#Opinión: El divertido Barquisimeto de Antonio Serradas (4) por: Ramón Querales

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Caminito que un día
“Sangrechinche”, explica Serradas, no es una persona antipática o repulsiva, sino todo lo contrario, es alguien que de todo hace un chiste, bromea, de cualquier cosa saca la nota risueña, se ríe hasta de su sombra, resulta grato en cualquier reunión y es capaz de romper la solemnidad de cualquier acto por protocolar que sea. La definición la trae a cuento previo a consignar la lista de los más sobresalientes sangrechinches” de Barquisimeto encabezados nada menos que por el Dr. Omar Díaz Quiñones, seguido por José Ramones, Vicente Cordero Dorta, Juvenal Sánchez Ostos, Joaquín Carrera Peña, Omar Garmendia, Dr. Gonzalo Dorante, Rubén Bernal, Roberto Riera, Dr. Rivas Franco, Alcides Orellana, “El Gato” Álvarez, Euclides Gutiérrez, Rodolfo André, Alejandro Rojas, “El Chino” Ruiz Chacín, Ildemaro Guillén, Alì Guillén, Julio Álvarez Corvaia, Fulgencio Orellana y todos los Brandt Peña sin que se salve ninguno.
Un comentario adicional sería que con ser larga la lista, en ella no estaban todos los que merecían ese honor. De la misma época yo mismo podría mencionar una cantidad doble, o mayor, de “sangrechinches” de Barquisimeto y la encabezaría, por ejemplo, Chichito Rosales, Alejandro Pazos, Miguel Eduardo Pardo, José Luis Montero, Carlos Segundo Querales y todos sus hermanos, y no menciono mujeres porque faltaría espacio. Y por esa misma época ¿no andaba ya ejerciendo excelente periodismo cultural, el poeta Ramón Rivasáez?
Siendo su mundo el del periodismo barquisimetano resulta lógico que muchos, o la mayoría de los personajes del anecdotario de Serradas, sean gente desempeñándose en los diferentes oficios de esa profesión: reporteros, columnistas, fotógrafos, sindicalistas, caricaturistas, directivos o dueños de periódicos.
En un diálogo entre César Brito y Manuel Felipe López, aquél le informa a éste:
“-Yo sé de un lugar donde las mujeres no usan nada de ropa, excepto a veces un reloj.
“-¿Dónde, dónde? –pregunta emocionadísimo Manuel Felipe.
“-Alrededor de la muñeca – le responde César.
No sólo en sus caricaturas sino en sus textos humorísticos, Serradas se especializa en resaltar características muy especiales de personas conocidas por él en la vida cotidiana de Barquisimeto.
Del abogado Edgar Alejos Cordido dice que usaba unos bigotes tan largos que para poder tomar una sopa, debía buscar un tractor para que se los levantara;
niega que el recordado gordo Peña hubiera engordado sino que la ropa que compró hace tres días, ya no le servía
que cuando Otto Cividanes Lira, que era muy delgado, pasó una noche frente al cementerio, dos calaveras asomadas a las rejas habrían comentado que a dónde iría ese esqueleto a tales horas; que el negro Colina, dueño seguramente de una tienda o sastrería, o vendedor de ropa, se cansó de fiarle a Ezequiel Brito y al Colorado Colina, por lo que decidió regalarles la ropa que necesitaban.
Pero no sólo periodistas o gente del gremio son víctimas de las amables “puyas” de Serradas. Otros profesionales no escapan a sus observaciones. Así, dice del odontólogo Enrique Añez Castillo que recibió en su clínica a una paciente que le explicó que sentía muy grande una pequeña carie cuando la tocaba con la lengua, y el odontólogo le dijo, como quien no quiere:
“-Bueno, por eso no se preocupe, usted sabe que la lengua de una mujer siempre exagera…”
Pocas situaciones se le escapan.
De la joven señora Elba Saldivia de Valenzuela dice que le preguntaron, quién, a su juicio, era el más grande inventor de aquel tiempo, siendo la respuesta de la señora
“- Mi esposo Efrén, señor; si supiera usted lo que ‘inventa’ cuando llega a la casa a las tres de la madrugada”.
Una muchacha llega a la farmacia “Santa María” y le pide a Suárez Tamayo (¿su dueño?) que le lea un papel que le entrega explicándole que es una carta de su novio cuya letra ella no entiende porque es médico.
El soliloquio de un loco, a Serradas le sirve para ocuparse de muchos de sus amigos, viendo, por ejemplo, un pulpo balletista jugando dominó submarino con Roberto Riera; oye berrear atrocidades al caballo parrandero de Chepel Díaz; una larga cola de cobradores dando alaridos sobre la osamenta de Alejandro Ramírez; tractores de Fidias Gabaldón y Rubén Bernal despachurrando carruajes; las arañas rojas de Lino Pérez Loyo escarbando la barriguita de Guerra Ramos; dos estrellas arropándose para evitar el tufillo de Vides Heredia y en el fondo, bailando el negro Prado y el negro Arráez.
Para referirse al alto costo de la gasolina, Serradas, echa mano de lo que le contó Jesús María Bermúdez que él dice creer porque “Jesús María nunca ha dicho un embuste”, lo que hizo publicar con letras negritas. El asunto es que cuando Bermúdez vivió en Caracas le daba una lochita a un limosnero de la esquina “Las Gradillas”, pero un día encontró a su indigente pidiendo limosna pero desde un lujoso automóvil último modelo.
“Jesús María se acerca al individuo y le dice:
“-Pero bueno, amigo; ¿usted pide ahora limosna en auto?
“¡Ay, señor, por el amor de Dios!… imagínese que me gané este automóvil en un concurso y ahora tengo que pedir limosna para comprar la gasolina…”

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