Ahí donde está tu tesoro, está tu corazón. Ayer la sala de conferencias de la dirección del diario EL IMPULSO, durante cinco minutos fue una auténtica casa de oración. El invitado de este Desayuno-Foro, quien integra la cofradía de articulistas de este matutino, hizo en primera instancia una invitación perspicaz, que descubrió los deseos santos de un pedagogo que antes de disfrutar el primer golpe del día, da gracias a Dios.
Con ánimos de ser fiel a sus costumbres, el profesor Eduardo Iván González González, llevó a los anfitriones hasta los pies del Maestro y oró: “Señor que estás en los cielos, te doy gracias por la oportunidad que me das de estar entre amigos, también gracias por este desayuno; esperamos sea bueno para nuestro cuerpo y que nos dé fuerzas para servirte. Perdona nuestras faltas en el nombre de Jesús. Amén”.
Con la gracia de haber recibido la bendición de Dios, el arquitecto Juan Manuel Carmona, director de este medio impreso, José Ángel Ocanto, jefe de Redacción, Violeta Villar Liste, jefe de Información, Edickson Durán, reportero gráfico y quien suscribe, atendimos la historia de quien vive feliz, de espalda a los sinsabores del mundo y de frente a los valores cristianos-adventistas.
El mejor regalo
La infancia de Eduardo González fue escrita en un pentagrama. Hijo legítimo de la ciudad crepuscular, recibió de su madre el don de la música, de su padre el brío para perseverar en la adversidad, y de su abuela materna, las herramientas para edificar un hogar sobre la roca que nos salva.
“Me crié en una casa ubicada en el centro de la cuidad, específicamente en la Av. Carabobo. Somos cinco hermanos, cuatro varones y una hembra; uno es ingeniero, otro médico, y otro músico. Mi hermana se llama María y es docente jubilada. Mi papá fue comerciante de nacimiento y justamente hoy (ayer) está cumpliendo 92 años de vida. Estar aquí es un regalo para él y para mí” comentó.
La fraternidad reinaba en casa de González, pero la prueba pronto tocó a su puerta y cuando apenas alcanzaba los once años de edad, lloró la muerte de su madre.
“Todos crecimos entendiendo que mi mamá necesitaba un cuidado especial por el diagnóstico que presentaba. Realmente era una intervención que ahora es muy sencilla, pero para ese entonces resultaba una operación de alto riesgo. Mi madre murió de 34 años mientras era intervenida por un cambio de válvula del corazón.
Después mi papá se unió a una señora que conoció, María Trinidad, y los cinco fuimos criados por ella”, agregó.
En el seno de un nuevo hogar, Eduardo cumplió con sus deberes académicos; con una mano, resolvía desprevenido las lecciones de materias básicas y con la otra, practicaba en vilo las notas del pentagrama y atendía compromisos del grupo de la iglesia.
“Aprendí a tocar el piano, pero también practiqué deportes. La verdad, disfruté mucho mi infancia y adolescencia”.
La herencia
El verso 6 de Proverbios 22, dice: “Muéstrale al niño el camino que debe seguir, y se mantendrá en él aún en la vejez”. Cuando en la mesa hay un buen desayuno para compartir, sobran los temas para alimentar la conversación. Eduardo González parte del amor de Dios y la familia, para desarrollar cualquier idea.
Conciliador y moderado se mostró el entrevistado, quien en todo momento reiteró su identidad de cristiano-adventista.
“Al morir mi mamá, mi abuela materna fue quien me orientó en la espiritualidad. Fui un alumno regular, digamos que normal, porque estuve siempre distraído con este tipo de actividades de iglesia que me nutrían mucho.
Siempre recordaré que mi mamá, antes de dormir, me leía pasajes bíblicos y eso hizo que deseara imitar a personajes de la historia de la salvación como José, Josué y David. En este sentido, la herencia que me han dejado mis padres, pese a que mi papá no comulgaba con estas creencias religiosas, son mis valores”.
Un presente pintado de colores
González está preparado para todo; es versado en diferentes disciplinas. Tiene conocimientos de electricidad, música, locución, construcción de obras civiles, inglés, escritura y redacción, madera y contra-enchapado. Sin embargo, destaca en el cuadro de honores cuando hablar de pedagogía se trata. Siempre lo acompaña un maletín cargado de anécdotas y una libreta azul, donde escribe las buenas ideas que se asoman a diario.
Guarda bajo la manga un abanico de capacidades desarrolladas y con manos abiertas entrega su mayor tesoro: la experiencia en Dios, porque lo que aprendió en casa, es ley de vida.
“¿Quién soy?, un hombre perseverante, quien cree que debemos aprender a hacer muchas cosas, pidiendo a Dios sabiduría como lo hizo el gran Salomón. Es cierto que me he dedicado a instruirme en varias cosas, pero la docencia y la escritura son mi apostolado”.
Agradecido por la invitación, González cerró el Desayuno-Foro contando con modestia las variantes de su itinerario, que ganó la atención de los anfitriones por las particularidades de los principios adventistas.
Fotos: Edickson Durán