Argentina es una nación históricamente rica, con una sociedad de alto standard cultural y asentada en una robusta institucionalidad, pero ello no la exime de algunas peculiaridades sociológicas que sorprenden a propios y extraños. Un viejo amigo, hoy figura descollante en el ámbito de la actualidad política, llegó a decirme: “…ese no era un país serio…”. Consciente era él de su hiperbólico señalamiento, pero sin duda quería mostrar con su exageración la sorpresa que le deparaba alguna noticia proveniente del sur. Y es cierto, cuesta comprender como dentro de su notable devenir histórico aparezcan incordios culturales que mitologizan a héroes de papelillo, ya que si bien es explicable como la inconsistencia caribeña puede regocijarse en el liderazgo de payasos con charreteras, cuesta asimilar lo estrambótico de las idolatrías sureñas. Pero bien, no pretendo asumir el rumbo de un enfoque socio-antropológico y en alguna otra oportunidad podríamos retomar el hilo para conversar sobre este inagotable tópico. Hoy nos contentaremos con referir una simple historia de difuntos y villanos.
Bernardo Neustadt (1925-2008) fue un periodista argentino de origen rumano que tuvo una dilatada actuación en la vida pública de la nación sureña. Sus inicios como profesional lo llevaron a identificarse con el régimen peronista desde el mismo momento en el cual éste se instauró, destacándose tanto por sus innegables condiciones para el ejercicio periodístico como por el notorio servilismo que ponía en práctica para relacionarse con sus superiores. Llegó a ser tan prominente esta faceta de su conducta, que ella opacó totalmente el cariz de sus méritos reales; pero además, como es lógico colegir, la obsecuencia viene acompañada de otros rasgos que retratan la miseria íntima y este fablistán, convertido ya en todo un símbolo del mimetismo más descarado, se sumó a la legión de confidentes y soplones que aparecían con los cambios de gobierno. Cada traslado de trinchera requería de autos de fe ante el nuevo amo y en aras a ese incontrovertible precepto que rige la vileza, entregó la cabeza de muchos que con él habían compartido labores. De esa manera, su ruta vital quedo plagada de traiciones, infidencias y delaciones, y cuando falleció en junio del año dos mil ocho, muchas personas musitaron una oración, no por el descanso de su alma, sino por la alegría que les deparaba el destino al ser testigos de la desaparición de un ser que practicó de manera tan esmerada la ruindad. En ese abigarrado y jubiloso grupo estaba Miguel Bonasso, quien había sido un joven colaborador de Neustadt en varios medios de comunicación. Periodista y escritor con abierta militancia en los grupos más radicales que hacían vida en el peronismo de los 70 y 80, sufrió persecuciones de distinta índole y se vio envuelto en la vorágine de la lucha que se desató luego de la caída del régimen que encabezó María Estela Martínez de Perón. Era obvio que en ese contexto este militante montonero fuese una de las víctimas propiciatorias del personaje de marras, por lo que luego del advenimiento democrático en 1983, ello se mostró abiertamente en enfrentamientos de distinto tenor que tuvieron como escenarios las columnas de prensa y hasta las propias instancias jurisdiccionales.
Cuando muere Neustadt, no faltaron las falsas alegorías y las consternaciones hipócritas. Como sucede en todas las latitudes, la muerte pareciese ser un manto de purificación que borra de ipso facto la huella de los infames; pero como antes decía, Argentina es un caleidoscopio de excentricidades y la voz de Bonnaso se irguió para decir a través de todos los medios de comunicación lo que muchos degustaban pero escondían: «…..la muerte no lo santifica; Neustadt tiene todo en rojo, no hay nada bueno que decir de él, todo fue negativo». “… Su desaparición no puede ocultar lo abyecto de su trayectoria y es un sarcasmo que haya fallecido el día del periodista….”
Esta pequeña historia viene a colación porque vale la pena meditar sobre analogías, pensar en la autenticidad, reflexionar sobre la franqueza.
#opinion: Un cuento para el futuro cercano por: Manuel Salvador Ramos
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