A comienzos del «proceso» – con las primeras muestras de ineptitud de sus funcionarios – algunos desviaron las críticas diciendo: «la culpa no es del loco sino de quién le da el garrote», colocando toda la responsabilidad en el máximo vocero.
Ahora, mientras corremos a pasos agigantados hacia una gran debacle económica, y cuando entre silencios las gallinas comienzan a cantar como gallos, parece oportuno preguntar si el único responsable del desastre es quién deslumbró la imaginación de grandes masas, reteniendo su lealtad por casi tres lustros.
Ó si una culpa fundamental la tiene el puñado de náufragos del hundimiento comunista que infiltraron el intelecto – virgen de cultura – de un desaforado suboficial, facilitándole el destructivo garrote de una ideología disfuncional.
Ante un reciente mutismo, resaltan esos autores intelectuales que con pinceladas de «teque-teque» – rellenaron una pizarra en blanco de conocimientos, que -a puro caletre- asimilaba sus enseñanzas.
En el epicentro del desastre, destaca el «maestro» principal: Una especie de Rasputín Rojo, con atributos de Zar económico, que por medio de su pupilo impone un demencial dogmatismo comunista – sin que nadie jamás haya votado por él.
Cual desquiciado Doctor Mengele de la economía, el personaje ha tenido manos libres para experimentar a su antojo sobre el cuerpo viviente de la nación venezolana durante 14 años: desde «saraos» hasta gallineros verticales.
Tras la apacible fachada hierve una arrogante desconexión con la realidad, dispuesta a sacrificar generaciones enteras de venezolanos ante una quimera utópica personal – todo un obnubilado fanático que devora sus propias trazas de estalinismo puro.
Carente de mayores credenciales económicas – la única fuerza del obstinado monje comunista es la incondicional subordinación hacia quién le sacó del más merecido de los anonimatos y que a cambio parece prisionero de su hipnótico hechizo ideológico. ¿Quién mandará a quién?
Su gran logro no es sostener -mediante malabarismos, maromas y manipulación estadística- una destructiva «economía revolucionaria» en perenne huída hacia adelante, surfeando una riqueza petrolera jamás vista en nuestra historia.
Su «milagro económico» ha sido planificar y administrar la increíble abundancia con tal escasez de criterio que al cabo de 14 años imperan la improvisación, la dilapidación y la corrupción, en medio de una mediocridad tan abismal que de ella solo quedará el mal recuerdo. Pareciera que este monje – si lo dejan – sellará la destrucción de todo el descabellado «proceso».
#Opinión: Un Rasputín rojo Por: Antonio A. Herrera-Vaillant
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