#opinión: El nuevo motor por: Ramón Guillermo Aveledo

Un corto viaje a Skhirat, la costera ciudad marroquí que alojó la Conferencia Iniciativa por una Comunidad Atlántica a la cual asistí, me permitió acercarme a la dinámica realidad africana, pues pude compartir con líderes de esas naciones. A Marruecos no iba desde finales de los años noventa y uno puede notar el cambio en la vialidad del alto nivel, las edificaciones modernas y, sobre todo, en los campos ordenadamente sembrados que se divisan desde el aeropuerto, cuyo servicio ha mejorado sensiblemente. Marruecos avanza mientras Argel retrocede a pesar de su riqueza petrolera que Marruecos no tiene. El venezolano Ricardo Hausman tiene un ensayo comparativo de ambas economías. La monarquía de Rabat ha manejado las transformaciones con sentido evolutivo y sostenido un sistema tolerante de convivencia y paz. En Libia ha habido cambios políticos violentos y una situación que aún no se estabiliza. En Tunez también hubo cambios en el sentido de la apertura democrática mediante rebelión popular. Pero el Magreb es distinto al Africa Subsahariana.
La noción predominante respecto a Africa es la de un continente signado por la política caótica y el atraso económico, huellas lamentables del colonialismo, sociedades tribales con serias dificultades para asumir la modernidad y sus retos y enormes desigualdades. Pero, como tarde o temprano sucede con los lugares comunes, empiezan a mostrar sus insuficiencias. Cuando nos asomamos al mundo africano durante la Copa Mundial de Futbol celebrada en Africa del Sur en 2010, lo que pudimos apreciar era que las cosas son diferentes a lo que suponemos. Hoy el mundo admira a Nelson Mandela por una proeza política que es materia prima de la literatura y el cine.
La revista TIME dedica un número reciente al despertar africano, y califica al continente como el próximo motor del crecimiento mundial. Desde 2003, el PIB de los cuarenta y ocho países de Africa Sub Sahariana ha crecido un promedio de entre cinco y siete por ciento anual. Este año, cinco países africanos crecerán más que China, veintiuno lo harán más que India y solo dos, Gambia y Swazilandia se expandirán más lentamente que Europa y los Estados Unidos. Ghana creció 14.4% en 2011 y la proporción de niños en las escuelas aumento un quinto en cuatro años para alcanzar 100% en 2007. En Kenya crece la banca aceleradamente. Claro que hay casos como Zimbabwe del eterno Robert Mugabe, cuyo largo ejercicio del poder total lo convirtió de héroe en villano, y la República Democrática del Congo, antes Zaire, antes Congo Belga, cuyo ingreso per capita es el más bajo de Africa.
El afro-pesimismo es obsoleto, dice el semanario norteamericano, pero el afro-optimismo es prematuro. Que las cosas estén cambiando, y mucho, no quiere decir que los grandes males crónicos de la región han desaparecido. Siguen vigentes retos descomunales. Mientras las economías se modernizan, los gobernantes no marchan al mismo paso. Demasiadas corrupción e impunidad están allí para frenar la marcha ascendente y anunciar crisis políticas venideras.
La población africana es joven, apenas pasa los 18 años la edad promedio en 2010. Eso también crece a un ritmo más veloz que en el resto del planeta. En la próxima década, se supone que los escolares africanos al Sur del desierto del Sahara alcanzarán 108 millones, hoy solo el 35% de los jóvenes de la región están en educación media. Más de un tercio de los jóvenes del mundo en 2100 serán africanos.
Pobreza en amplios sectores más que extrema, desigualdades marcadas en diverso orden, problemas políticos, enfermedades como el SIDA. No es sencilla la tarea del liderazgo y la sociedad de los pueblos africanos. Pero si algo está claro es que la esperanza de una vida mejor no les está negada, que sus oportunidades son reales y sus avances empiezan a ser tangibles.