#Opinión: La última lección de Francisco Carrillo Por: Claudio Beuvrin

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La ciudad como tema

Conocí a Francisco Carrillo cuando nos ambos nos iniciábamos en la docencia en la recién fundada sede de Barquisimeto del Tecnológico Sucre. Compartíamos una preocupación: lograr que los estudiantes comprendieran la importancia de prepararse lo mejor posible para la vida profesional, pero teníamos que luchar contra la convicción generalizada de que el éxito depende poco del conocimiento y mucho del oportuno arrime politico y del aparentar un conocimiento que no se tiene.
Kiko se alejó de la docencia al irse involucrando cada vez más en el ejercicio privado de la profesión, actividad que se empeñó en hacerla bien y honestamente, aun cuando eso pudiera implicar alguna perdida material. Si se equivocaba, lo admitía y remediaba la situación. Esto le llevó a ser considerado como un profesional serio y por ello le fueron confiando cada vez más responsabilidades. Y cuando nos veíamos volvíamos a comentar nuestras preocupaciones por el futuro del país y de la arquitectura.
Fue por eso que lo invité, hace apenas unas semanas, a una charla con mis estudiantes en la escuela de arquitectura de la UCV para que nos hablara de su experiencia profesional, de las dificultades que había tenido y de cómo las confrontó. Para quienes están próximos a graduarse, conversar de estas cosas es una manera de enfrentar los angustiantes fantasmas de un futuro incierto.
Una de las afirmaciones que suscitó mas polémica fue su planteamiento de que la buena arquitectura es elitesca, que no es barata ni está al alcance de todo el mundo. El distinguió entre la simple edilicia y la Arquitectura, con mayúscula. Esta Arquitectura, para materializarla, exige fuertes inversiones, sean públicas o privadas, talento, innovación tecnológica, y de clientes que entiendan la diferencia entre un producto común y uno superior y con voluntad para aportar la diferencia. Por supuesto, no siempre la arquitectura más cara es la mejor, pero de todos modos su afirmación resultó escandalosa para quienes exigen del arquitecto una dedicación total a la llamada arquitectura social, del pueblo y para el pueblo.
Algunas cosas cambian poco con el tiempo: cuando era estudiante de pregrado nos planteábamos las mismas cosas y soñábamos con la llamada “arquitectura necesaria” y nos sentíamos ofendidos si nos remarcaban el mismo punto que treinta años más tarde Kiko nos recordó: ninguna de las grandes obras de arquitectura se logró pichirreando en el diseño, en los materiales, en los espacios y en el sentido de grandeza de la obra por no mirar el futuro a largo plazo. Y pongo el ejemplo más acabado de excelencia arquitectónica en el país: la Ciudad Universitaria de Caracas, la UCV, obra máxima de Carlos Raúl Villanueva, obra que fue comenzada antes de la dictadura de Pérez Jiménez y continuada por este. Tras la caída de la dictadura, esto le valió a Villanueva el ser señalado como “el arquitecto del régimen”, “un vendido a la dictadura”, un “derrochador de los dineros públicos” y cosas parecidas. Quienes así lo insultaban no se acordaban –quizás por desconocerlos-  de los años de Villanueva al frente del Taller de Arquitectura del Banco Obrero, diseñando y construyó miles de viviendas para la clase obrera en todo el país. Muestra local de este esfuerzo son las urbanizaciones de La Concordia, Bararida y otras. En consecuencia y ante el abrumador cumulo de pruebas, la Arquitectura y la edilicia no son contradictorias ni una niega a la otra, son solo dos aspectos del mismo trabajo. Algunos arquitectos atienden ambos temas, otros optan entre uno u otro. Y en un país democrático hay espacio para ambas.
La experiencia profesional de Fruto Vivas, quien también conversaría más tarde con los estudiantes, es muestra de lo falsa que es esa contradicción: ha dedicado muchos años al desarrollo de tecnologías y diseños para los pobres, pero muchas de las obras que confirmaron lo correcto de sus ideas fueron realizadas inicialmente para clientes dispuestos a pagar por el experimento.
También en arquitectura los cambios se dan muy lentamente, con una serie paciente y constante de ensayos, con sus aciertos y errores y capacidad para distinguir unos de otros. Lo que hoy se ensaya en la Gran Arquitectura, si resulta bueno, mañana se utilizará rutinariamente  en la arquitectura social.  El Archivo General de la Nación, construido en 1912, fue el primer edificio venezolano donde se utilizó cemento armado. Fue una obra costosa y si la juzgaran según algunos criterios de hoy, pretendidamente radicales, la acusarían de ser una obra saudita, extraña al sentir venezolano, culpable de utilizar materiales  extranjerizantes y que no se corresponden con la cultura popular.  Pero hoy hasta en el más criollo de los ranchos  se utiliza la misma tecnología.
Paz a sus restos.

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