Atribuido por algunos a los evangelios apócrifos, aludo a
un pasaje en la vida de Jesús, que por ser piadoso no hace daño y que
sirve para ilustrar lo que deseo puntualizar.
María en ocasión a la matanza de niños decretada por Herodes para
eliminar al Mesías, huyó colocando al niño en una cesta y la tapó.
Pero saliendo del pueblo un Centurión la interrogó, ¿ Qué llevas en
la cesta mujer?. A lo que la esposa de José respondió: un niño
señor. Replicó entonces el Centurión, puedes pasar porque si llevaras
allí a un niño no me lo hubieras dicho.
Con la distancia de la celestial grandeza de María, en
aquella ocasión, el inocente fue salvo por la verdad y en nuestros
tiempos la verdad de los inocentes salva la malicia de los hombres.
Gracias al cielo, el Centurión no revisó la cesta, omisión esta que
permitió al Salvador ser portador de buenas nuevas; pero en nuestros
tiempos no estamos tratando ni con la madre de Dios, ni con redentores
y hay que mirar la cesta.
La espontaneidad y la diafanidad en la exposición de
quien no oculta nada, porque no sabe nada de aquello que pudiera ser
objeto de una investigación criminal, a veces nos confunde y nos hace
pasar por ingenuos ante el hallazgo de la vileza de quienes son
expertos en la tarea de obnubilar a su interlocutor o al menos están
convencidos de su especial cualidad.
La soltura en la exposición puede despistar al más
prevenido, sin embargo la firme convicción de quien pudiera expresarse
sin dejar lugar a dudas sobre su impoluta corrección es un punto a
favor de quien sí comete alguna felonía; porque al no notársele
picardía su halo de integridad favorece a un delincuente.
Por situaciones como estas se pierde la posibilidad de capturar a
quien en las narices de todos y a la luz de todos, se burla de las
leyes y se burla de los hombres de manera continuada y que con el
mayor descaro utiliza a la gente honesta para solapar su propia
podredumbre.
´ Hasta los corruptos enarbolan la bandera de la honestidad
porque es el clásico disfraz para desviar la mirada. Es allí donde
debemos mirar, donde nos están diciendo que miremos porque es allí
donde se ha fraguado lícitamente el “perfecto delito”.
Ya advertían los romanos que no se ha de tener indulgencia con la
malicia de los hombres.
Parafraseando a Angel Osorio en su Alma de la Toga; hemos de
colocarnos en posición de alerta para el certero conocimiento del
alma de los hombres.