Del Guaire al Turbio
Hace algo más de un par de años escribí, para el catálogo de una exposición de fotografías, una suerte de breve ensayo y me costó bastante por la exigencia firme de las personas que me lo pidieron. Sabían bien lo que querían, pero era yo quien debía escribirlo. Me resultó difícil interpretar sus deseos -no muy bien expresados- y nutrirlos de mi fantasía. Un verdadero reto. Gustó bastante a quienes lo leyeron. Curiosamente, cuando lo concebía lo dedicaba in pectore a alguien que quiero mucho. No lo leyó. El texto se me quedó clavado en el rincón escondido donde el corazón guarda sus desilusiones.
¿Por qué esta introducción? Porque para meterme en el tema del artículo copio algo de ese trabajo:
La ola es un cincel eterno. La roca se le entrega en milenios y se vuelve polvo. Perseverancia, tesón, del agua que se enrosca. Va y viene y cae sobre su propia obra. Extendida, dorada, gorguera del mar. Caminan sobre ella y allí queda la impronta de unos pies desnudos que van hacia el horizonte. Marea: borrón y cuenta nueva. Otra vez dorada y lisa en espera de las huellas que vendrán. Así siempre, de sol a sol, de noche a noche. Una rutina que invita a la reflexión. Esa franja dorada, ahora estrecha, ahora ancha, según la acaricie la espuma de la onda que se rompe, es sólo la inmensa multitud de minúsculos granos. Unión de mínimos que imponen su presencia indispensable en la dilatada belleza del paisaje marino.
El hombre persevera y consigue lo que busca. Rompe la roca de la indiferencia, de los obstáculos. Martillo incesante su voluntad, vuelve arena todo lo que se le oponía. Abiertos están todos los caminos en la playa nueva. Allí dejará sus huellas ese hombre…
(Sonata en luz menor, Arena, frgto).
Este trocito lírico nacido de mi fantasía, pero producto de mis profundas convicciones, lo traduzco para la situación actual. Habló de unión de mínimos y es así como debemos actuar. No somos nada, no tenemos nada, estamos aplastados por un gobierno que se ha apoderado de todos poderes, que hace y deshace sin consulta ni misericordia, que usa todos los ventajismos para ganar elecciones -botón ahora- que por lo tanto resultan írritas y nosotros aparentemente anulados, granitos de arena dispersos e impotentes.
Sin embargo, digo, ¡no! Somos muchos, podemos realizar con ilusión y energía esa unión de mínimos, constituir una playa de aterrizaje y despegue para la fe y la esperanza. Aprendamos ese tesón de la ola. Aprendamos que todo lo grande se construye con acciones pequeñas. Lo que nace mínimo crece e inunda. Jesús cambió el mundo con 12 pescadores pobres e incultos. Quien hace con empeño, alegría, amor y ofreciendo a Dios las obligaciones insignificantes de cada día llega a ser un gran santo. Construye con piedritas la firme escalinata hacia la eternidad.
¡Somos muchos! Por el entusiasmo, la perseverancia, sin rendirse nunca y animar a los demás. Voté, como muchos otros, 5 veces por Caldera para la presidencia. A la 5ª fue la vencida. Se rescataron urnas, actas, lanzadas por barrancos para ocultar la verdad. En la década de los 40 éramos granitos sueltos, motivo de burlas, pero la unión de mínimos en 22 años se convirtió en la segunda fuerza electoral. ¿Y si hubiéramos abandonado cada amanecer blanco?
Brisa, viento, silbido, remolino. Invisibles, pero se expresan en lo que tocan. La primera, intrascendente, eriza los sembrados. Va creciendo, se transforma, se estremecen las copas verdes, se inclinan los cipreses. De repente gira el polvo y asciende junto a las hojas secas. El remolino suena, ulula en los oídos (…) Tornado, huracán. Ahora sí hay voces como si fuera la ira de Dios que grita y traspasa los nubarrones grises. Nació mínimo el viento pero se crece para acompañar la furia de la tempestad, el relámpago, el trueno… (Obr.Cit . Viento, frgto). Diciembre 16: ¡a votar y tronar!