Por la puerta del sol
“El mundo es una escena, la vida una transición. Venimos, vemos y partimos”. (Demócrito)
Hay un momento en el que uno se pone a pensar qué será más importante en el trayecto de la vida si lo que se va dejando atrás o lo que queda aún por recorrer. Surgen las respuestas, aumentan las preguntas y también las inquietudes.
Por qué a mí, es una pregunta que en momentos de dolor, de fracaso, de pérdida o desastre, se hace quien más afectado se siente. Nadie está libre de pasar por estos momentos difíciles. Ni el tiempo ni las adversidades se esconden, llegan, nos zarandean y sorprenden cuando menos lo esperamos. Penas y alegrías, altas y bajas, éxitos y fracasos forman parte de la vida.
Más de una vez queremos dejarlo todo para no exponernos al sufrimiento o acabar con este. Lidiamos con las enfermedades, con la gente, con los temporales, con el miedo, los aullidos de la anarquía, con la crisis, las insoportables colas, los tiranos y un sin fin de cosas que nos atropellan a diario. El estrés y las ofuscaciones nos llevan muchas veces a dudar de todo. A veces dudar de todo nos lleva a encontrar dentro de las sombras del espíritu, nuestra propia luz, el propio sosiego y tranquilidad.
Vivimos atados al ayer desperdiciando el hoy que es realmente con lo que contamos, queremos llegar pronto al mañana sin saber si estaremos vivos para entonces; se vive más de apariencias, sonrisas fingidas, pintas externas, engaños y trapos de lujo que de realidades y sinceridades.
La paradoja del momento en que vivimos y los beneficios científicos de hoy en día, es que aunque hay posibilidades de vivir mucho mejor que ayer, nunca estamos contentos con lo que tenemos o logramos.
Los filósofos nos aclaran muchas dudas, nos demuestran con sus ejemplos y experiencias que el que se impide se queda. Su sabiduría ha estado presente en todas las épocas.
“Coraje, sudor y sangre” expresión históricas de Wisnton Churchill, tartamudo que llegó a ser el mejor orador de Inglaterra. Demóstenes es ejemplo de fe y de constancia. Aunque tenía una oratoria incomparable, sus defectos físicos y su tartamudez le impedían llegar al público. Día a día se iba al mar, tomaba las piedritas calientes de la playa, se las metía en la boca y empezaba a hablar. Fue la única manera que lo llevó a rectificar su lenguaje. Su constancia lo llevó a la cumbre de los grandes oradores de la historia.
Muy joven el filósofo Diógenes de Sinope, comenzó el aprendizaje de la vida errante, ruda. En el camino Antístenes se convirtió en su maestro, cuya enseñanza basaba en la rígida moral. De él adquirió la mayor parte de sus conocimientos. Defendió con denuedo su independencia, llevó hasta el último exceso la sencillez de su vida. Vivió como quiso, soportando con paciencia igual el frío extremo como el calor extremo. Su casa era un tonel, vestía harapos. Para Diógenes aquellos que predican pero no practican, son como los instrumentos de música que ni oyen ni sienten. No había oferta que lo doblegara. El omnipotente Alejandro Magno al que todo el mundo se le arrodillaba para pedir favores, viendo un día la humilde condición de este hombre que tomaba el sol fuera del tonel que le servía de vivienda, se le acercó y le preguntó en qué podría ayudarlo para solucionar sus necesidades, a lo que el sabio respondió: “No necesito nada, solo quiero que te apartes y no me quites el sol” Sorprendido de la respuesta Alejandro comprendió que no todo el mundo vende su condición ante la necesidad, que hay hombres puros y nobles capaces de vivir según las leyes simples de la naturaleza, alejados de las tentaciones y los halagos del poder, que conocen lo efímero de la existencia y glorias terrenales, a quienes no doblegan dádivas, limosnas ni imposiciones. Lo material es pasajero, la inagotable riqueza del espíritu lleva a alcanzar dimensiones eternas.
Nosotros también somos pensadores y tenemos nuestros propios puntos de vista.
Creemos ser grandes aunque no seamos nada. Vivimos asomados bien sea a los recovecos de nuestra propia nada, a la canción lejana que dejara un sueño perdido, al susurro de las hojas muertas, al ayer encantado, al mañana de esperanza; pero pocos aferrados al hoy, paraíso del canto vital, norte de la alegría. Es este nuestro momento asegurado. Sonriamos con optimismo, pongámonos a tono con el tiempo y con la vida.