Cuenta un apócrifo que una vez sentenciado Jesús, Pilatos tomó su túnica y la guardó para sí. Después de cierto tiempo César Augusto gobernador de la provincia oriental le envía una carta a Pilatos añadiendo sentencia de su puño y letra, por cuanto tuvo la osadía de condenar a muerte a Jesús Nazareno de manera violenta, dictar sentencia y ponerlo en manos de los furiosos judíos, y no haberse compadecido de este justo, más no sin antes haber aceptado presentes por su muerte. Asimismo agrega por todo esto, vas a ser conducido a mi presencia, cargado de cadenas, para que presentes tus excusas y rindas cuentas de la vida de un inocente. Pilatos fue preso y conducido a Roma.
Sabiendo el César que había llegado a la ciudad, se llenó de furor contra él, y ordenó que se lo presentasen. En esta ocasión Pilatos había traído consigo la túnica de Jesús, y la llevaba sobre sí cuando compareció ante el emperador.
Apenas el emperador lo vio, se apaciguó toda su cólera, y se levantó al verlo, y no le dirigió ninguna palabra dura, y, si en su ausencia se había mostrado terrible y lleno de ira, en su presencia sólo mostró dulzura.
Cuando se lo hubieron llevado, de nuevo se enfureció contra él de un modo espantoso, diciendo que era muy desgraciado por no haber podido mostrarle la cólera que llenaba su corazón. Y lo hizo llamar varias veces más. Cuando volvió a verlo, lo saludó, y volvió a desaparecer toda su cólera. Todos se asombraban, y también el emperador, de estar tan irritado contra Pilatos, cuando salía, y no poder decirle nada amenazador estando en su presencia. Al fin, cediendo a un impulso divino, le hizo quitar su túnica, y al momento se sintió lleno de cólera contra él y sorprendido el emperador de todas estas cosas, se le dijo que aquella túnica había sido de Jesús.
El emperador ordenó tener preso a Pilatos hasta resolver, con consejo de los prudentes, lo que convenía hacer con él. Pocos días más tarde, se le dictó sentencia, que lo condenaba a una muerte muy ignominiosa. Pilatos, sabiéndolo, se mató con su propio cuchillo, poniendo de esta manera fin a su vida. Sabedor el César dijo: «En verdad que ha muerto de muerte bien ignominiosa, pues ni su propio cuchillo lo ha perdonado».
La Ley desde siempre ha sido empañada por prejuicios y oscurecida para beneficiarse los que presumen de poder. Pero, es más triste saber que los que la administran han sido moralmente cobardes e intelectualmente deshonestos al desnaturalizarla y tergiversarla, para convertirla en detalles serviles.
Pilatos presumía de sentirse protegido por esta túnica tan especial que se otorgó el mismo. Su vanidad no comprendió que la calidad de esa túnica no se comparaba al desprecio que los hombres sentían por él. En sí era el miedo el que lo atormentaba pues le causaba terror como a cualquier emperador, gobernador ó dictador no conocer a su verdugo porque sabía que ni por la multitud de su ejército, ni la fuerza de resistencia iba a escapar. Era el miedo su mayor tormento.
Así ocurre con los hombres que se amparan en el poder. Se creen con derecho a despojar arbitrariamente de su túnica al inocente para investirse tan sagrado privilegio sobre sus hombros, cuando en realidad no son dignos de poseerla. Su ceguera les hace olvidar que Dios es quien imparte justicia devolviendo más tarde que pronto su túnica al inocente.