José delante con la mano tirando del cabestro y María sobre el cansado burrito eran toda una nota de desamparo en la desbordada ciudad de Belén, donde gente de toda la comarca se había reunido por razones oficiales. En todas las posadas recibían la misma respuesta, no habían habitaciones disponibles. Pero José y María continuaban tocando puertas sin amilanarse ante las reiteradas negativas. Así caminaron todas las calles del centro de Belén, el hombre maduro con semblante de dignidad y cansancio y sobre el asno la virginal María con su cara radiante, su cara de niña todavía. Eran la pareja perfecta para ablandar duros corazones, pero desde arriba estaba previsto que sus pasos sobre las mismas calles simbolizaran el circular peregrinaje del humana, de la razón y los intereses, hasta los sentimientos y las elevaciones espirituales.
De tanto recorrer los mismos sitios el bueno de José decidió pasar la noche en descampado y recibir a Dios solamente con el cobijo de la brisa y el manto titilante de luminarias dispuestas para esa noche especial. Las casas de Belén estaban llenas de visitantes e invitados, las habitaciones ubicadas en la parte superior servían de techo para los establos o pesebres donde los jinetes descansaban sus cabalgaduras y los agricultores sus animales de labranza. No había lugar para albergar a un Santo, a una Virgen y a un Niño Dios que cambiaría la historia del planeta.
Marchaba pues José con María montada en su burrito a reconstruir el mundo en la soledad peligrosa del campo, de pronto algo le impulsó tocar la puerta de una humilde casa situada casi en las afueras de Belén, encontró un corazón reblandecido. Aunque no había tampoco sitio en las habitaciones superiores, pocas y estrechas, le ofrecieron cobijo donde la familia resguardaba de la intemperie sus dos únicos animales de trabajo, un buey de labranza y una mula para llevar y traer agua del pozo hasta la siembra.
El dueño de la casa les entregó también un pequeño farol resaltar siluetas entre la penumbra. La noticia corrió entre los pastores a, informados sobre la singular pareja requerida de solidaridad o simplemente de testigos para el registro de una nueva realidad para la Tierra. Como testimonio legitimo , histórico y cierto, quedó consignado por los evangelistas en sus escrituras con varias décadas de distancia, que la llamada de atención a los pastores fue una luz blanca y poderosa que dentro de un pesebre podía observarse a varios kilómetros de distancia.
Cautivados por esa luminosidad que mas allá de los ojos removía las ternuras mas intimas de cualquier ser humano los pastores rodeados de sus ovejas marcharon presurosos a tocar el cielo con sus manos y allí en una estampa de dulzura , divinidad y fuerza mística se produjo el mas importante evento planetario al concentrarse la potencia del Cosmos en el limitado cuerpo de un ser humano, un ser que vino a mostrarnos el camino de cómo regresar a esos espacios infinitos de bondad dando su vida como prueba y sacrificio y dejándonos como ruta inequívoca y segura su ejemplo , su palabra y su luz de verdad liberadora.
La gran pregunta que debemos hacernos es: ¿De quien recogieron los evangelistas todos los detalles de esa noche luminiscente, accidentada y vencedora? Sin duda alguna que de los pastores que durante esa larga y perdurable noche, haciendo compañía a la Sagrada Familia, se enteraron de los pormenores recientemente acaecidos. Fueron así estos santos pastores los primeros reporteros que sin importarle obligaciones pecuniarias, estado del tiempo, peligrosidad de una urbe atestada de extraños, corrieron sin pereza, miedo ni desmayo a servir de testigos de esa inmensa y avasallante verdad que era tener un Dios humano dispuesto a derrotar con su amor todas las ambiciones y poderes terrenales. Fueron estos pastores periodistas, al mismo tiempo que los primeros devotos de esta causa inconclusa por la paz, los informantes insustituibles sobre quienes se soporta la convicción y la fe de miles de millones de personas que habitamos este globo que viaja insignificante en la inmensidad del Universo.
Aquella noche en la cual se detuvo el tiempo para abrirle puertas y ventanas al perdón, la tolerancia y la convivencia fue registrada por los primeros reporteros de la era católica, los pastores de Belén. Amemos y defendamos el periodismo que informa con dolor sobre tragedias y con gozo sobre la heroicidad de lo bueno. Amén.