El mercado es el objetivo de toda industria y de todo comercio, lo cual no es necesariamente malo, impropio o ilegal, en tanto que se trata de colocar bienes o servicios producidos por unas personas en manos de otras, quienes las necesitan. Esta claro que las motivaciones de quienes lo realizan, ejercen o dirigen es exclusivamente crematístico y en virtud de ello, sus objetivos siempre van a estar por encima de cualesquier otro valor. De acuerdo a los actuales postulados económicos, el esfuerzo en términos de fondos, materia prima, instalaciones, maquinaria, etc., necesariamente deben un beneficio sustancial, es decir, la máxima cantidad de beneficios en productos manufacturados u ofrecidos, en respuesta a sus inversiones, es decir, un balance ¿racional? Entre costos y beneficios.
Comoquiera que la mayor parte de las inversiones son costos fijos –después de liberar aquellos iniciales, de acuerdo a la economía de escala- llega un momento cuando el valor por unidad de lo producido alcanza precios irrisorios –sino que lo digan los dragones orientales, que producen por millones- lo cual puede representar un problema, la acumulación de inventarios, a los que cuesta almacenar, debido a que casi siempre la producción supera a la demanda, siempre hay mas productos de los que la gente necesita. sobre todo en la época actual.
La industria-comercio debe salir de ellos, para lo cual se sirve del comercio. Sin embargo, eso se presentó a comienzos de la era industrial; para tal efecto, el comercio inventó una solución para la disposición de tales “excedentes” Dado que se requería de mecanismos que inciten al consumo –aun innecesario- se acudió a la manipulación de las mentes de los consumidores, para lo que se inventó la Publicidad, mediante la cual se crean necesidades espurias, inexistentes. Hoy, esa es una de las principales industrias del mundo, de la cual viven la televisión, la prensa, los concursos de belleza y hasta los poco ético mensajes subliminales.
La publicidad yla propaganda se alimentan de nuestra propia conducta, de nuestra actitud como consumidores, de nuestros propios vicios y debilidades afianzadas por las tensiones del mundo actual, cada vez peor. El escaso tiempo del cual dispone la mayoría de los consumidores –que somos todos- en un mundo lleno de contradicciones, no nos permite razonar, adoptamos decisiones irreflexivas, orientados solo por la vista, el estómago y los mensajes publicitarios. Esto ha sido comprendido muy bien por los psicólogos al servicio de las agencias publicitarias del mundo, con capital en Madison Avenue, New York. De hecho, entre los consumidores y los publicistas hemos estructurado un sistema de consumo que nos induce a gastar un dinero, que no tenemos, en cosas que no necesitamos, para crear falsas impresiones en personas que, en el fondo no nos importan.
Adquirimos cosas inútiles, obnubilados y deslumbrados por la vista, la novedad, los colores o una aparente utilidad. Admitámoslo, somos consumistas acicateados y adoctrinados por el constante bombardeo publicitario. Consumimos comidas rápidas –chatarra- por pereza, falta de tiempo para cocinar o simplemente porque no sabemos hacerlo. Buena parte de nosotros consumimos de manera compulsiva, incitados por diversas formas de propaganda.La compulsión de compararnos con las posesiones de los vecinos; se tratab de los símbolos del status, de la ostentación. Todo eso por parte de los consumidores y el síndrome mayamero del “ta barato”.En cambio, por parte de los mercados, el comercio y la competencia, se considera legítima la especulación, acaparar artículos para manipular artificialmente la oferta y los precios, a lo que ayudan los cantos de sirena de la publicidad y siguiendo las normas clásicas del agio y la usura.
La economía de escala, que debería abaratar los precios – de hecho lo hace- de los artículos de consumo, pero las ventajas son conculcadas por los ejecutivos de las empresas –sobre todo las farmacéuticas y las químicas- por lo que el ahorrono llega alconsumidor final. De hecho, el mercado es el dios ante el cual se inclinan en postración los empresarios -sobre todo aquellos inescrupulosos- mientras los consumidores nos postramos estúpidamente ate los designios ilegitimos de las empresas transnacionales que nos esquilman, quienes no son nuestros, por el contario, nos antagonizan. Luce patético cuando un asalariado justifica los abusos de un sistema que lo esclaviza. El mercado es algo propio y legítimo de los sistemas sociales humanos; pero la codicia, el agio ni la usura lo son, en tanto que se trata de vicios arraigados por las peores manifestaciones negativas de la condición humana.