento y percusión fueron aliados de una fuerza creadora interpretada de manera espontánea.
Luego entró la sonora influencia de regiones llaneras y centrales con el cuatro, el joropo y el golpe; a la vez llegaron de las montañas andinas el requinto y el bambuco, además vino impulsado por vientos europeos el violín con el vals vienés, ingredientes que le crearon una definición de identidad musical a Barquisimeto. En toda esa mezcla ha estado presente el talento de sus hijos y así surgieron grandes autores e intérpretes que supieron ganar aplausos en cualquier escenario. El doctor Simón Wohnsiedler en lo individual, y la Orquesta Mavare en lo colectivo, son claras muestras de la personalidad de la música baquisimetana.
En esa onda, apegada a la armonía del canto, en el popular barrio San Juan de Barquisimeto rindió honor al prestigio musical de esta ciudad una estupenda mujer, Doralisa Gménez de Medina, quien se dedicó a cultivar ese mensaje de Dios a través de un coro de voces. En su casa, cerca del templo católico, ella moldeaba la polifónica presencia de niños y niñas dados a las inquietudes artísticas. Sus suaves manos extraían de un viejo piano notas que con maestría acompañaban las expresiones de una muchachada convertida en armonioso y fresco jardín de sonidos, donde siempre estaba presente la espiritualidad universal de Bach, Chopin y Beethoven. Así, la voluntad creadora de Doralisa, con su infinita paciencia y amor por la cultura, le permitió nutrir con talento joven las líneas del pentagrama larense.
Por ese entonces en las misas de aguinaldos que se realizaban durante friolentas horas de la madrugada en la iglesia San Juan, muy concurridas por su tradicional arraigo navideño, cantaban villancicos voces juveniles masculinas y femeninas, entre las que destacaban: Carlota Yépez, Elisa Soteldo, Carmen Daza, Silvia Jiménez y otras. Se oía:
Din-din-din ya es hora de partir,
din-din-din caminos de Belén,
los esposos van de Jerusalén…
Dentro del templo, con caras iluminadas por estar viviendo ese grato momento, los vecinos del barrio y de otros sectores permanecían atentos a los cantos aguinalderos y a las imágenes de un gigante pesebre ubicado en el fondo del sagrado recinto. Una estrella pintada de oro proyectaba su luz sobre rebaños de ovejas, mulas y bueyes que pastaban alrededor de lomas y de pequeñas casas de cartón. San José y la Virgen, bajo humilde techo de madera y palmas, esperaban el nacimiento de Jesús.
Afuera, al finalizar la misa, los participantes de esta madrugadora cita decembrina se protegían del frío mañanero con gruesas franelas o cerradas chaquetas. En grupos, en divertida marcha por el medio de la calle, iban visitando casas de familia adonde llevaban voces corales acompañadas de cuatros, tambores y maracas. Los anfitriones ofrecían café recién colado, dulces arepitas fritas y deleitosa chicha de maíz. Se conversaba y se pactaban apuestas de aguinaldos. Otros se reunían a pasear en bicicleta por los lados de la plaza, frente al templo sanjuanero.
En el aire explotaban ruidos de estirados cohetes y algunos muchachos, de pantalón corto y alpargatas, corrían hacia el lugar donde caían las varitas en vuelo. Eran tiempos sanos de alentadora expresión musical y compartir en Navidad.