Recientemente se ha advertido sobre la necesidad que los dos grandes sectores en los que se ha dividido el país, al menos políticamente, se encuentren a través del diálogo. Sin embargo, vale la pena preguntarse si los modelos políticos que uno y otro sector defienden pueden conciliarse, o si por el contrario son mutuamente excluyentes.
Aparentemente no es posible encontrar puntos de encuentro entre ambos modelos, al menos no sin caer en contradicciones. Es este precisamente el reto, nada fácil, que tienen entre sus manos los aspirantes a gobernadores del sector oficialista, ¿cómo conciliar en sus propuestas un modelo de gobierno regional, sustentado en el principio de la descentralización, con el modelo claramente centralista que ha predominado en el ejecutivo nacional durante los últimos años?
Comenzando por el origen de las candidaturas oficialistas, seleccionadas desde la capital sin un criterio de arraigo con la región o conocimiento de ésta, sino por el deseo unilateral de una persona que nombra candidatos como si nombrara ministros. Seguido esto del desprecio a las regiones, y la capacidad de su gente para liderar sus propios destinos, al asignarle presupuestos deficitarios a estas. Por no mencionar todas las estructuras paralelas que desde el gobierno central se han creado con el fin último de ahogar a las ya existentes, afectando esto directamente a instituciones emblemáticas de las regiones como es el caso de las Universidades.
Todo lo anterior sugiere que el “Socialismo del Siglo XXI”, centrado más en un esquema de consolidación del poder político y económico, más que en ofrecer oportunidades reales a las personas para salir de la pobreza y ser libres para elegir lo que más les convenga, es incompatible con un modelo democrático centrado en un Estado Federal. Por lo anterior, será interesante observar como en los próximos meses los candidatos oficialistas en las regiones tratarán de hacer compatible lo incompatible, de mezclar el agua y el aceite; o, ante el intento fallido de ese experimento, declarar abiertamente su subordinación a un modelo centralista y autoritario.
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