Según ciertos eruditos de la historia, las fiestas paganas que se celebraban en honor de los dioses o ídolos, desde tiempos del antiguo Egipto, hasta llegar a la era del Imperio Romano, dieron origen al Carnaval.
A través de los años son varias las explicaciones que se dan con respecto a esta celebración pública, y una de ella, la que está asociada a nosotros, es la del catolicismo que traduce al carnaval como período ante de la Cuaresma.
Con el correr de los años y desde la época Moderna, el Carnaval se ha universalizado, convirtiéndose en una fiesta popular con matices lúdicas. Desde tiempos remotos el carnaval se celebra con disfraces, mascaras, desfiles, fiestas en la calle, y cuya característica era la permisividad y un cierto descontrol en la actitud de la gente; por ello el uso del antifaz, para esconder esas acciones que según la tradición o la leyenda en las noches de carnaval, todo se valía.
Pues bien, llevándolo al plano de lo que vive el país, el carnaval ha sido un antruejo de 14 años, de mucho festín y francachela para algunos en la realización y ejecución del “juego del poder”. El cabecilla de este Carnaval se disfrazó de demócrata juramentándose ante “la moribunda”, y después de haberse aprobado una nueva Constitución, poco le ha importado incumplir con lo allí establecido, cuando se trata de tomar decisiones dirigidas a fortalecer el andamiaje que le permita desmontar la Democracia e instalar el “comunismo contemporáneo” del siglo XXI.
No es necesario enumerar cientos de aspectos que configuran el objetivo hegemónico que persigue el mandatario autócrata, cuando los hechos y lo reseñado en la prensa escrita y otros medios de información, resumen y dibujan muy certeramente la copia al carbón del régimen cubano, de la Unión Soviética stalinista, y las acciones de tipo fascista que se implanta para consolidar la “dictadura de facto”, que impera con el auspicio legal que le permite lo que queda de democracia y de Constitución.
Estamos frente al despotismo más abusivo, grosero y vulgar jamás visto, entre los regímenes autoritarios que han existido en Venezuela; ninguno como este régimen, se ha valido de una forma totalitaria de ejercer y tratar de mantener el poder, sin el menor recato y utilizando todos los recursos, retando y burlándose del colectivo nacional, que impotente e impávido ve como la democracia la van degradando, para convertirla en un estatismo militar.
Vemos, sentimos que es ya, que es ahora, cuando el mentor de la Comparsa ha decidido de un todo, despojarse la máscara, o como se dice en criollo, quitarse la careta, y decirnos con hechos lo que se es y lo que está construyendo: un Estado Comunal hegemónico, con control total de todos los espacios y fuerzas productivas, así como el silenciamiento y la anomia de la sociedad, y el hostigamiento y vejación a quienes le adversan y a ciertos sectores sociales que tienen posibilidad de “hacer maletas”, e ir dejando espacios a ser ocupados por sus huestes comunales.
Ante esta realidad que está a la vista, los voceros políticos de oposición deben sincerar el discurso, la repuesta convencional de señalar la ineficacia y el fracaso de las políticas del gobierno no bastan, a la prueba me remito el 7 de Octubre, y aunque por principio hay que seguir denunciado, creo que es obligante para la dirigencia opositora y quienes tienen posibilidad de ser voceros en los medios, llamar al régimen por su nombre, por lo que es, sin temor alguno hasta donde lo permita la mordaza; señalarlo constante y permanentemente por su faz dictatorial.
El propio monarca lo ha dicho “la función continúa”, y este juego de poder pareciera no tener fin por el momento; pudiera interpretarse y preguntarnos, si al quitarse la máscara se acaba el carnaval, pero no, es todo lo contrario, ahora es cuando el Rey Momo, se presenta tan tiránico como el padre putativo de la isla de la felicidad; y sin poder decir como Aldemaro Romero en tiempos de carnaval: En el Ávila es la cosa!
#opinión: Desde mi cátedra por: Fernando Pérez Barrios
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