#Opinión: Los gaiteros de Lisímaco por: Jorge Euclides Ramirez

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Lisimaco Arturo Gutiérrez Oropeza, así era su nombre, sonoro y redondo, pero nosotros le decíamos solamente Lisímaco, sin apodos ni abreviaturas. En casa me decían que el compañero de estudio tenía el mismo nombre de un sacerdote caroreño muy inteligente y muy santo, lo cual a mí no me cuadraba ya que el Lisímaco que yo conocía si bien era inteligente no era tan santo, a menos que a los santos les gustara la guachafita y la chercha de manera permanente. Tanto asi que él con sano humor y picardía vistió de colores y clarinete los años de nuestra infancia.
Lisimaco fue un líder de la amistad, podía uno disgustarse algunas veces con sus bromas pero al final todos nos rendíamos frente al entusiasmo que le ponía a las actividades grupales. Fue Manager y Center Field del equipo de Beisbol San Agustín el cual tenía como único competidor a los Leones, presidido por Juan Perera. Pero la gran ocurrencia de Lisimaco fue crear un conjunto gaitero cuando en Carora todo el mundo escuchaba villancicos, aguinaldos y parrandas navideñas, como Fuego al Cañón, Casta Paloma, y otras por el estilo. Las gaitas promovían el lado jacarandoso y bohemio de las festividades decembrinas. En Carora como en todo el país tomaron auge luego del éxito de los Cardenales del Éxito llamado La Suegra, a quien calificaban en la letra como una vieja chismosa diciendo cosas de un lado a otro.
Lisímaco se las ingenió para que Don Chimo y Dona Evelia, sus padres, le compraran un furruco, un tambor y una charrasca para iniciar los ensayos. En principio le puso el nombre al conjunto de Los Tiramealgo. Los cuatristas fueron los Morochos de Cache, Jesús Eduardo, Chulalo y Juan Carlos o Juaca como le decía Juan Arcila cuando entrepalos se le pegaba la lengua. Juan Carlos varios años después fue el cuatrista de Jesús Sevillano quien lo consideraba como el mejor cuatrista de Venezuela, el tambor lo tocaba Memo Coronel, quien hacia alardes con los palitos, los tiraba al aire como malabarista y además brincaba sobre el tambor como si este fuera un caballo y él lo jineteara de frente y de espaldas entre salto y salto, Luis Arturo, mal bailarín pero de gran oído musical tocaba el bajo. Tamakun Álvarez y Mario Herrera se turnaban entre el furruco y la charrasca, mientras que Checheíto siempre se reservaba los palitos de la Clave porque el decía que era lo más difícil porque allí se llevaba el ritmo de los demás instrumentos, aunque luego en una rasca nos confesó que él tocaba la clave para no sudar y así no se le fuera la colonia levantapavas que él se ponía. De resto Juan, Cécil, William Quintero, Luis Riera, Chimoito Gerardo Castillo y Alberto Alvarez, Rolando y yo éramos una especie de coro, donde quienes tenían oído cantaban mientas que los sordos rechiflábamos y aplaudíamos.
Los gaiteros de Lisímaco nunca tuvieron presentaciones oficiales pero tocaban en todas partes donde hubiera un picoteo navideño. Varias veces tocaron en el Club Torres y una vez en el Centro Lara a pedimento de Juan Perera. El mérito principal de este conjunto fue el de ser pionero en Carora en el inicio de las gaitas.
Este conjunto también era el gran amenizador de las patinatas etílicas luego de las misas de aguinaldo, las cuales eran a las cinco de la madrugada, duraban media hora y luego todo el mundo salía a comer pan caliente y tomar ron mientras los patinadores hacían filigranas sobre las aceras de las plazas y antes de que saliera el Sol nos íbamos o al Cerrito La Cruz o a Las Palmitas, sitios lejanos para ese entonces y cuya visita semejaba una especie de excursión. La Potente manejada por el Chato Riera y la Pico de Don Chimo manejada por Bartolo era dos unidades infaltables en estas aventuras de madrugada.
Lisímaco murió como han muerto muchos de los amigos aquí citados. Grandes amigos de una generación montada en el filo de dos épocas, fuimos los últimos de una Carora bucólica y los primeros de una vorágine transculturizadora que en nombre de la universalidad le entrego sus tradiciones a las falsas deidades de la modernidad.

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