La calidad de vida que han disfrutado los ciudadanos europeos hasta los últimos tiempos se ha visto fuertemente golpeada por la crisis económica que están sufriendo.
Su padecimiento ha servido de base para que muchos venezolanos se llenen de consuelo, de satisfacción y de alegría, pues al comparar con Venezuela, llegan hasta a enaltecer todo el estado de cosas que se sufre a diario en esta nación.
Al comparar las crisis europea y venezolana es necesario tener en cuenta determinados criterios, que sirvan de bases para poder emitir juicios de valor con pertinencia. En este sentido, mientras en Europa los gobiernos de esos Estados han aportado grandes esfuerzos por avanzar hacia un enorme sistema de integración (lleno de virtudes y defectos), en América del Sur, por el contrario, Venezuela ha sido único protagonista de la destrucción de la Comunidad Andina, a la vez que el oportunismo y el auspicio de su abultada chequera de dólares petroleros ha forzado su ingreso en el Mercosur, sin el consentimiento de todos los miembros originarios de ese sistema de libre mercado subregional.
Las razones por las cuales protestan los ciudadanos europeos están dadas por la rotura de su estabilidad, por la pérdida de los altos niveles en su calidad de vida. Dichos niveles de calidad han estado sostenidos por los propios ciudadanos, quienes mediante altas tasas de impuestos alimentan el tesoro público; tales impuestos deben ser devueltos por los gobiernos mediante bienes y servicios públicos de alta calidad, comenzando por los más esenciales: salud, educación, transporte y espacios públicos (plazas, parques, aceras y calles en buen estado), entre otros. También existe el imperio de la ley y de la autoridad, por lo que ni siquiera los venezolanos turistas se atreven a cruzar una calle europea en un punto distinto al que está marcado por el rayado peatonal.
En Venezuela, la renta petrolera ha servido para que la administración pública de turno pueda mantener a su antojo a todo un enorme clientelismo político, que ha perdurado en el tiempo. Pese al enorme caudal de recursos, aquí la lucha no es por mantener elevados niveles de calidad de vida, sino para exigirle al Estado que transfiera las reivindicaciones socioeconómicas laborales de toda una vida (que llegan a cuentagotas), o para exigirle las dadivas a favor de quienes ni siquiera mueven un dedo para ganarse el pan de cada día.
Las cifras de inflación de 4%, en un escenario de libertades económicas, resultan alarmantes para cualquier país europeo, en contraste con una Venezuela que puede alcanzar esa cifra en tan sólo un mes (particularmente en alimentos y bebidas no alcohólicas), pese a la existencia de férreos controles de precios y de cambio. Los altos precios internacionales del petróleo implican una mayor presión económica para Europa, mientras que en Venezuela la máxima autoridad gubernamental ruega porque se mantengan en el tiempo, pues de otro modo sería insostenible su poder político.
El desempleo de 8,7% en Venezuela, debería significar abundancia de bienes y servicios; sin embargo los ciudadanos estamos obligados a acudir a los comercios subsidiados por el Estado (o sea, por nosotros mismos), para poder conseguir un único producto, de una única marca a un único precio (cercenando nuestra libertad económica). Por su parte, pese al 25% de desempleo en España (por ejemplo), es posible conseguir diversidad de productos, de diversas marcas, en diversidad de lugares.
¿Por qué miras la paja que hay en el ojo de tu hermano y no ves la viga que está en el tuyo? (Juan 6,41).