Planteamientos
En el artículo anterior abordamos de manera muy puntual aspectos relacionados con el tema: la insuflación del discurso, la resiliencia, cómo en el campo deportivo la frase del Barón Pierre de Coubertin perdió vigencia por la mercantilización y profesionalización de los juegos olímpicos y los niveles de “ingenuidad” con los cuales grupos de electores apuestan por candidatos sin ningún tipo de chance.
Se trata, según planteábamos, que van apareciendo alrededor de las contiendas, en general, y de las electorales, en particular, diferentes maneras de justificar la derrota casi hasta el punto de pretender convertirlas en un rosario de alabanzas y de loas para minimizar los efectos negativos sobre los adeptos (el ahora denominado Stress Traumático Postelectoral) y prepararlos para la siguiente confrontación, sobretodo en un país que en los últimos años va camino a un record en dicho campo, dado el número de ellas que se han efectuado. Algo que se considera como positivo para la democracia, ahora resulta que, desde la óptica de los opositores al gobierno, es un modo del presidente Chávez relegitimar su dictadura.
Apreciamos, que la referencia a lo perfecto en el tiempo de Dios, según los diferentes pasajes bíblicos que se invocan, ahora con mucha frecuencia se extrapola al lenguaje político. La victoria y la derrota, indistintamente, adquieren tal connotación. Ya en el año 1990, Mario Vargas Llosa, el renombrado escritor peruano, candidato presidencial derrotado por un político casi desconocido en la segunda vuelta electoral (Alberto Fujimori), en el propio México, aludió a la “dictadura perfecta”, en alusión no al caso de la Unión Soviética ni a Cuba, ni a hombres, sino a la que ejercía el Partido Revolucionario Institucional (PRI) por métodos democráticos para hacerse inamovible en el poder.
Tratándose de partidos, en nuestro país, con base en el acuerdo conciliatorio de las élites conocidas con el nombre de Pacto de Punto Fijo, se reinstauró la democracia a partir de 1958. Connotados líderes de la izquierda, hoy opositores al gobierno de Chávez, hablaron en aquel entonces de la dictadura del bipartidismo adeco-copeyano, hasta que apoyaron las aspiraciones presidenciales de Rafael Caldera y luego fueron incorporados al gobierno en sendas carteras ministeriales: una conocida, la de CORDIPLAN y la otra perdida en el intento por desarrollar las fronteras. Tanto en las elecciones pasadas como en las recientes, aseguraron hasta el cansancio el triunfo de Henrique Capriles Radonski. Forman parte de la pléyade que elogia el fracaso.
No ha faltado quienes hablen de Golpe de Estado a Capriles, para poner de lado su férrea confianza previa en el triunfo y descubrir luego de los resultados electorales que todo el aparato de Estado estuvo al servicio del poder, algo nada novedoso en la historia de las elecciones y la lucha por el poder, no sólo en Venezuela sino en el mundo. Por supuesto, a la hora de buscar culpables, todo apunta a la Mesa de la Unidad Democrática, con base en el derecho que tienen los 6.5 millones de electores a pedir “que nos digan la verdad sin ocultamiento y sin risita, como si aquí no hubiera pasado nada”. (Colomina, dixit).
Para otras señas y tratando de poner el acento sobre las íes, en su particular estilo que recuerda a Rómulo Betancourt, aún cuando no calza los zapatos de éste, consultado acerca de los resultados, Ramos Allup fue categórico al afirmar algo así como: “Perdimos. A la derrota no hay que ponerle periquitos. No valen analgésicos numerológicos. Vale preguntarse: Cómo es eso que el candidato Capriles perdió en Miranda. Alguien puede explicarlo”.
Luego de su abierta adhesión a la candidatura opositora, desde una vertiente filosófica, moral y económica, la crítica que formula Emeterio Gómez se anuda en la pregunta: ¿Hay de verdad un camino?, argumentando que dicha oposición se apareció con ese lamentable y doloroso “Programa de Capriles”, una maravillosa simplificación, agrega, una obra maestra de generalidades, carente de la menor idea acerca de lo que está planteado para enfrentar al Comunismo y sus infinitas variantes.
El elogio al fracaso o la derrota perfecta es la que ahora, al conjuro de la esperanza y al abrigo de sus aspiraciones al poder, desde siempre, habiendo perdido elecciones, hace posible que candidatos sigan postulándose a gobernadores, incluso en medio de una reelección. Como se sostiene: “Son contrarios a la reelección. Si. A la reelección de Chávez, pero no a la de todos ellos”. (L. Fuenmayor, dixit).