#Opinión: Una auyamita en Cabudare Por: Claudio Beuvrin

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La ciudad como tema
En los tiempos de la tan despreciada cuarta república en el país se adelantaron muchas, muchísimas experiencias de diseño y construcción de viviendas de interés social. La historia de este asunto comienzó en 1928 cuando el gobierno de Gómez, sí, el mismísimo Gomez,  funda el Banco Obrero cuyo propósito inicial era el financiamiento de la vivienda popular, pero ante las limitaciones que existían entonces rápidamente se convierte en un organismo que además de financiar también construye viviendas. En ese tiempo, con la colaboración de Carlos Raul Villanueva se realizan obras tan extraordinarias como la renovación urbana de El Silencio, en Caracas. Cuya vigencia arquitectónica y urbanística aun se mantiene.
En una segunda etapa, entre 1945 y 1958, se crea el Taller de Arquitectura del Banco Obrero (el TABO) y entre sus obras estuvieron los superbloques del 23 de Enero, pensados para erradicar los ranchos de Caracas. Hoy sabemos de los muchos problemas que tienen esas grandes construcciones, pero eso lo sabemos hoy, entonces eran y así se veían, como un acto de progresismo arquitectónico. La tercera etapa ocurre entre 1959 y 1975 cuando se pasa a la construcción en menor escala y se actúa directamente sobre las viviendas en los barrios mediante micro intervenciones que no implicaban el desgarramiento de las relaciones sociales del barrio. Uno de sus grandes temas fue el desarrollo de viviendas en pendiente. En este periodo se crea la Unidad de Diseño en Avance que se dedica a investigar y probar sistemas de construcción de viviendas. Esta iniciativa fue fundamental para estimular el espíritu creativo de varias generaciones de arquitectos que se dedicaron a buscar soluciones a las viviendas populares. Ese esfuerzo fue tan importante que estimuló la creación del IDEC, el Instituto de Desarrollo Experimental de la Construcción, adscrito a la Escuela de Arquitectura de la UCV, Este instituto aun existe y se dedica a dictar cursos de distintos niveles sobre el tema. En 1975 el Banco Obrero pasa a ser el Inavi.
Entre los arquitectos que vivieron ese clima de explosión creativa está Jorge Castillo (Maracaibo, 1933), quien entre 1969 y 1976 desarrolla el Sistema de Prefabricación CASAMARA. Esta propuesta consistía en  elaborar en fibra de vidrio habitáculos de planta redonda donde pared y techo son de una sola pieza y el habitáculo se forma por la unión de piezas en forma de gajos. Cada uno de los gajos podía ser una puerta, un cerramiento ciego o una ventana. Lo interesante es que las unidades podían empaquetarse o apilarse ocupando muy poco espacio y transportarse al sitio donde se requirieran. Su fabricación no representaba ninguna complicación tecnológica –la producción de formas con fibra de vidrio puede hacerse en cualquier taller artesanal. No requerían de estructura pues los gajos son auto portantes, limitándose a requerir una placa de apoyo como suelo. Cada gajo podía ser movido fácilmente por un par de obreros y su ensamblaje era muy fácil y rápido, una característica esencial para viviendas de emergencia. Entre sus características interesantes es que las casas, ya construidas, podían apilarse insertándolas en un poste central, lo que recuerda las propuestas arquitectónicas del movimiento metabolista japonés y, mas anteriormente, a las de Buckminster Fuller.
De esas viviendas se elaboró un número indeterminado de unidades, pero una urbanización completa fue construida en San Felipe para alojar a los técnicos del CIEPE. Esa urbanización, popularmente conocida como “Las Auyamitas” por la forma de sus casas, aun existe y está ocupada. Seria interesante revisitarla para ver como le ha ido a la fibra de vidrio en términos de resistencia a la intemperie y capacidad para soportar los abusos de los usuarios, que seguramente han modificado el diseño con material diferentes y tal vez poco compatibles con el original.
En Cabudare tenemos un ejemplo de estas auyamistas. Está ubicada en un área verde en la proximidad de la U. Fermín Toro y a pesar de tener años abandonada y vandalizada, aun está entera y fácilmente puede rehabilitarse para darle mejor destino. Durante unos años fue utilizada como puesto de vigilancia policial y luego fue ocupada para uso de un colectivo revolucionario. Actualmente está abandonada, convertida en dormitorio de indigentes y en urinario publico. Ojala que alguien del gobierno local tenga la inteligencia de recuperarla como parte de nuestro patrimonio y darle nueva vida. A pesar de su aspecto humilde, se trata de la obra de quien por su trayectoria recibió en 1999 el Premio Nacional de Arquitectura. De paso, muchas de esas experiencias del Banco Obrero, del Inavi y del IDEC, aun hoy, podrían ser retomadas para paliar el problema de la vivienda popular, sin necesidad de recurrir a iraníes, bielorusos o chinos.
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