Asediados por una práctica sociopolítica que convirtió el proceso electoral en una actividad cuasi cotidiana en la vida del venezolano, y en medio de circunstancias imprevistas que amenazan con darle continuidad inusitada, el tema del buen gobierno se torna recurrente como objeto de reflexión y estudio en los círculos académicos.
Desde el último decenio del siglo pasado, está presente en los escenarios donde se debate acerca de los problemas vinculados al desarrollo, a la pobreza y a las causas de la crisis en la cual están sumergidas las principales economías del planeta y otras que durante años la han padecido. Tal como apunta Joan Prats Catalá, se trata de un concepto que aparece rodeado de “peligrosas confusiones”, desde sus orígenes, cuando el Banco Mundial, lo acuña para aludir a explicaciones sobre las disfunciones de esa crisis, presente en el continente africano, en 1989, y advertía en torno a una crisis de gobernabilidad real.
El Instituto Nacional para el Federalismo y el Desarrollo Municipal (INAFED), en México, en el año 2006, refiriéndose a las características del Buen Gobierno Municipal, plantean diez (10) lecciones prácticas para que las autoridades electas lo acometan con propiedad, a partir de: un ejercicio legítimo y democrático; un trabajo serio para alcanzar el desarrollo sostenible y la mejora en la calidad de vida de la ciudadanía; el involucramiento de la población en los ámbitos y las decisiones; y la formulación de políticas y acciones regidas y orientadas a la equidad y la justicia, porque el objetivo prioritario de un municipio bien gobernado no es la ciudad ni el territorio, como infraestructura sino que el objetivo real, principal, son los ciudadanos.
Autores los hay, cuyas reflexiones han contribuido a sistematizar el pensamiento político, jurídico y filosófico, con bastante antelación lo abordaron, tal como lo muestra, por ejemplo, HCF Mansilla en su interesante ensayo: “Las Teorías Clásicas sobre el Buen Gobierno y su significación actual”. (Revista de Estudios Políticos. Nueva Epoca. 1982). Igualmente, Manuel Alcántara Sáez, (Gobernabilidad, Crisis y Cambio (Fondo de Cutura Económica, México. 1995), quien advierte acerca de las transformaciones que los cambios de época traen aparejados y que modifican radicalmente los sistemas políticos sin que ningún modelo de Estado hasta ahora existente pueda situarse al margen de ellos, incluyendo el Estado Nacional Popular, el Estado Socialista y el Estado de Bienestar, no obstante, la incapacidad para procesar y adaptarse a tales cambios los convierte en ingobernables.
En 1998, se incorpora a la literatura especializada las tesis de Gerry Stoker (El “buen gobierno” como teoría: cinco propuestas), donde enuncia la necesidad que el gobierno más allá del poder que detenta para mandar o emplear su autoridad en función de lograr que se hagan las cosas, está obligado a ampliar sus técnicas e instrumentos para dirigir y guiar al colectivo, dando lugar a nuevos conceptos, categorías y formas de coordinación, integración regulación, co-equlibrio, etc., aspectos que luego enriquecen la teoría acerca de la participación ciudadana.
En nuestro medio, el amigo Pier Paolo Pasceri, ha disertado acerca de la teoría del buen gobierno expuesta por Alexander Hamilton, uno de los padres fundadores de los Estados Unidos de Norte América, quien a mediados del siglo XVIII, ya argumentaba a favor de la tesis de la reelección continua y su no contradicción con la democracia, toda vez que por esta vía el pueblo podía prolongar una administración positiva en su propio beneficio con base en las virtudes del gobernante.
En alusión al buen gobierno y su legitimidad, refiere Pasceri tres requisitos como son: la legitimidad de origen (el soporte electoral); la legitimidad de desempeño (actuación ética del gobernante); y la legitimidad de resultados (rendición de cuentas en términos de una gestión eficiente, eficaz y efectiva).
Más allá de los elementos teóricos descritos, la realidad llega a mostrar signos evidentes de ingobernabilidad y la propia práctica electoral, en muchos casos, intenta superar con los tradicionales mecanismos de clientelismo, nepotismo y corrupción que en mucho contribuyen a la perversión del sistema democrático.