El disparo que recibió Jonathan Ramón Rodríguez Moreno, de 17 años de edad, acabó con el proyecto de vida que se había trazado desde que se convirtió en adolescente.
Jonathan quedó atrapado en un tiroteo cuando regresaba a su casa en el sector El Calvario de Sarare, el 7 de agosto de 2010. El joven y dos amigos que lo acompañaban se tiraron al suelo para resguardar su vida, pero fue alcanzado por un disparo y cayó al suelo muerto.
Sentada en una silla en la sala de su casa Yamileth Rodríguez, hermana del joven, ve su foto y se llena de tristeza. En la imagen aparece Jonathan vestido con toga y birrete y el título de bachiller en la mano. “Estas fueron las últimas fotos de su vida, se las hicieron 10 días antes que lo mataran, estaba tan contento porque se había grabado de bachiller con muy buenas calificaciones”, comenta la hermana entristecida.
Sin apartar la mirada del retrato de la mujer de facciones cara finas, piel morena, cabellos negros lisos y de 1.75 m. de estatura comenta que la pasión de su hermano era estudiar y siempre quiso ser militar. “Cuando llegaba del liceo comía y luego se ponía a estudiar, repasaba sus cuadernos todos los días y luego se centraba en una lectura en específico preparándose para las evaluaciones del día siguiente, pero siempre estaba al día porque era muy disciplinado, siempre se sentaba allí al lado de la ventana a estudiar, todavía me parece que lo veo ahí entregado a sus lecturas”.
Yamileth dice que durante los últimos días de vida, Jonathan estaba enfocado en cuál carrera universitaria iba a tomar. “Siempre le apasionó la carrera militar, pero el cupo en la Guardia Nacional le salió para el oriente del país y no quiso irse tan lejos y dejar a la familia. Eso no lo afectó mucho, empezó a ver qué podía estudiar aquí en Barquisimeto y comenzó a hacer los trámites para realizar cursos en el Inces, mientras le salía un cupo en la UCLA o el Politécnico. En eso andaba cuando lo mataron”.
A Yamileth la marcó la muerte de Jonathan, no sólo porque fuera el menor y consentido de sus 10 hermanos, sino porque cree que la muerta pudo haber sido ella o uno de sus hijos de 4 y 11 años. “Hacía cinco minutos que yo había pasado por allí, porque iba para la iglesia (evangélica) con un hermano y mis dos hijos, cuando nosotros cruzamos en la esquina se escucharon unos disparos, nos devolvimos y estaba en el suelo.
Los compañeros le decían que se parara porque ya había pasado el tiroteo, pero estaba muerto. “Si nosotros hubiésemos salido dos minutos después de la casa a lo mejor me hubiesen matado a mí o a uno de mis hijos, pero igual esta tragedia ha sido horrible; él era el consentido de la casa”.
Jonathan durmió hasta el último día de su vida con su madre, Ramona Moreno. Tiene un retrato grande de su hijo en plena graduación. Con ese cuadro en la cama, apoyado a la pared duerme cada día, dice que es una manera de sentirse cerca de él a pesar que físicamente ya no está. “Me parece que está aquí todavía, uno cree que lo va a ver en la sala sentado estudiando, saliendo del baño o en el cuarto acostado. Son muchos lo recuerdos que tenemos de él, era el consentido de mis otros 10 hijos, porque era el menor y fue el primero que murió cuando aún era un niño”.
La madre dice que no ha sido fácil, en especial, durante los primeros días. “Despertar y no verlo allí, al lado de mi no es fácil, durante sus 17 años siempre durmió a mi lado. Es duro asimilar esa realidad”.
La madre dice que no ha sido sencillo, en especial durante los primeros días. “Despertar y no verlo allí, a mi lado, es muy triste. Durante sus 17 años siempre durmió a mi lado, no es fácil asimilar eso”.
Pero los integrantes de la familia Rodríguez Moreno tienen una profunda fe cristiana. Son evangélicos practicantes y están entregados a la oración. Aseguran que en Cristo han conseguido fortaleza para afrontar la vida sin Jonathan. “Con la fortaleza que nos da el Señor, hemos podido vivir mejor. No ha sido fácil, pero sí menos doloroso porque tenemos fe de que todo esto pasará”.
Recordó que su hijo menor la acompañaba a todas partes a realizar diligencias, a la iglesia, en la casa y alimentado sus recuerdos fortalece la esperanza de volver a reunirse con él algún día.
Fotos: Emanuele Sorge