Sin tregua
En Venezuela se administra justicia con vulgar arbitrariedad. Aquí todo depende de los intereses de la “revolución”, y la verdad sea dicha, ya nadie cree que la justicia del “socialismo del siglo XXI” sea ciega. Siempre habrá una condición política y de lealtad “revolucionaria” para que se invoque un atenuante o se aplique un agravante en las causas políticas que el poder judicial chavista conozca. Y, dependiendo de esto, en algunos casos las peores atrocidades serán ignoradas y en otros los más mínimos detalles serán puestos de bulto para hacer daño. Algunos – pistoleros de Llaguno, Rosita… -, tendrán de antemano una medida sustitutiva de libertad mientras que otros, tal vez más inocentes, deberán esperar en las cárceles uno, dos o tres años para que el juicio también mil veces retardado, finalmente los condene sin importar pruebas. Detrás de toda esta maraña judicial hay un guión. Los detalles, como lo recordará usted, estimado lector, nos lo contó en su momento el exmagistrado Aponte Aponte. Lo insólito es que con su confesión nada pasó. Nadie se perturbó demasiado y el gobierno, experto en hacer que los escándalos le resbalen, rápidamente pasó la página.
Aquí, pues, no hay justicia y eso lo saben y lo viven en carne propia los presos políticos que “deshojan la margarita” entre la incertidumbre de soportar un encierro injusto y tener que acudir a un sistema judicial que no tiene un veredicto imparcial para nadie. También lo saben los exiliados, que no tienen garantías para volver y se desgastan entre la nostalgia por la patria, por los suyos, y la falta de holgura económica que la mayoría de ellos padece. La trama de injusticia y el ensañamiento perverso de esta “revolución” lo sienten y padecen todos ellos, y sus familias, que sufren la cárcel desde el otro lado de la reja, al ver a sus parientes “pariendo” entre la depresión del tiempo irrecuperable y la desesperanza que resulta del saber que no hay en el horizonte un cambio inminente. Los próximos 6 años son demasiados días en el poder, que entre otras cosas utilizará el régimen para seguir aplicando esa versión “revolucionaria” de la culpa, donde un asesino puede tener mejor suerte que un empresario, un militar, un estudiante, una juez o un policía enjuiciados sin pruebas por los muertos de los sucesos de abril del 2002. A cualquiera de ellos les toca rigor, inquina, racionamiento de salud, patio y sol, mientras que a los seguidores del “corazón de la patria” les corresponde su cuota de impunidad, una especie de “gran misión” creada para proteger a los malhechores que dicen luchar por el régimen, pero que en su “entrompe” han logrado trastornar la paz ciudadana, los principios y valores por los que debe regirse un país decente.
Y, reconozcámoslo, esto ocurre entre los márgenes bien holgados de la indiferencia social generalizada y la arrogancia con la que el “comandante-presidente” trata el tema. Para él no hay presos políticos ni injusticia procesal. Para el resto de la sociedad el tema no pasa de ser una ligera molestia, una liturgia incómoda que por eso mismo ni moviliza ni termina de transformarse en un problema político para quienes abusan del poder circunstancial que ostentan. Pero aunque no lo apreciemos y no nos guste involucrarnos, bajo la misma tierra que nos permite respirar el aire fresco que circula por nuestras montañas y valles, hay otros que sufren encierro injusto y se van deshaciendo por los efectos de la incertidumbre y una trama judicial que juega con ellos como “juega el gato maula con el mísero ratón”. Muchos de ellos ven como una enfermedad mal curada se convierte en una condena a muerte. Y a veces, hasta la amistad obligada del compañero de celda cruje, se cuartea y se disuelve en una cotidianidad más que difícil y áspera…
Por las razones aquí expuestas, por ellos, por los presos políticos y exiliados, por sus familiares, es que desde este espacio saludamos la iniciativa del diputado larense Edgar Zambrano y la bancada parlamentaria de la Unidad Democrática de promover una Ley de Amnistía y Reconciliación que devuelva a la libertad a nuestros compatriotas y permita el retorno a la patria de otros tantos. Hay que intentarlo. No hacerlo es renunciar a resguardarles un país en el cual ellos puedan comenzar de nuevo, y junto a nosotros, continuar la lucha por una Venezuela unida, en paz y progreso. Por ellos, este columnista votará en las elecciones del 16 – D. Porque, mientras haya presos políticos y exiliados, toda manifestación de protesta es válida, y hoy, votar, es una de ellas.