#Opinión: El divertido Barquisimeto de Antonio Serradas (2) Por: Ramón Querales

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Caminito que un día
Juan José Delgado (a) Pepe Pinto, fue un destacado periodista larense que rendía tributo al humor, simpático y definidor como el que más. Cuenta Serradas que una vez, Pepe Pinto, padeciendo intensos escalofríos, visitó a su amigo, el excelente médico José Numa Rojas, a quien le contó los síntomas de su dolencia.
El doctor Rojas le preguntó si por las noches le castañeaban los dientes, la Josa Delgado, que así también se autodenominaba, medio aterrado le contestó: -Eso sí no lo sé, doctor Rojas, porque yo dejo todas las noches, las dos planchas en la mesita de noche.
Fíjense, conocimos bien a Juan José Delgado, disfrutamos sus magistrales sonetos y caricaturas y apuesto que muy pocos sabíamos que usaba dentadura postiza.
Serradas hizo un inventario de “cosas olvidadas de Barquisimeto”. Es bueno conocer el asunto porque ello da idea de muchas cosas que son parte de la historia urbana, que no por olvidadas, dejan de ser momentos o hitos sobresalientes de dicha historia: el mabil de El Manteco, lugar al cual se refirió don Raúl Azparren en un artículo de prensa, y a donde los jóvenes de entonces iban a bailar mediante el pago de una pequeña suma de dinero; un botiquín que se llamó “Mi Rinconcito” y cuyo dueño fue Pulio Escalona. Serradas no dice dónde estaba situado dicho botiquín; curiosidades de algunos personajes o ellos mismos, como los gritos de Hilarión, el viejo Malanga y sus morrales; las payasadas del torero bufo “Pan Viejo”; los casquillos de Pedro Cabuya; las patas hinchadas de “El Caiman”; los cuentos de Chapellín y de Rafael Liscano (a) El Conejo; los palos de triquilín que regalaban en las pulperías a Guachirongo y otros canapiales de la época; los taturos de ñapa en las pulperías; las películas que se exhibían en las paredes de “La Francia”; el mo de la señora Agueda; las cosechas de semerucos y lefarias; los baños de la esquina de San José (carrera 21 con calle 25) y de Namur (carrera 13 con calle 43); la posada la “Torreña”; los dulcitos de las Rotundo; la cola champaña del gordo Zamora; la pulpería de Felipe Sira; los ramilletes de flores de Saturno; el juego de gallos en “La Tarara”; la casa de “Las Cartucheras”; el botiquín El Ríng; el dúo de Alezones y Miguel Angel Silva; los  tranvías de caballito; la confitería de Don Defendente Ballestrini; la botica “La Cruz Roja” del Dr. Ramírez; la “Casa de Dios”, donde se acostaba uno y amanecían dos (¡).
Algunas de estas cosas mencionadas por Serradas permanecen como parte de la tradición barquisimetana, de otras en verdad se ignora todo, aunque en su momento fueron motivo de atención por parte de la ciudadanía. Algunas de las mencionadas llaman la atención. Por ejemplo, la existencia en Barquisimeto de una cola champaña que habría fabricado un ciudadano recordado como “gordo Zamora”; “las cartucheras” que le dieron nombre a una casa, ¿qué cosa eran en verdad?; y esa “casa de Dios” donde amanecían dos cuando uno solo se habría acostado, ¿de qué se trató?
Se aclara en esta relación que el personaje barquisimetano que vendía tres gritos por una locha fue Hilarión, que quien sufría de elefantiasis fue El Caimán y la adicción de Guachirongo al famoso triquilín que, tengo entendido sigue campante en los canapiales barquisimetanos como en otros tiempos.
Por esos días cuando Serradas ejercía su buen humor en El Larense la prefecto del Municipio Iribarren era Dilcia París, quien según el periodista era una mujer de mucha belleza física, y entusiasmado le dedicó unos versos, en el último de los cuales le dice: “pero quiero preguntarle/ tachonado de emoción,/ qué castigo va a aplicarle/ al “ladrón” que ha de robarle/ algún día su corazón”.
Con el seudónimo Tony Serrucho, escribió Serradas unas notas sobre las “patadas” (elogios exagerados) que se lanzaban unos a otros, los locutores de la “polvorosa” radio Barquisimeto durante los juegos de beisbol. Por ejemplo, léase la que Otto Javit Nàder le tiraba a Carlos Ortega: “Aquí está la antesala del juego en ”la voz varonil y poderosa del gigante de los comentaristas de la pelota rentada Carlos Ortega”. Y Carlos Ortega, recontraelogiaba: “¡Gracias, Otto! Tu gentileza es muy propia de tus gloriosos antepasados que a lomo de camello atravesaban el desierto de Sáhara en busca de útiles para las hermosas que adornaban sus serrallos! ¡Qué Alá sea contigo!”
Parece ser que esto sucedía en 1971 y la broma agrega la presencia de otros personajes: Luis Rodríguez Moreno, “espigado y talentoso… la melena más frondosa de los comentaristas del beisbol, incluyendo la de don Gustavo Carmona y Perera, nuestro Gran Gurú”; Alfonso Saer, “la voz deportiva más joven de Latinoamérica y parte de Paraguaná”; Napoleón Agreda Herrera, “una voz oída con cariño y veneración de Chachopo a Apartaderos y de Valencia hasta aquí”.
Pero en medio de tantos ditirambos elogiosos se oyó la voz Luis Matheus, el anotador, preguntando si a él no le tocaba una palomita de cariño al tiempo que le pide un cafecito a la señora Rafaela Gil cuando dicha bebida se había acabado, por lo que el pobre Matheus se quedó sin elogio y sin café.

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