“Dictador, comunismo, palabras sonoras, pero fuera de la realidad. Este señor tiene votos” Roberto Smith, 20 de noviembre de 2012
En el año 2002 publiqué un libro que titulé Dictadura o democracia, Venezuela en la encrucijada. Se sostenía en dos hipótesis que los años no han hecho más que convalidar: la revolución bolivariana debía ser comprendida en el contexto de las cientos de revoluciones habidas en Venezuela desde el proceso independentista y tenía por objeto, como todas ellas, ensayar o entronizar una tiranía, de una parte; y se sostenía sobre una gravísima crisis de excepción que ya entonces había anulado la naturaleza democrática del sistema de dominación venezolano, mostrando claras tendencias neo totalitarias, por la otra.
Las razones que me llevaron a comprender la naturaleza autocrática y dictatorial que anidaba el proyecto de poder del teniente coronel Hugo Chávez no surgían de la nada. El aplastamiento de la rebelión popular de Abril de ese año había dado paso a una inmediata aceleración del cumplimiento del llamado “proceso”, tal cual fue delineándose desde la realización de la Asamblea Constituyente, siempre bajo un solo propósito que Chávez jamás ocultó: ir hacia la constitución de un sistema político idéntico o tan semejante como fuera posible al imperante en Cuba. Propósito encubierto en la fantasiosa e idílica imagen de lo que él mismo calificara de “mar de la felicidad cubana”.
A nadie con dos dedos de frente y una mínima cultura política, salvo a la izquierda pro castrista presente en sus filas o en las de la oposición, podía escaparse el hecho de que el cumplimiento de ese propósito sólo era posible mediante la deconstrucción de nuestro sistema democrático institucional, el vaciamiento cabal de la esencia democrática de todas las instituciones del estado, el copamiento por sus fieles del control de todas dichas instituciones, la centralización absoluta del poder –desde las Fuerzas Armadas a los órganos de justicia– y sobre todo el sometimiento de la jerarquía ejecutiva de la industria petrolera, del Banco Central y de todos los entes autónomos o semiautónomos que controlaban las divisas en manos del presidente de la república, convertido en tótem político militar de la nueva república.
Que 14 años después de iniciado dicho proceso de vaciamiento democrático, de la reconversión de los órganos de justicia, la Contraloría, la Fiscalía y la procuraduría General de la República en entes sometidos al diktat del caudillo, de haber prácticamente aplastado la autonomía relativa de los medios audiovisuales e impresos y de haber montado una gigantesca maquinaria de manipulación de la opinión pública todavía haya destacados opositores que consideren que una sociedad bajo estos parámetros universalmente considerados propios de una dictadura –violenta o pacífica, poco importa– no lo es simplemente porque en Venezuela aún se vota y quien dicta lo que el Estado hace o deja de hacer –vale decir: el dictador– dicte con poder absoluto pero sea democrático porque cuenta con respaldo popular, deja inmensamente que desear del talante, la cultura política y la formación intelectual de dicha oposición.
Pobre de aquel país cuyos jueces deban ser juzgados, decía el Talmud, refiriéndose a la inmensa desgracia que amenaza a aquellas sociedades cuya justicia haya perdido toda soberanía y no sea más que el instrumento terrorista e intimidatorio del dictador. Nadie que no sea un imbécil, un adulante del régimen o un desinformado de la cosa pública puede desconocer el hecho aterrador de que en Venezuela la justicia cumple a la perfección lo que fue la norma de las autocracias caudillescas del pasado: inflexible y aterradora para con los enemigos, tolerante y alcahuete con los amigos. Injusta hasta el absurdo con quienes osan enfrentar la tiranía, bondadosa y prácticamente inexistente para los asociados.
La Asamblea Nacional, aún ésta que se exhibe como modelo de participación electoral y ejemplo que debió haber sido seguido por los satanizados abstencionistas del 2005, es tan prostibularia, alcahuete y sometida a la omnímoda voluntad del que dikta como la que fuera la asamblea faldera y lameculos de Cipriano Castro, de la que se mofara escandalizado nuestro primer novelista Rómulo Gallegos por su naturaleza obscenamente servil, inculta y obsecuente. Y ni tan siquiera ese hecho convence a esa aquiescente oposición que se jacta de serlo dentro de un régimen democrático de que haber participado en las elecciones parlamentarias de diciembre del 2005 no hubiera incidido un ápice en el curso de esta atropellante dictatorialización –valga el neologismo– que sufrimos desde hace 14 años.
Aníbal Romero, el gran pensador venezolano sistemáticamente silenciado por su aguda e incisiva crítica a la aquiescencia de una oposición aún muy por debajo de la altura que dictarían nuestras propias tradiciones libertarias, atribuye esa aquiescencia – y me sirvo de un término recientemente traído a colación por el gran dramaturgo Ibsen Martínez, aunque precisamente con voluntad precisamente contraria a la mía,– a la fatal arrogancia de una hegemonía socializante, estatólatra, paternalista, populista y demagógica de prosapia marxista y socialdemócrata que ha infestado el cuerpo ideológico de una sociedad ya trasminada por el populismo izquierdoso de adecos, copeyanos, justicieros, socialistas, golpistas y hasta conservadores, si los hubiera. Y para los cuales no hay manera de combatir esta dictadura –que no reconocen de tal- si no es imitando hasta en la manera de andar al caudillo ultroso. Dios nos libre de ser tachados de “liberales”. Comparto su diagnóstico.
De allí mi asombro al encontrarme con un twiter de mi muy querido amigo Roberto Smith, de cuya amistad me precio, con la muy infeliz exoneración de la aviesa naturaleza autocrática, caudillesca y dictatorial de quien daría su vida y hace todos los esfuerzos que aún le quedan por vernos esclavizados como lo están los cubanos desde hace 53 años. Al leerlo recordé con tristeza el título de una obra de Edward Albee, ¿Quién le tiene miedo a Virginia Wolf? Parafraseado al caso quisiera preguntarles a mis lectores ¿quién le tiene miedo a Fidel Castro? Yo sí. Y mucho.
#Opinión: ¿Quién le tiene miedo a Fidel Castro?. Por: Antonio Sánchez García
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