#Opinión: Teología de la Liberación (1) Por: Rafael María de Balbín

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Con fecha de 6 de agosto de 1984 la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe publicó una Instrucción sobre algunos aspectos de la Teología de 1a liberación. En ella se comienza por afirmar que el Evangelio de Jesucristo es un mensaje de libertad y una fuerza de liberación, precisando en qué consiste ésta última: “La liberación es ante todo y principalmente liberación de la esclavitud radical del pecado. Su fin y su término es la libertad de los hijos de Dios, don de la gracia. Lógicamente reclama la liberación de múltiples esclavitudes de orden cultural, económico, social y político, que, en definitiva, derivan del pecado, y constituyen tantos obstáculos que impiden a los hombres vivir según su dignidad. Discernir claramente lo que es fundamental y lo que pertenece a las consecuencias es una condición indispensable para una reflexión teológica sobre la liberación”.

La teología es la ciencia de la fe. El cristiano toma como punto de partida las verdades reveladas por Jesucristo, y a partir de ellas busca profundizar en su contenido, explicitar lo que está implícito y obtener una comprensión más cabal (“Fides quaerens intellectum”: la fe que busca entender). Será una genuina teología de la liberación aquella que parte de la Revelación cristiana, y que descubre que la primera y más radical liberación es de la esclavitud del pecado.

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Sin embargo, quizás por la urgencia de algunos problemas sociales, algunos se han limitado a preocuparse por las esclavitudes de orden terrenal y temporal, presentando análisis y soluciones ambiguas e inadecuadas. El citado documento de la Santa Sede señala desviaciones ruinosas para la fe y la vida cristiana en algunas equivocadas “teologías” de la liberación, principalmente por utilizar conceptos tomados del pensamiento marxista.

Es un signo de los tiempos que vivimos, que la Iglesia debe discernir e interpretar a la luz del Evangelio, la aspiración de los pueblos a una liberación de opresiones injustas. La dignidad del hombre, creado “a imagen y semejanza de Dios” (Gen 1, 26-27), no debe verse ultrajada por injusticias culturales, políticas, raciales, sociales o económicas. Hay un deseo universal de una vida más fraterna, justa y pacífica; sin el escándalo de las injustas desigualdades entre ricos y pobres (personas y países). Estas aspiraciones han de ser iluminadas y guiadas por la Revelación cristiana, sin que sean acaparadas por ideologías de materialismo o violencia que ocultan o pervierten su sentido.

La liberación es un tema cristiano. Encuentra un eco profundo y fraternal en los corazones de quienes tienen la experiencia radical de la libertad cristiana, porque rechazan la esclavitud del pecado (Gal V y ss.). En el Antiguo Testamento Dios aparece como el liberador de su pueblo, en orden a la salvación y la santidad: libera a Israel de Egipto (Ex. XXIV) y del exilio de Babilonia, y de todos sus enemigos. En los Salmos se expresa continuamente que sólo de Dios se espera la salvación y el remedio. Los profetas, después de Amós, muestran con especial fuerza las exigencias de justicia que exige la fidelidad a la Alianza con Dios. Dios es el defensor y el liberador del pobre, de la viuda y del huérfano.

El Nuevo Testamento presenta estas mismas exigencias, todavía más radicalizadas en las Bienaventuranzas. La conversión y renovación del hombre han de hacerse desde lo más hondo del corazón. Cristo manda el amor fraterno, tal como Él nos ama. Todo hombre es prójimo (Lc X, 25-37). Jesús, que se hizo pobre por nosotros (II Cor VIII, 9), es solidario de toda miseria humana. Y en el Juicio pedirá cuenta de las obras de misericordia (Mt XXV, 31-46). Hay que vivir la misericordia tal como el Padre celestial (Lc VI; 36). Los ricos son fuertemente exhortados a cumplir con su deber (Sant. V, 1 y ss; 1 Cor XI, 17-34).

Hay que tener cuidado, para no dar primacía a lo material: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt IV, 4; Dt VIII, 3). Sería un funesto error dejar para mañana la evangelización, con la pretensión de resolver primero, los problemas materiales. Se caería en la tentación de un Evangelio puramente terrestre, que pondría también en peligro la “opción preferencial por los pobres y por los jóvenes” (Documento de Puebla, IV, 2

Algunos cristianos, por impaciencia y voluntad de una mayor eficacia han adoptado el análisis marxista (que tiene fama de “análisis científico”). Sin embargo, como el marxismo es una concepción totalizante, su método dialéctico es inseparable del contenido. Es verdad que ha habido interpretaciones y revisiones del marxismo, pero esas diversas tendencias son incompatibles con el cristianismo, en la medida en que conservan el ateísmo, la lucha de clases, el materialismo y el totalitarismo.

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