La semana pasada tuve que ir al Hospital de Clínicas Caracas varias veces. No recuerdo si fue el martes o el miércoles que vi tres patrullas del Sebin estacionadas en la entrada, donde está la emergencia. Justo cuando yo pasaba, de una de las patrullas se bajó un funcionario que estaba más armado que el personaje de Rambo. Tenía una ametralladora (o sub ametralladora, por suerte el mundo de las armas no ha sido ni será mi fuerte), las municiones como una banda terciada en su pecho y una pistola en la mano. Me pregunté cómo haría para disparar ambas a la vez.
Había una cantidad de funcionarios en la acera, igualmente apertrechados. “¿Qué estará pasando?”, me pregunté alarmada. Pues pasaba que el Comisario Iván Simonovis estaba adentro de la clínica. ¡Santo Dios! ¡Toda esa gente para cuidar a Simonovis y el hampa haciendo de las suyas en el resto del país! ¡Qué ironía!
Sentí dolor al enterarme de que al Comisario no le practicaron el examen más relevante porque el “médico” del Sebin no lo permitió. ¿Y el juramento hipocrático? No encuentro palabras para calificar la actitud tanto de quienes dieron esa orden como de quien la ejecutó.
El Presidente de la República –si de verdad está tan enfermo como dicen- ha podido viajar y ha dispuesto de todo el dinero necesario para hacerse los exámenes y tratamientos que ha requerido. ¡Qué lástima que no tenga la más mínima consideración con otro hombre enfermo!
El miércoles tuve que ir a la Avenida Urdaneta. Cerca de la esquina de Urapal sonaron dos detonaciones. Parecían disparos, pero nadie se inmutó. Un buhonero que notó mi zozobra me dijo “no se preocupe, señora. Si hubieran matado a alguien ya otra persona hubiera gritado”. Sentí un aire helado en el estómago. “¿Entonces sí eran tiros?”, le pregunté. “Sí, pero aquí es “normal” escucharlos. Tal vez fueron tiros al aire”. Un gatillo alegre, pues. Y la gente impertérrita. Nada de qué preocuparse. Yo insisto en que cada vez nos hundiremos más como sociedad si aceptamos como normales las cosas y eventos que no lo son. No es normal que haya un gatillo alegre disparando al aire y menos normal es que nadie se inmute por ello.
Por eso en mi camino de vuelta por la Cota Mil me indignó tanto ver los afiches y vallas de la propaganda electoral de Elías Jaua. “Para “recuperar” Miranda”. “Elías Jaua juramentará cinco mil nuevos policías para acabar con la inseguridad” ¡Hay que ser caradura para ofrecer eso como si él no tuviera nada que ver con la situación de peligro e impunidad que vivimos! ¡Jaua fue vicepresidente de la República los dos últimos años! El Gobierno Nacional redujo a su mínima expresión el presupuesto de la Gobernación de Miranda. Sin pensar a cuántas personas afectaban con la medida. Los mirandinos no contaban. Había que fregar como fuera al gobernador porque era de oposición. Como han hecho en otras gobernaciones de oposición y en la Alcaldía Mayor. Como si “fregar” al gobernador fuera solo eso, fregar a una sola persona. El presupuesto del Estado Miranda se redujo hasta el punto de que el gobernador Capriles tuvo que escoger entre dotar escuelas o comprar patrullas y optó por lo primero. Yo también hubiera optado por la educación versus la represión. Pero no se trataba de escoger una u otra. Había que dotar escuelas y tener patrullas y funcionarios bien entrenados y bien pagados.
Hay que tragar grueso. El candidato Jaua ofrece ponerle coto a la inseguridad… ¿por qué cuando era parte del gabinete ejecutivo, con una chequera ilimitada, no puso ese mismo empeño? ¿Por qué debemos creerle que ahora sí va a hacerlo?
Ya ha pasado demasiado tiempo para que el gobierno, si de verdad hubiera tenido intenciones de disminuir la inseguridad, lo hubiera hecho. Los índices más bien apuntan a su absoluta incapacidad o a alguna otra muy oscura razón…
En cualquier caso, lo que da más rabia ya no es que nos digan mentiras, sino que nos consideren tan imbéciles como para creerlas. ¡Los imbéciles son otros!
@cjaimesb