A la hora de evaluar los resultados electorales, la oposición luce dispersa y dividida. Cada sector, cada dirigente, tiene su propio análisis en los que se mezclan lucidez, conveniencias y argumentos variopintos impregnados de las disputas internas. Tres sectores enfrentados utilizan la excusa de la evaluación del 7 de octubre en la lucha por asumir la dirección política de la oposición. Las acusaciones van y vienen. Las baterías se dirigen sobre todo contra Primero Justicia y Leopoldo López. Los radicales hablan de fraude. Acción Democrática y Copei, de falta de vigilancia en los centros de votación. Pero la verdadera disputa es por quién asume el control de la Mesa de la Unidad.
Ahora bien, un balance no es una simple formalidad ni puede limitarse a someterse a los intereses grupales. Es una necesidad para repensar políticas y proyectos y despejar nuevas estrategias. Tampoco es un asunto secundario lo relacionado con un centro dirigente. Si éste no existe, es muy difícil que se conduzcan adecuadamente los procesos que se avecinan. La pluralidad y el debate no son contrarios al estudio de manera conjunta de lo ocurrido el 7 de octubre, ni pueden negar la elaboración de directrices comunes.
La candidatura de Henrique Capriles Radonski ha tenido como significado que le imprimió a la oposición un viraje de fondo, en el sentido de la aceptación del modelo vigente. En un primer momento, al respaldar las misiones, aceptó –aunque solo hubiese sido por razones electorales- la preminencia de lo popular y las políticas de intervención estatal para la redistribución de la riqueza. Luego, al reconocer los resultados electorales, admitió que existe una mayoría y una minoría.
Hay sectores de la oposición que discrepan de estos dos virajes realizados por Capriles. Están, de manera contundente, en desacuerdo con la hegemonía de lo popular y con el pequeño desplazamiento realizado durante la campaña hacia el modelo de distribución de la riqueza por el Estado. Y no quieren admitir que Chávez es la mayoría y la oposición la minoría. Estas divergencias se expresan, a la hora del balance electoral, en que de nuevo se descalifica lo popular. A los ocho millones que votaron por Chávez se les dice que lo hicieron “por las dádivas”, o porque son “rurales”, “manipulados”, “ignorantes” y “menos informados”. Como si hubiera votos con pedigrí, que valen más, y otros que valen menos. La misma historia de los años cuarenta, cuando se decía que Acción Democrática ganaba porque votaba la gente analfabeta.
Otros grupos opositores han convertido “el ventajismo” en “la gran explicación” de lo ocurrido, una suerte de sustituto del viejo análisis según el cual los resultados se debían a las capta huellas y al fraude electrónico. La razón de ambas argumentaciones es la misma: no se quiere aceptar que el chavismo pueda ser mayoría. Por supuesto, el Psuv utilizó el gobierno, pero no se puede hablar como si la oposición fuera mocha, no tuviera los medios de comunicación, logística y recursos.
Mientras la oposición continúe engañándose a sí misma sobre las razones por la cuales perdió las elecciones, no logrará corregir el rumbo. Si se sigue buscando a Dios por las esquinas nunca se estudiarán seriamente cuáles son las verdaderas causas políticas y sociales de los resultados electorales.
#opinión: Dios por las esquinas por: Leopoldo Puchi
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