Por su parte, el doctor Humberto Prado, director del Observatorio General de Prisiones, destacó durante su conferencia Situación penitenciaria de Venezuela, que en los centros de reclusión se vive un hacinamiento crítico que no es atendido por las autoridades, “ni siquiera por el nuevo Ministerio para el Servicio Penitenciario” a cargo de la ex diputada Iris Valera.
De hecho, “desde que se creó el Ministerio los crímenes han aumentado. No se trata de construir más cárceles solamente sino de abordar el problema de manera integral”. Mencionó el caso de la cárcel de Uribana, ubicada en el norte de Barquisimeto. Hay un exceso de población penal en relación con la capacidad de sus instalaciones, calculada en 300%.
“Uribana fue creada para 800 presos y hay más de 3 mil. La triste realidad de nuestros centros penitenciarios es que no hay espacio para un recluso más.
Con la reducción de espacios, también se reducen los derechos humanos porque conviven como animales tratando de salir con vida”.
Las cárceles del país, dijo Prado, son el reflejo de la sociedad. Analizó que Venezuela se encuentra entre los países más peligrosos de Latinoamérica y ese fatídico título no es motivo de orgullo sino de preocupación y de acción por parte del Estado y, sobre todo, de las familias que deben empezar a retomar los valores.
Indicó que buena parte de la población penal es joven por lo cual se deja ver la falta de acompañamiento del entorno familiar o social.
Desde el Observatorio General de Prisiones han brotado incontables denuncias que apuntan hacia una mejor calidad de vida para los internos, sin embargo, no son receptivos en canalizar las ayudas necesarias.
El tiempo de ocio en las cárceles, expresó, es cada vez más improductivo. No hay capacitación ni enseñan oficios a toda la población carcelaria, haciendo que los recluidos se dediquen a delinquir dentro de los propios recintos de prisión o también ocurran enfrentamientos entre ellos.
El experto señaló que alrededor de 150 presos mueren anualmente en Latinoamérica, producto de las riñas, intolerancia y otras diferencias que, en ocasiones, surgen precisamente del hacinamiento que padecen.