#opinión: Cachito, siempre cachito por: Orlando Peñaloza

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Ciertas tardes, allá por la década de los ’80 cuando se desplazaba hacia su refugio, solía escuchar a Dámaso Quero sus permanentes ocurrencias sobre el béisbol. Era casi obligatorio el encuentro allá a la entrada de la vieja casona donde funcionó EL IMPULSO, carrera 23 entre calles 27 y 28.
Dámaso Quero es uno de esos personajes de las ciudades que nunca se los traga el tiempo. Que siguen vigentes en el mundo de hoy, convertido en una enciclopedia de pujanza.
Y es que al hablar de Dámaso Quero es abrir el libro de los personajes de Barquisimeto, es verlo en los campos de béisbol o en una cantina rodeado de curiosos quienes disfrutaban a mandíbula batiente los chistes que le ataba a cualquier conversación, siempre con expresiones del mundo peloteril.
Escucho el claxon, o bocina eléctrica del carro del conductor que a su paso saludaba el encuentro con el autor de las mejores locuacidades del béisbol, el grito que le hacía el vendedor de barquillos, la hermosa y permanente música, que ya no existe, del equipo de sonido del autobusero que intentaba hacerlo bailar en plena calle.
De esa época recuerdo a otros personajes como Jacobo Camacaro (qepd), encargado del terreno del estadio “Antonio Herrera Gutiérrez” durante la pelota profesional, quien lloraba cada derrota del Cardenales de Lara, y le mojaba el terreno a los Leones del Caracas cuando jugaban aquí, para arruinarle la velocidad a peloteros como Víctor Davalillo y César Tovar.
Pero aún muy pocos saben quien era Dámaso Quero. Ese nombre se lo lleva el viento. En cambio, mencionar a “cachito” es subrayar las anécdotas del deporte que apasiona. Tanto que su presencia era obligada en todas las citas del béisbol o cualquier tertulia al respecto, a la cual, siempre le arrimaba un toque de humor decente y permanente.
“Entre metáforas y similes, la expresión verbal de aquel hombre se quedó circunscrita a su oralidad. Desde allí, sus cuentos han pasado las fronteras del tiempo y al escucharlos en otras voces, no pude menos que intentar plasmarlo sobre el papel para que cobren vida en otra dimensión, y quede un registro para la historia de quién era aquel hombre que gran parte de la ciudad fue haciéndolo leyenda”.
La anterior expresión la utiliza el ingeniero Gustavo Rosendo durante la presentación del libro “Cachito sinónimo de béisbol”, que acaba de editar junto al ex pelotero Alberto Cambero, la cual saludamos con beneplácito porque hace justicia a la memoria del hombre que hizo reír a grandes y chicos transmitiéndola de una generación a otra.
De plena satisfacción porque tuve el honor de escribirle el prólogo a este compendio de 40 anécdotas del actor del pueblo y mundo deportivo, apoyadas en los archivos de quien fuera su permanente amigo Alberto cambero.
En sus cuentos leemos el momento del sepelio de la madre del personaje cerquita de la pared del cementerio, llenando de risas el sentido momento cuando expresó: “De vainita no fue jonrón”.
Los nostálgicos irredimibles saben que no volverán a escuchar al “cachito” de tantas jergas en los terrenos de juego los domingos de ayer. Dirán que extrañan a quien ordenó al mesero de un restaurant marcarle el terreno de juego a un pabellón, es decir, rodearlo con su quesito rayado, a quien desnivelaba cualquier conversación seria para convertirla en broma, y que los presentes darían todo por oírlo voceando otra vez.
Dámaso Quero, “cahito” cumplió su jornada terrenal el jueves 27 de febrero de 1992, dejando un vacío en las peñas deportivas, pero llenando de risas este libro de los amigos Gustavo Rosendo y Alberto Cambero.
Hay quienes dicen que despedida de tristeza es un poema visual. Es la sensación que parece haber dejado “cachito” con esa dosis de humor, pues aún en los últimos días de su existencia, cuando una penosa enfermedad no le permitía ingerir alimentos apuntó: Ya en mi estadio no rueda la bola.”.
En todo caso, este libro es un relato abierto para todos los públicos. Un niño interpretará la tristeza de un modo y un adulto hará lo propio a su manera. Es una tristeza viajera pero amable, porque podemos ver una estela que deja mucha historia en la ciudad, de un personaje que tuvo un corazón nómada y sigue pasando entre bambalinas para que podamos percibir su perfume guasón, transformando a su vez este libro en un museo de escenarios y ausencias. Creo que el tratamiento narrativo que el ingeniero Rosendo hace en la obra es el mejor de los motivos para invitar a tenerlo entre las manos.
Es un texto que habla de que todo lo bueno dura para siempre. Por eso, se trata de una obra histórica que al paso de los años se robustece de importancia donde de todo lo dicho, nada sobra.
Si somos capaces de ser leales a la historia, a esa inspiración tan noble y alta de escribir sobre ella, podremos servir a nuestra Patria para hacerla cada vez más grande, cada vez más
justa, cada vez más libre.

 

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