#Opinión: COOPERAR O FRACASAR. Por: Ramón Guillermo Aveledo

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En Skhirat, Marruecos, participo en la Conferencia Internacional de la Iniciativa por una Comunidad Atlántica.
No hay alternativa a cooperar. Estamos ante problemas de gobernabilidad que requieren acción internacional. Nadie es tan fuerte para resolverlos solo, ni tan poderoso para imponer su solución a todos. Los países del Norte y del Sur se necesitan, y en el concepto de la Comunidad Atlántica podemos encontrar un ámbito para cooperar. La comunidad requiere inversión, tecnología, mercados para las exportaciones, financiamiento, flujos estables de capitales, cooperación para la seguridad, en el combate al narcotráfico y el terrorismo, y reglas claras para la migración. Los temas del medio ambiente solo pueden ser eficazmente enfrentados con estrategias multinacionales.
El océano Atlántico tiene un profundo impacto climático. El patrón de circulación de sus aguas ha constituido un factor primordial de ajuste climático por medio del efecto que las aguas cálidas del trópico causa en las altas y frías latitudes. El volumen de emisiones de gases que contribuyen al calentamiento global ha continuado. Actualmente las negociaciones están estancadas. Una comunidad atlántica con visión puede ejercer un liderazgo humanitariamente constructivo.
La energía es uno de los factores más importantes de seguridad en los tiempos que corren. Yergin ha definido a la seguridad energética como la disponibilidad de una oferta abundante de fuentes de energía a precios razonables.  Los mercados de energía siguen siendo mercados mundiales y nadie está al margen de ellos. Las variables que hoy mueven los precios del petróleo están ampliamente dispersas a los largo del planeta: la demanda china, los problemas geopolíticos del Medio Oriente, o la inestabilidad o estabilidad en este o aquel país petrolero. Estamos en el mismo bote y por ello el contacto permanente entre consumidores y productores debería ser la norma.
Es común escuchar que el siglo XX fue el siglo del Atlántico y que el siglo XXI será el del Pacífico. Es cierto que el desarrollo de las naciones asiáticas nos pone frente a un panorama internacional de mayor equilibrio global y que puede ser de mayores oportunidades para el bienestar de los pueblos. Millones de personas han salido de la pobreza como resultado del rápido y sostenido crecimiento económico en el Este, luego el Sudeste Asiático y ahora señaladamente en China e India. Pero los hechos desafían el simplismo. Es irreal imaginarse un destino planetario que no esté interrelacionado.  El XXI debe ser el siglo de la humanidad. De la agenda común. Avances como el desarrollo de la ciencia y la tecnología y la tutela internacional de los derechos humanos nos permiten soñar con el fortalecimiento de Naciones Unidas,  con la solidaridad de todos los pueblos y el fin de la pobreza y la enfermedad.
En 1951, Jacques Maritain, se atrevió a plantearse un “gobierno mundial” o, como él mismo aclaró “una organización política mundial genuina”. Seis décadas después podemos ver que tanto los asuntos de la paz y la guerra, como el afrontamiento de cuestiones de la humanidad: medio ambiente, energía, narcotráfico, delincuencia organizada transnacional, terrorismo, grandes endemias, exigen un enfoque que trasciende a las fronteras nacionales.
Venezuela es un país andino, caribeño, amazónico y atlántico. Con una riqueza energética, en hidrocarburos y agua, así como en otros recursos naturales bastante mal aprovechados. De nuestra ubicación geográfica surge una vocación para la cooperación. Nuestros valores tradicionales de democracia y diplomacia promotora del Derecho Internacional nos dicen que, no obstante sus modestas dimensiones, una Venezuela a tono con las realidades y  posibilidades del mundo de hoy, y comprometida en una agenda constructiva puede ser útil a su propio futuro siendo útil a la humanidad. Para eso, tenemos mucho que cambiar aquí.

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