El tema no es nuevo, pero está sobre el tapete. La semana pasada, el Consejo Municipal de Derechos del Niños, Niñas y Adolescentes de Maracaibo comenzó una campaña de sensibilización para tratar de minimizar el hostigamiento escolar. La situación es preocupante en todo el mundo. Hay casos que han llevado a niños al suicidio. Por desgracia, en Venezuela los índices han incrementado de manera alarmante. Hace poco, Manuel Alfredo Rodríguez escribió un concienzudo artículo en El Universal. Definitivamente, no es fácil detenerlo.
Por lo general, los agredidos no denuncian el hostigamiento, pues saben que ir a las autoridades de la escuela o liceo lo que hará es empeorar las cosas. Tampoco hablan en sus casas. Cuando los padres se enteran por lo general ya ha corrido demasiada agua por debajo del puente. Sin embargo, hay señales de que un muchacho está pidiendo ayuda. Recuerdo en particular una que me impactó mucho de un niño pequeño que le decía a su mamá todas las noches “ojalá me muera para no tener que ir al colegio mañana”. Ella no le daba mayor importancia al asunto, decía que él estaba manipulando… Yo no sé si peco de exagerada, pero jamás hubiera podido quedarme con esa angustia entre el pecho y la espalda. Tal vez manipula si lo dice una vez, pero no si lo manifiesta todas las noches. Conocí otro caso de una niña nueva en un colegio a quien sus compañeros no le hablaron durante todo el año, como si no existiera. La madre, en este caso, tuvo la sensatez de tomar cartas en el asunto y cambiarla a otra institución.
Los niños y los adolescentes necesitan más que nadie sentir que pertenecen a un grupo. Es parte de su crecimiento y de su adaptación a la sociedad. Un adulto puede escoger ser un ermitaño –aunque dudo que haya muchos- pero como decisión libérrima luego de haber pasado por una serie de experiencias similares a las que pasan los jóvenes hostigados.
Hay muchos tipos de hostigamientos, pero todos son dañinos y no se olvidan. Una compañera mía de colegio me dijo hace poco tiempo cuán agradecida estaba de que en su cumpleaños en primer grado, cuando su mamá le llevó una torta al colegio y ella la tumbó, la única que no se había burlado había sido yo y hasta había comido torta del piso. Yo no recuerdo el incidente. Tal vez no todas se burlaron, pero a ella definitivamente la marcó. Y pasó una sola vez. Imagínense el infierno que resulta cuando es repetitivo.
Ahora, para empeorar los cuadros, existen las redes sociales. Ya las burlas o el acoso no se quedan en el colegio, sino -como un karma- persiguen al hostigado día y noche, dondequiera que se encuentre. Ya no importa que se cambie de colegio o de ciudad. Ni siquiera de país. Y las víctimas son de cualquier edad o condición económica. Aquí hemos visto al mismísimo Presidente de la República acosar y humillar públicamente a ministros, gobernadores, periodistas y a cualquiera que ose reclamarle algo a su “humana perfección”. Tal vez él mismo haya sido víctima de acoso cuando niño… Eso explicaría de alguna manera ciertas de sus conductas.
En los colegios los coordinadores pedagógicos y los sicólogos deben no solo estar atentos, sino tomar cartas en el asunto, incluso antes de que comience, como están haciendo en Maracaibo. Como hizo mi querida y admirada Profesora Luisa Teresa Lanz de León cuando mi hija Carolina –una niña especial- entró como alumna regular a su Instituto de Educación Integral en Maracay. La Coordinadora Pedagógica Luz de Leonardi preparó a todo el colegio a que entraría una nueva compañera que ni caminaba bien ni hablaba bien, pero que entendía todo. Carolina fue aceptada y querida por todos.
De cualquier manera, la sensibilización debe comenzar por casa. Si unos padres se burlan, enseñarán a sus hijos a burlarse. Si unos padres humillan, enseñarán a sus hijos a humillar. Si unos padres ofenden, enseñarán a sus hijos a ofender. Por favor, hablen con sus hijos sobre el tema, no lo echen en saco roto. No tienen idea de a cuántos pueden cambiarle la vida solo haciendo esto…
#Opinión: Sobre el hostigamiento. Por: Carolina Jaimes Branger
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