Cargada de historias por contar, con una sonrisa dibujada en su rostro después de muchos tropiezos y con intenciones de ayudar siempre al prójimo. Así se muestra la merenguera Liz, quien más allá de su fama de diva, desnuda sus verdades y se muestra como un ser humano de bondad y valores inculcados por sus padres.
Así fue como se mostró esta cantante yaracuyana ayer en el tradicional Desayuno Foro de EL IMPULSO, al cual asistió en compañía de su mánager Josmar Oropeza y del abogado Luis Lozada, quienes sonrieron de manera cómplice ante cada una de las historias de Neyda Lisbeth, tal y como se lee en su cédula de identidad.
Proveniente de una familia musical y con raíces larenses. “Mis padres son de Quíbor. Mi papá era músico desde los 11 años de edad; formó parte de Los Violines de Tintorero, aprendió solito; nadie lo enseñó. De ahí que en mi casa, el que no canta toca algún instrumento”, contó la intérprete.
Liz, la menor de una familia numerosa, aseguró no haber sido la consentida, por el contrario, siempre fue la más independiente de sus hermanas. “Mi mamá crió nueve hijos, siete hembras y dos varones. Pero yo siempre supe qué quería hacer y a dónde ir”.
Estudió la primaria en la Escuela Padre Delgado de San Felipe, y luego, el diversificado, en el Liceo Rómulo Betancourt. De aquella época recordó su rebeldía. Se confesó “revoltosa”. Se escapaba de clases para ir a ensayos con las corales de canto e inscribirse en festivales. Gracias a su físico siempre era electa como candidata a reina y nunca asistía a los compromisos adquiridos por ello. Sólo pensaba en la música; nunca quiso ser modelo, ni actriz.
Muy cerca de la fama
Cuando apenas tenía 13 años, Neyda Lisbeth ingresó a una de las cinco orquestas del maestro Renato Capriles: La inmensa. Con ella dio sus primeros pasos fuera de San Felipe, aún en contra de su familia, que la consideraba muy niña para entrar al complejo mundo de la música.
“Era la niña de los ojos de mi padre. Un día en la mañana él se levantó molestísimo y me obligó a retirarme”, rememoró. Pero todo cambió un 13 de noviembre (día de su cumpleaños) cuando llamaron a su casa para invitarla a hacer una suplencia, ya que Diveana acababa de dejar la orquesta Los Melódicos.
Sus padres estaban fuera de casa y ella sin consultarlo aceptó. Tuvo que viajar de inmediato a una presentación en un local nocturno de Caracas y luego a la Feria de la Chinita, en Maracaibo. Para ese momento tenía 15 años, conquistó al público y el maestro Renato Capriles le ofreció quedarse en la orquesta.
Esa noche nació Liz, la de Los Melódicos. Su paso por tan grande escuela fue de seis años y nueve meses.
Las enseñanzas de un maestro
Canciones como Bailando lambada, Diávolo y Mi corazón, formaron parte de la lista de éxitos que interpretó en la orquesta. Allí, además de aprender a bailar, se formó con una serie de valores, contrarios a la rebeldía de su adolescencia pero que significaron una gran enseñanza.
“El maestro Renato (Capriles) me enseñó a ser puntual. Tres veces me dejó el autobús y un día tuve que irme de viaje en el transporte de la Billo’s Caracas Boys, porque me dejaron y era ley que quien no llegara al show, estaba despedido”, recordó.
También aprendió que el éxito depende de muchos factores y que al público no se le piden aplausos. Supo que los cantantes nunca deben voltear a ver a los músicos así algo estuviera fallando, porque el público quería sonrisas y canciones.
Liz citó al cantante mexicano Vicente Fernández y aseguró vivir para cantar y no cantar para vivir. “Voy a cantar toda la vida, nunca me voy a retirar, ojalá Dios me ayude a no perder la voz”.
Su esencia
-¿Es cierto que Renato Capriles se enamoraba de todas sus cantantes?
-Sí se enamoraba solo, ese era su problema (Risas). Renato fue un gran maestro, le agradezco mucho. Yo era muchachita y tenía muchos hombres a mi alrededor, pero el maestro siempre supo sembrar respeto, de hecho en la orquesta había una regla: estaba prohibido que yo pasara después del tercer puesto del autobús porque estaban los músicos. Siempre hubo esa sobreprotección conmigo.
-¿Qué hizo Liz con su primer sueldo?
-Le compré un juego de muebles a mi mami. A mí me pagaban muy poquito, fueron como 600 bolívares, pero para mí era muy importante, porque además nunca imaginé que a los 15 años iba a estar ganando dinero. Renato incluso me abrió una cuenta en dólares, en el extranjero y yo lo que quería era gastar aquí, porque siempre he sido muy desprendida del dinero (risas).
-Desde los 15 años hasta ahora, ¿Qué ha cambiado?
-Más que cambiar he ganado. He ganado fama, he ganado las ganas de ayudar a los demás y de tener fundaciones para ayudar a los más necesitados. Porque mi esencia no ha cambiado, soy auténtica y nunca voy a dejar mis raíces.
-¿Con qué causa le gustaría colaborar?
– Con las personas enfermas de cáncer. Porque viví la muerte de mi papá, la de mi esposo y también tengo personas cercanas que sufren de esa enfermedad.
Más que un compañero
Mucho se dijo sobre la relación de Liz con el acaudalado empresario Raúl Quero Silva, con quien tuvo 11 años de relación. Primero fueron novios y luego protagonistas de una lujosa boda que dio mucho de qué hablar.
Este capítulo de la vida de la cantante la llevó a derramar algunas lágrimas. Y es que más allá de la diferencia de edad, Quero Silva fue un maestro de vida para ella.
“Él me decía que leyera, que mi único rival eran sus libros. Por él aprendí a tener el hábito de la lectura. Me acercó a la Biblia y me enseñó a interpretarla. Me gustaba escucharlo porque era muy inteligente y lo que no sabía o las palabras que desconocía se las preguntaba”, contó.
Aseguró haberse enamorado de su sentido del humor, de su cultura y de lo caballero que siempre fue a la hora de cortejarla. “Duramos un tiempo saliendo y al año fue que le di el primer beso. Él me decía que no tenía apuros”.
Comentó el parecido que había entre ambos: trabajadores, independientes, humildes y con ganas de luchar por sus metas.
Nunca conversaron sobre el día inesperado: cuando Raúl Quero Silva le iba a decir adiós. “Nunca hablábamos de su enfermedad porque yo me ponía a llorar y él me decía que ya había vivido mucho; que me tocaba a mí. Eso me partía el corazón y a la vez sentía que él por dentro estaba preocupado, porque no estaba preparada para perderlo”.
Liz siempre creyó que viviría al menos 30 años junto a su esposo.
La muerte de Raúl Quero Silva le cambió la vida. Ha tenido que enfrentarse a la administración de sus empresas, entre ellas 33 universidades privadas y otros negocios que generan empleo a unos 13 mil trabajadores.
“Mi esposo siempre creyó en Venezuela; nunca quiso invertir en otro país. Igual yo, siento que este es el mejor país del mundo, amo esta tierra que ahora es cuando necesita de nosotros”.
El hecho de que Liz sea hoy día una mujer de temple no es casualidad. Ha vivido duras pérdidas y ha sabido llevarlas gracias a la entereza heredada de su madre.
“Una de mis hermanas murió en 1999; luego mi papá en el 2003 y otra hermana en el 2004. Mi mamá es una mujer muy fuerte; se supone que los padres están preparados para morir primero, no para enterrar a sus hijos”, confesó la yaracuyana quien admira profundamente a su madre, por considerarla un torbellino.
Mientras la cantante estuvo casada con Raúl Quero Silva, se plantearon la llegada de los hijos. Hablaron de recurrir a una inseminación artificial, pero todo cambió con el rápido deterioro del empresario debido a su enfermedad.
Sin embargo, espera tener hijos más adelante, apoyada en el mismo método que había planificado con su esposo.
Destacó que como madre enseñará a sus hijos a ser hombres y mujeres de bien, humildes de corazón. “Raúl me enseñó que no nos llevamos nada en la vida; él se fue descalzo y no sé cuántos pares de zapatos tenía en el closet. Entonces nada material vale la pena”, destacó. Liz quería tener al menos diez hijos, pero ahora sólo quiere dos (morochos), y que le den muchos nietos.
Sobre un tema tan delicado como la adopción, contestó que lo haría si alguien no tiene cómo mantener a su hijo, siempre y cuando la madre natural esté pendiente de su crecimiento y conozca toda la verdad.
Entre gustos y colores
Cualquiera se pregunta qué música escucha una cantante como Liz. La respuesta está en discos del barquisimetano Gustavo Dudamel, el colombiano Felipe Peláez y el Binomio de Oro, además de cantantes como JLo y Rihanna.
Gracias al hábito de la lectura se acercó a los libros de motivación espiritual de Osho, y actualmente lee No es cuestión de leche, es cuestión de actitud, de Carlos Saúl Rodríguez.
La cantante que hace un par de semanas comenzó la promoción del tema Para vivir contigo, repasó un día común en su vida.
“Antes me despertaba tarde porque me trasnochaba mucho cantando.
Ahora me levanto a las seis de la mañana porque a esa hora llega el entrenador a la casa para mi rutina de ejercicios de alto impacto. Desayuno; con las comidas siempre trato de cuidarme lo más que se pueda.
Me voy a la oficina si no tenemos que viajar y allí veo qué tenemos qué hacer.
Me acuesto relativamente temprano y a cualquier hora de mi jornada siempre saco unos minutos para regalarle una oración a Dios, hablar con Él y agradecerle”.
Twitter Foro
A través de nuestra cuenta de Twitter @elimpulsocom los usuarios enviaron sus preguntas a la cantante Liz.
Esto fue lo que contestó la merenguera cuya cuenta en la red social es @oficial_Liz
-@titocordero: ¿Cuál fue el mejor momento de tu vida?
-R: No ha llegado
-@taringaazul: Saludos Liz, ¿Cuál es tu canción favorita?
R: Cómo olvidar
-@Maria_karinaduarte: Liz después de la muerte de tu esposo y pensando en el futuro ¿cómo visualizas tu vida sentimental?
-R: No la visualizo, sólo espero lo que Dios tenga preparado para mí
-@lavidavi: De los talentosos cantantes venezolanos ¿Cuál es tu favorito?
-R: Me encantan Ricardo Montaner, Ilan Chester me gusta mucho, también Kiara, Karina, Óscar de León, Servando y Florentino.
En realidad hay muchos.
Fotos: Daniel Arrieta