#opinión: Acerca de una carta histórica. Por: Luis Barragán.

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En los días finales de la ya concluida campaña presidencial, circuló una misiva que no dudamos en calificar de histórica. Más allá del apoyo explícito a la candidatura de Henrique Capriles, lo relevante es el reconocimiento de una necesidad impostergable: la de una mínima convivencia entre los venezolanos, fundada en la verdad, la paz, la justicia, el respeto.
Fabricio Ojeda (hijo), tuvo el coraje de reconocer que, a casi medio siglo del cobarde asesinato de su padre, son otros los tiempos. Indeseable ese revanchismo crónico y cancerígeno del que morbosamente gustan los que hoy detentan el poder y la riqueza.
Que sepamos, el firmante no ha desmentido el documento que tanto disgusto ha generado entre quienes, aún sin haberlo conocido, rasgan sus vestiduras fariseas invocando al otrora presidente de la Junta Patriótica. Y, aún si negara su rúbrica, deja intacta la calamidad que todavía representan unos acontecimientos que ameritan de un profundo debate histórico, mas no el político que le es rentable únicamente a pocos.
Recordamos que, en una de nuestras iniciales incorporaciones a la Asamblea Nacional, entraba el Proyecto de Ley de Desaparecidos (etc.) para su primera discusión. La bancada del gobierno montó un espectáculo, poblando el palco de los deudores de aquellos desaparecidos, torturados y muertos en la década de los sesenta, junto a los familiares de las víctimas más destacadas, sentados en el hemiciclo con José Vicente Rangel y los ministros que comparecieron para una “interpelación”.
Bastará con imaginarse el ambiente, pues –por añadidura– eran ya incontables los fallecidos en las cárceles sumergidas en una pavorosa violencia, y hasta un parlamentario de la oposición estuvo a punto de perder su inmunidad. Fanfarria luctuosa, pues, para el pasado, mientras ocultaban (y ocultan) la verdad sobre el presente.

Tema espinoso, tomamos la palabra por fuerza de nuestras convicciones. Perdonen la inelegancia, lo hicimos enterándonos apenas del Orden del Día, y planteamos nuestras observaciones añadiendo que a la moneda verdadera de los viejos excesos policiales, circulaba la falsa del revanchismo y el odio interesados.
Lo cierto es que se pretende hacer responsables de aquellos hechos a quienes comenzábamos la escuela, o – simplemente – a aquellos que ni siquiera habían nacido en la década de los sesenta. Mal haríamos, al revés, desmintiendo las bondades de la llamada política de pacificación, en hacer lo mismo con los que condujeron a la muerte a no pocos inocentes, en nombre de la insurrección fracasada. Valga la coletilla, mostrando nuestro retroceso, el derecho penal abandonó muchísimo tiempo atrás la imputación imprescriptible, real y moral de los familiares y relacionados con el imputado por algún delito.

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Las consideraciones epistolares del hijo de Ojeda, merecen toda nuestra atención. Solamente indignará a quienes literalmente viven de su recuerdo, sospechando y disparando a los otros.

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