#Opinión: A 50 años del Concilio Vaticano II Por: Joel Rodríguez Ramos

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El 11 de octubre de 1962, fiesta de María Santísima, Madre de Dios, el Santo Padre Juan XXIII, de gratísima memoria, inaugura en la Basílica de San Pedro en Roma el Concilio Ecuménico Vaticano II, el cual había sido convocado por él mismo, casi podríamos decir en el inicio de su pontificado, pues habiendo sido elegido a la Cátedra de Pedro en octubre de 1958, lo convocaen enero de 1959. Un Concilio es una asamblea de autoridades religiosas, generalmente de la Iglesia Católica o de la Ortodoxa, para tratar materias doctrinales y de disciplina o para definiciones dogmáticas y condena de herejías.

A partir de la convocatoria del Concilio Vaticano II,comenzó una fase preparatoria muy ardua y difícil, en la que participaron numerosos expertos, entre teólogos, filósofos, clérigos, eclesiólogos, obispos, pastores de otras iglesias, etc. En algunos ambientes del catolicismo no estaba claro, o al menos eso se decía, qué pretendía el buen Papa Juan XXIII con la realización de aquel Concilio, habiéndose despertado alguna inquietud que fue despejándose en la medida que los trabajos preparatorios y el Concilio mismo fuerondesarrollándose.

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Al Concilio Ecuménico Vaticano II quedó convocado todo el episcopado universal, asistieron más de dos mil obispos y arzobispos, pero además, se invitaron representantes de otras confesiones religiosas cristianas o no cristianas, a fin de oír lo que tenían que decir a una Iglesia que el mundo acusaba de estar cerrada en sí misma ya partir de allí iniciar un diálogo interreligioso y con el mundo entero. De ahí la denominación de ecuménico dada al evento conciliar.La unidad de los cristianos fue tema de primerísima inquietud no sólo en el ánimo del papa Juan XXIII, sino también en el ánimo de todos los padres conciliares.El mundo entero vivió expectante aquellos casi 4 años de preparación y luego el comienzo y realización del Concilio, desarrollado en plena guerra fría y en la época de la crisis de los misiles soviéticos en Cuba. Para quienes formamos parte de una generación que conoció y estuvo atenta a la realización de aquella magna asamblea, aunque fuera desde lejos, y que además nacimos, fuimos formados, hemos vivido y aspiramos morir en la fe católica, el Concilio Ecuménico Vaticano II ha sido siempre fuente de inspiración en la vivencia de las verdades de la fe, de la moral personal y social y su recuerdo espermanente.

“El supremo interés del Concilio Ecuménico es que el sagrado depósito de la doctrina cristiana sea custodiado y enseñado de forma cada vez más eficaz”, dijo el Santo Padre Juan XXIII en el acto de apertura del Concilio. Y así ha sido. El Concilio Ecuménico Vaticano II no fue un Concilio de definiciones dogmáticas, como sí lo fue el de Trento o el Vaticano I, entre otros. El Concilio Vaticano II fue el esfuerzo de la Iglesia Católica por acercarse al mundo moderno o como se ha dicho algunas veces, el esfuerzo por abrirse al mundo. Se cuenta que el papa Juan, tratando de explicar lo que quería con la convocatoria hecha, explicó que quería abrir las ventanas de la Iglesia para que “entrara aire fresco”. Se habló de aggiornamento, que significa poner al día. Entender los signos de los tiempos y adaptar la Iglesia a esos nuevos tiempos. Esa adaptación no significaba ni significa menoscabar el mensaje del Evangelio, significa buscar como queda dicho arriba y en palabras del papa Juan XXIII “una manera más eficaz de custodiar y enseñar la doctrina cristiana”. Juan XXIII, hoy beatificado, murió en pleno desarrollo del Concilio y su sucesor inmediato Pablo VI lo continuó y llevó a feliz término. Juan Pablo II fue fiel seguidor de las enseñanzas del Concilio, siempre estuvo atento a su plena aplicación y así ha sido también Benedicto XVI.

Dieciséis son los documentos del Concilio Vaticano II y a elloshabría que agregar el nuevo Código de Derecho Canónico y el nuevo Catecismo de la Iglesia Católica, ambos promulgados por mandato del Concilio. De los documentos el referido a la Constitución sobre la Iglesia, en el cual se destaca el llamado universal a la santidad, se habló de la hora del laicado, porque la Iglesia acogió la doctrina de la urgente necesidad de que el cristiano común y corriente, el que desenvuelve su vida en la calle, en el arte, en la docencia, en la medicina, el derecho, el comercio, la política, lleve a sus ambientes el mensaje siempre nuevo del Evangelio. Uno de los santos de esta época, san Josemaría Escrivá escribió en su libro Camino, “estas crisis mundiales, son crisis de santos…” Otro documento central del Concilio fue el de la Libertad religiosa, el derecho que todo ser humano tiene, por estar dotado de una dignidad eminente por ser hijo de Dios, profesela fe religiosa de su preferencia. En fin, me gustaría seguir escribiendo de aquella importante asamblea eclesial que marcó el siglo XX, pero se acabó la cuartilla. Me limito a expresar un pensamiento de Benedicto XVI al referirse al Concilio Ecuménico Vaticano II: “Aggiornamento no es ruptura sino vitalidad continua de la tradición”. Qué privilegio haber vivido durante el desarrollo y aplicación del Concilio Ecuménico Vaticano II.

 

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